Iñaki Ezkerra-El Correo
Su intervencionismo es tan paternalista y cursi como el viejo prohibicionismo
Hay un precedente de la obsesión que la izquierda populista tiene con el sexo: el clero educador de mi infancia. Aquella gente nos mareaba con los actos impuros («¿con tocamientos o sin tocamientos, hijo mío?») y los genios de este Gobierno andan en lo mismo pero con la careta progre. Andan mareando a la chavalería con el sexo y el género, para que acabe con una empanada mental como la que tienen ellos. Andan en un intervencionismo que es tan puritano, paternalista y cursi como el viejo prohibicionismo. Andan intentando explicar el sexo a una peña jovencita que les da mil vueltas porque lo ha visto todo por la tele, el móvil o el iPad. La única pedagogía que cabe en esa cuestión es la del respeto al otro y a la otra tanto en el sexo como en cualquier orden de la vida. Pero eso los populistas no lo pueden enseñar, porque es lo que ellos aún no han aprendido. ¿Con qué autoridad va a legislar sobre la violación sexual quien ha hecho doctrina de la violación de la legalidad constitucional? Un acosador sexual no ees más que el sujeto que ve el fascismo en la mera oposición de una mujer a su deseo. Es un tipo que llama «facha» al famoso «no es no». Pues también hay ‘noesnós’ en la política. Y así un machista político es el que no entiende que hay cosas que, aunque nos disfracemos de ‘Unidas’, no ‘Podemos’ hacer. Yendo más lejos de esta chusca paradoja, la izquierda populista presenta una contradicción aún más insalvable y profunda. Por un lado, hace identitarismo sexual al presentar a la mujer como víctima esencial e inherente del hombre. Por otro lado, abraza la ‘doctrina queer’, según la cual la fisiología no dicta la orientación sexual y el género es una mera creación artificial. De esta forma, la misma identidad femenina que reafirma para culpar al hombre es la que disuelve y niega para exaltar la diversidad sexual. A esa contradicción se suma la de la propia Ley de Irene Montero, que -según varios juristas- diluye la conducta agresiva al homologarla con cualquier gesto contra la libertad sexual de la mujer. Hay quien sostiene que estamos en el Código Penal de la dictadura de Primo de Rivera. Yo creo que estamos en el debate sobre el sexo de los ángeles y que no hemos salido del Concilio de Constantinopla.