El silencio

ABC 03/07/15
LUIS VENTOSO

· Qué elegantes las retiradas con discreción y buen tono

CUANDO un político está ya de salida, el silencio reporta ciertas ventajas. La primera y más obvia es que callado es imposible meter la zueca. La segunda es que el silencio inviste de elegancia la obligada retirada, mientras que el facazo al compañero que se está jugando el tipo podría ser tomado por mal perder, o incluso por deslealtad.

Desde 2003 a 2012, Esperanza Aguirre, hoy de 63 años, fue en general una buena presidenta de Madrid. Su éxito radica en que tuvo la visión y la voluntad de convertirla en un espacio abierto, donde se fomentó la competencia y la excelencia. Ese planteamiento liberal contrastó con el ensimismamiento obcecado e improductivo del nacionalismo catalán. Los resultados son conocidos: Madrid se ha convertido en el lugar donde ocurren las cosas, mientras que Barcelona, antaño guía de modernidad, cultura y moda para toda España, se ha ido achicando por una exaltación provinciana que en nada concuerda con su pasado cosmopolita, pues ya era una potencia comercial y política en el Mediterráneo en los lejanos días del Reino de Aragón. Basta con sentarse a tomar un café en una terraza de ambas urbes para contrastar cuán diferentes son sus pulsos.

Por lo demás Aguirre, como todo ser humano, tiene también su debe. Lo más reseñable es que sus controles no detectaron las andanzas de su estrecho colaborador Granados y de la Gürtel. En 2008 intentó descabalgar a Rajoy tras la derrota electoral, pero no se atrevió a dar el jaque y perdió su tren. En 2012 dimitió, invocando un problema de salud y su deseo de disfrutar de la vida familiar. La decisión defraudó a los ciudadanos que acababan de distinguirla con otra mayoría absoluta, aunque se dio por buena ante una causa de fuerza mayor. Pronto volvió, pero las urnas revelaron que su extraordinario tirón había menguado y ha anunciado que va a dejar lo que le queda, la presidencia del PP madrileño.

Aguirre acaba de hacer unas declaraciones «a título particular» (pero no en un club de bridge o en el salón de su casa, sino en un atril del PP y tras presidir su ejecutiva regional), en las que reclama a Rajoy que convoque elecciones a la par que las de Artur Mas. Esta gran idea supone lo siguiente:

—Artur Mas marcaría el ritmo de la política estatal con su desafío sedicioso. Corriendo tras el separatismo y adelantando las elecciones generales se estaría otorgando a los comicios de Cataluña esa categoría de elecciones plebiscitarias que reclama Mas.

—España, sin razón alguna, dejaría de observar los plazos regulados de convocatoria electoral, viniendo a reconocer de manera implícita que vivimos en una situación de emergencia, como claman nuestras televisiones de combate y nuestros populismos.

—La petición de la presidenta del PP madrileño coincide con lo que vienen exigiendo día tras día dos grandes amigos de su partido: el PSOE y su socio, Podemos.

Cuántas ventajas reporta el silencio y qué gratificante puede ser la vida familiar tras toda una vida de entregado servicio público…