ABC-IGNACIO CAMACHO

Si el centro-derecha acopia el domingo un nuevo fracaso, Sánchez gobernará sin contrapesos los próximos cuatro años

LAS elecciones del día 26 no sólo reparten una amplia cuota de poder real –el de la distribución de recursos y servicios– en un país fuertemente descentralizado. Servirán también para medir el tamaño de la oposición en una legislatura que para el centro-derecha amenaza con convertirse en un calvario. El PP y Ciudadanos han planteado la jornada electoral como una segunda vuelta de su pugna por el liderazgo, pero si ambos vuelven a salir derrotados Sánchez tendrá las manos absolutamente libres en todo su mandato. Eso es lo que está en juego: la posibilidad de que la izquierda campe a sus anchas durante cuatro años en los que, con toda certeza, tratará de abordar una reforma sesgada del modelo territorial, social y hasta fiscal del Estado.

El presidente acertó al anteponer los comicios legislativos a los autonómicos, municipales y europeos, que han perdido así su tradicional carácter de avance de opinión pública sobre la labor del Gobierno. Si perdía, el resultado le resultaría indiferente porque estaría ocupado en hacer las maletas, y si ganaba, como ocurrió de hecho, podía proyectar su trayectoria victoriosa a las regiones y los ayuntamientos. Hacia ese efecto de consolidación apunta ahora la mayoría de los sondeos. Un nuevo triunfo, sobre todo en el bastión simbólico de Madrid, afianzará de forma categórica la hegemonía de la alianza entre el PSOE y Podemos, y dejará a los partidos liberales noqueados en un páramo de aturdimiento y entregados a una estéril competencia entre ellos. Como el electorado de la derecha y el centro baje los brazos desmotivado por el reciente tropiezo, entregará a los adversarios de su modelo de sociedad un latifundio de poder en el que podrán manejarse a su antojo en ausencia de contrapesos, legislando en las Cortes sin mayores impedimentos y controlando desde las administraciones periféricas grandes parcelas de presupuesto.

Sin el elemento pasional que despiertan unas generales y ante la dispersión que provoca la multiplicidad de candidatos, esa condición de segunda ronda, esencial para el equilibrio de los checks

and balances, es el único factor que puede dotar a estas elecciones de un argumento narrativo claro. Esta vez, además, las fuerzas de la oposición no van a encontrar en su división partidista –causa principal de su derrota de abril– un obstáculo, porque el sistema favorece un reparto proporcional directo en la mayoría de los casos para cualquier formación que supere el tres o el cinco por ciento de sufragios. Ni la ley De Hont ni los pactos, cuyo trazado por bloques también es diáfano, ofrecen en esta ocasión coartada para el fracaso: perderá el que no haya sabido armar un relato capaz de motivar a los votantes de su bando. La izquierda y el nacionalismo lo tienen perfilado; falta por saber si los liberales y conservadores saben hacer su trabajo o han quedado groguis tras el descalabro.