EL MUNDO – 19/06/15 – DANIEL G. SASTRE
· «Esta vez todo esto va de verdad, no hay marcha atrás». Josep Rull, recién nombrado secretario de Organización de Convergència, juraba a la salida del congreso de Reus de marzo de 2012 a un grupo de periodistas que la apuesta por el «Estado propio» que el partido acababa de aprobar no era, como tantas veces, pura retórica.
Rull fue quien se encargó ayer de certificar la muerte de la federación de CiU. Su principal preocupación en la rueda de prensa era la misma que en 2012: dejar claro que el giro independentista de Convergència «va en serio». Artur Mas sacrifica a Unió para conjurar las burlas, la impresión de tanta gente, en Cataluña y fuera, de que CiU se rajará en el último momento, como siempre ha hecho.
Asistimos al final de una partida de póquer que lleva meses en marcha, y cuya última mano se ha jugado después del pasado domingo, cuando Josep Antoni Duran Lleida impuso sus tesis gradualistas tras una consulta interna en Unió. El problema era, como en todos los divorcios, quién daba el primer paso y cómo lo daba, y las jóvenes cabezas pensantes de Convergència encontraron una oportunidad de oro en la salida del Govern de los consellers democristianos. Vieron la apuesta y la subieron, y así se acabó un exitoso artefacto electoral que se inventó Jordi Pujol hace 37 años.
Mas ha comprado la teoría de que Duran tiene la culpa del imparable descenso electoral de CiU desde que giró hacia el soberanismo. Y con el sacrificio de Unió, cree que se presenta a las elecciones del 27-S, ahora sí, libre de sospechas y sin las siglas de CiU, tan manchadas por la corrupción. Convencido de que existe una mayoría independentista en la población, cree que el movimiento le ayudará a arañar votos a ERC. Piensa que ahí está el granero y no le preocupan advertencias como las de Ramon Espadaler acerca de que el espectacular crecimiento de Ciutadans en Cataluña puede haberse producido también a costa de los desengañados de CiU.
Seguro que no ha pensado demasiado en las consecuencias más prosaicas que acarrea todo divorcio, como el problema de la abultada deuda. Mas sólo se fija en que ya tiene cómo demostrar a los independentistas el 27 de septiembre que es uno de los suyos. ¿Quién si no un Braveheart del siglo XXI habría llegado hasta el punto de sacrificar CiU?