IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL

  • Quienes especulan con la reedición del tripartito de izquierdas en Cataluña deberían prestar atención a otra fórmula, porque se ajusta al propósito del favorito en las elecciones del 14-F
“El futuro Govern debe tener alianzas más allá del independentismo”. Ese fue el titular de la entrevista de ‘La Vanguardia’ a Pere Aragonès, cabeza de lista de ERC y presentido presidente de ese Govern. Más escondido en la letra pequeña del texto, el testaferro de Junqueras precisaba su propuesta, expresando “nuestra voluntad de lograr grandes alianzas, desde Junts a los comunes, con ERC como rótula”.

Quienes especulan con la reedición del antiguo tripartito de izquierdas en Cataluña quizá deberían prestar atención a esta otra fórmula, porque probablemente se ajuste mejor al propósito del partido favorito en las elecciones del 14 de febrero: un Govern como el actual, pero encabezado por ERC y ampliado por la izquierda para dar cabida a los de Colau (recompensa a los desvelos de Iglesias por apadrinar a ERC en Madrid como integrante esencial, junto a Bildu, de la nueva ‘dirección del Estado’).

Esta formulación de Aragonès contiene toda una elaboración estratégica. Torra fue el primero que habló de “gestionar el mientras tanto” como tarea de los independentistas. El ‘mientras tanto’, obviamente, se refiere a la llegada a la tierra prometida de la república catalana. Ahora, los de Junqueras desarrollan la idea con un enfoque más realista y, a la vez, más ambicioso.

Se trata, en primer lugar y por encima de todo, de conquistar y asentar la hegemonía de ERC en el nacionalismo catalán; de eso van estas elecciones desde el primer momento. Para suplantar a CiU, nada mejor que actuar como CiU: es lo que Esquerra viene haciendo desde que ayudó a propulsar a Sánchez en la investidura. Esta vez, además, juega con dos barajas: la de su relación con Sánchez, más próxima al concepto mercantil de Pujol, y la de su maridaje ideológico con Iglesias. Dice Aragonès que se lleva mejor con el PSOE que con el PSC porque, al fin y al cabo, “el PSOE es un partido de otro país”. Algo similar podría decir de Podemos y de los comunes. Sus socios —Pedro y Pablo— están en Madrid, sus competidores fraternales —Iceta y Colau—, en Cataluña. Su enemigo, claro, es Puigdemont.

El razonamiento de partida es muy visible. La independencia no es para hoy ni para pronto, así que no hay por qué limitar las alianzas al independentismo de observancia estricta. La tarea de esta etapa es avanzar hacia el referéndum de autodeterminación, aprovechando que tienen en España el mejor Gobierno posible para ese objetivo. La incorporación al Govern de los comunes sería útil por partida triple: le dotaría de una muy confortable mayoría en el Parlament, retendría a los de Puigdemont en el Govern, pero en posición claramente subalterna, y blindaría su relación privilegiada con el poderoso vicepresidente Iglesias. Así que frente al ‘tripartito de izquierdas’ del que se habla, Junqueras parece inclinarse por un ‘tripartito del referéndum’, con el derecho a decidir como argamasa de la nueva coalición. Siempre, recuerden, con ERC como rótula.

¿Qué pasa con el PSC? En ese esquema, y dando por hecho que superará de largo a Ciudadanos, el partido de Iceta y de Illa sería mucho más funcional liderando una oposición domesticada. ERC, JxCAT y los comunes comparten, además de la autodeterminación, la desvinculación del binomio Constitución-Estatuto. El PSC en el Govern sería un engorro y un cuerpo extraño, porque a ese partido le costaría prescindir abiertamente del marco constitucional y estatutario. Pero ejerciendo de oposición ‘fake’, prestaría un buen servicio a la causa y ayudaría a encerrar en las catacumbas el trío Ciudadanos-PP-Vox. Así, todo queda en casa.

Una vez conquistado el Palau Sant Jaume, ERC estaría disponible para garantizar a Sánchez un apoyo sostenido al frente del Gobierno

Son también bastante transparentes los términos del trato entre Sánchez y Junqueras. Moncloa ofrecería a ERC tres cosas sustanciales: a) poner en la calle a los jefes de la sublevación del 17 y enervar para siempre la sentencia del Supremo por la doble vía del indulto y de la reforma del Código Penal; b) manos libres para que la Generalitat acelere sin obstáculos el programa de inmersión nacionalista de la sociedad catalana, hasta alcanzar el 60% de independentistas que el propio Iceta señaló como punto de no retorno de la autodeterminación, y c) mesa de diálogo sin límite temático ni temporal, manteniendo permanentemente eréctil la fantasía del referéndum. Por no hablar de las múltiples regalías económicas asociadas a cualquier pacto de un Gobierno español con los nacionalistas.

Por su parte, ERC, una vez conquistado el Palau Sant Jaume, estaría disponible para garantizar a Sánchez —siempre que el presidente se atenga a las condiciones anteriores— un apoyo sostenido en el Congreso; abstenerse de desafíos unilaterales como declaraciones de independencia o convocatorias ilegales, que se reservan para cuando gobierne la derecha en España, y, por supuesto, un trato amistoso al PSC, que podría trocarse en colaboración activa si las circunstancias lo requieren.

Así pues, los objetivos de la coalición monclovita para las elecciones catalanas del 14-F serían, por orden de importancia: primero, que gane y gobierne ERC, socio y amigo, segundo, que Vox supere al PP para provocar a Casado una crisis interna y reforzar la verosimilitud de la ‘emergencia antifascista’ en el resto de España; tercero, que el PSC desborde a Ciudadanos y ocupe el lugar de primera fuerza (nominalmente) no nacionalista, y para Iglesias, meter su confluencia (la única que le queda) en el Govern, con presencia en los dos gobiernos y poder así negociar desde ambos lados de la mesa.

Por los síntomas demoscópicos, todos esos objetivos parecen no solo verosímiles, sino probables. Si se da la combinación completa, el 14 de febrero Sánchez podrá cantar línea y bingo e Iglesias, recontrabingo y pleno al 15.

Como todo tiene un precio, sea con la fórmula del tripartito de izquierdas que patrocina Iglesias o con la del tripartito del referéndum que prefiere Aragonès, la izquierda gobernante renuncia a recuperar Cataluña para la causa constitucional y hace propia la ruta junqueriana (anticipada hace 15 años por Maragall) de sacar España de Cataluña como alternativa transitable a la más traumática de sacar Cataluña de España. Para Sánchez, el precio es perfectamente asumible. Para Iglesias, no es precio, sino premio.