Ignacio Camacho-ABC

  • Los embustes sobre el acuerdo secreto de los Presupuestos parecen ya parte de la Ley de Acompañamiento

El día en que alguien del Gobierno diga una verdad correrá riesgo de ser destituido por deslealtad al resto del equipo. El presidente parece haber impuesto una especie de manual de estilo que establece la rutina obligatoria de mentir u ocultar la realidad para seguir siendo ministros. Como a base de repetición han conseguido que la gente no le dé importancia, se han acostumbrado a engañar por vicio y cuelan los embustes en cualquier momento y en cualquier sitio, sin temor alguno a resultar desmentidos. El más reciente, por ahora, de estos bulos gratuitos es el de que Europa había pedido la reforma del delito de sedición y de su tipo punitivo. La UE ha negado, como es natural, que pueda interferir en la libertad de sus socios para articular su propio ordenamiento jurídico, aunque es cierto que las solicitudes de extradición de los separatistas fugados han sido objetadas por tribunales alemanes, belgas y suizos. Pero de ninguna institución comunitaria ha salido la solicitud de un ajuste retroactivo del Código Penal a la medida y beneficio de los líderes del independentismo.

Se trata de un infundio de acompañamiento, por utilizar el término de la ley-ómnibus que complementa los Presupuestos. Y tiene que ver con éstos porque forma parte de los acuerdos que los hacen posible y que para no desentonar permanecen secretos, como los pasajeros del Falcon o los miembros del célebre e inexistente comité de expertos. Pretenden sin embargo los portavoces gubernamentales que los ciudadanos nos traguemos que el indulto o la despenalización del golpe catalán y el acercamiento de presos etarras no forman parte del precio que ERC y Bildu han exigido a cambio de su consenso. Tampoco la exclusión del castellano en los colegios de Cataluña o la subida de impuestos solicitada por Rufián para los contribuyentes madrileños. Nada: una simple e ingenua coincidencia en el tiempo que sólo a los malpensados suscita recelo. Como si Sánchez y los suyos no hubiesen hecho méritos para gozar de la presunción de veracidad y del respeto a su palabra como rigurosa garantía de crédito.

Hay que sentirse muy seguro, muy impune, muy invulnerable, para tomar a los votantes por idiotas con una espontaneidad tan desenvuelta, con una confianza tan desahogada, sin atisbo de incomodidad ni de vergüenza. Pero es exactamente así como se sienten, protegidos por una capa de cinismo a prueba de contradicciones, renuncios o incoherencias. Se han dado cuenta de que a la mayoría de sus seguidores les da igual que les mientan porque sólo les interesa que no gobierne la derecha y cualquier fórmula que sirva para impedirlo la dan por buena. Esa tolerancia otorga al sanchismo bula política para permitirse el lujo de abolir no ya la transparencia sino todo compromiso con las reglas de la ética. De qué sirven esas antiguallas burguesas cuando se dispone del poder como razón suprema.