José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Sánchez anunció un quilombo político de interlocuciones múltiples que tratará de camuflar en el estrépito sus conversaciones con su ‘socio preferente’, que ahora es el partido de Gabriel Rufián

El 3 de febrero de 2016, Felipe VI encargó a Pedro Sánchez la investidura a la presidencia del Gobierno tras las elecciones de diciembre de 2015, después de que, inéditamente, declinase el encargo Mariano Rajoy. El socialista no pudo presentar al jefe del Estado una mayoría suficiente y su investidura resultó fallida. El 7 de junio de este año, el Rey volvió a encomendar la investidura al secretario general del PSOE, ya como presidente en funciones, cargo al que accedió por la exitosa moción de censura de junio de 2018. Tampoco entonces el candidato garantizó al jefe del Estado una mayoría suficiente. Su investidura también resultó fallida. Y a la tercera (¿la vencida?), Felipe VI ha vuelto a encargar a Pedro Sánchez que intente la investidura a la jefatura del Gobierno, aunque no le ha podido asegurar más que una mera expectativa de ser elegido en segunda vuelta y con la abstención de los 13 escaños de Esquerra Republicana de Catalunya, partido con el que el PSOE mantiene una febril y difícil negociación.

En las dos investiduras anteriores fallidas, Pedro Sánchez se encontró con la negativa del populismo a la izquierda del PSOE, es decir, del grupo parlamentario comandado por Pablo Iglesias. En esta ocasión, Unidas Podemos ya ha acordado un Gobierno de coalición con los socialistas en el que el otrora vetado secretario general morado será uno de sus vicepresidentes. El factor diferencial respecto de las otras dos aventuras políticas de Sánchez consiste en que esta de ahora es a vida o muerte (política).

Si le saliese mal y el acuerdo con ERC no se firmase, el secretario general del PSOE quedaría tan malparado que su figura política resultaría inservible para el país y para su partido. Si, por el contrario, obtuviese la abstención de los republicanos catalanes, el desafío consistiría en resistir en el ejercicio gubernamental un tiempo mínimamente operativo a efectos de gestión política, sin que el precio que haya de pagar al partido de Oriol Junqueras sea considerado exorbitante, desmesurado o lindante peligrosamente con aspectos sensibles de la Constitución y el Estatuto. Si fuese demasiado oneroso, probablemente el propio PSOE (o lo que queda de él) entraría en barrena y la oposición ganaría enteros y aumentaría posibilidades futuras. En su comparecencia de anoche, Sánchez anunció un quilombo político de interlocuciones múltiples que tratan de camuflar en el estrépito sus conversaciones con su ‘socio preferente’, que ahora es el partido de Gabriel Rufián.

Si el acuerdo con ERC no se firmase, Sánchez quedaría tan malparado que su figura política resultaría inservible para el país y para su partido

El encargo de la investidura fragiliza la posición de Sánchez porque antes o después —y ERC lo sabe— deberá presentarse a una sesión del Congreso a tal efecto. Y aunque no hay plazo para convocarla, la presidenta de la Cámara no puede diferirla indefinidamente porque entraríamos en un fraude constitucional. De tal manera que el líder socialista se ha echado una pesada losa sobre sus espaldas porque, aunque sin plazos predeterminados, en el horizonte debe celebrarse un debate de investidura al que ya no puede renunciar tras aceptar el encargo del Rey. Vuelve el Sánchez que bordea el precipicio, vuelve —si acaso se fue en algún momento— el político que se juega su futuro, el de su partido y el de España con una organización catalana que milita en un independentismo irreversible.

La posibilidad de acuerdo entre ERC y el PSOE se valora de forma muy distinta en Madrid y en Barcelona. En la capital de España, de manera optimista y de obtención próxima; en la Ciudad Condal, con mayor reticencia y remitiendo el complicado pacto al mes de enero. El transcurso del tiempo corre a favor de los republicanos porque las urgencias están en Ferraz. Como metaforizó Jaume Asens, líder de los comunes en el grupo parlamentario de Unidas Podemos, el invierno congela el mar Báltico y heladas las aguas, los barcos pesqueros no pueden faenar. El ‘general invierno’ derrotó a Napoleón en la campaña rusa y empantanó a las tropas nazis cuando invadieron aquel inmenso país.

Mucho se fía Sánchez de ERC, quizá porque no le queda más remedio al haber rechazado cualquier otra alternativa, un partido el republicano que se ha distinguido por su insensatez histórica, la fragilidad de sus compromisos y por los fiascos electorales que le significan como una organización gafada. Y con su presidente en la cárcel por sedición y malversación y con su secretaria general huida de la Justicia española.

Mientras contemplamos cómo Sánchez gana tiempo para cerrar —si lo cierra— el acuerdo con ERC, es imprescindible constatar que el jefe del Estado ha mutado el uso constitucional con el que se venía interpretando el artículo 99. No hay doctrina del TC sobre este precepto, pero sí abundante literatura académica que establecía como recta norma de hermenéutica que el jefe del Estado, cuando el candidato más votado no disponía de mayoría absoluta, debía acreditarle la suficiente en segunda vuelta para ser investido. Desde febrero de 2016, ya no es así. El mecanismo de mandato del Rey se ha convertido en más especulativo y se sujeta a una extraordinaria volatilidad, como la que observaremos en las próximas semanas. Felipe VI (ocho rondas de consultas le hacen un experto en la materia) ha accedido de nuevo a la voluntad ludópata de Sánchez que, en este caso, es de altísimo riesgo.