Los monogramas son enlaces de letras iniciales que se emplean como distintivo; algunos tienen varios siglos. Así, el Víctor, un símbolo que en la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) usaban universidades como las de Salamanca, Alcalá de Henares o Sevilla, para festejar a sus recién doctorados. El régimen de Franco se lo apropió para celebrar su victoria fratricida; nada dejaron de tiznar: doctorados en discordia.
Quizá la simple V sea el más conocido y empleado. Churchill lo popularizó haciéndola con los dedos índice y corazón: acompañada de una sonrisa, es una muestra de esperanza y confianza. Fue, sin embargo, una idea del belga Victor de Laveleye (1894-1945). Doctor en Derecho, presidió el Partido Liberal, fue ministro de Justicia y de Educación y tenista olímpico.
Durante la Segunda Guerra Mundial dirigió el servicio de propaganda belga de la BBC. En una emisión radiada al comienzo de 1941 impulsó a hacer pintadas por las calles belgas con una V, «la primera letra de ‘Victoire’ (Victoria) en francés y de ‘Vrijheid’ (Libertad) en flamenco, como los valones y los flamencos marchan en este momento mano a mano, dos cosas que son la consecuencia la una de la otra, la Victoria nos traerá la Libertad, la victoria de nuestros amigos los ingleses. Y victoria en inglés se dice ‘Victory’».
Podríamos añadir a esta interpretación la palabra Verdad, pues esta y Libertad van siempre de la mano. La falta de una pone en peligro la otra, juntas embellecen la vida y le dan un valor que no se puede medir. En el peor de los casos, como dijo Don Quijote: «Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible».