Manuel Montero-El Correo
Pagar impuestos no tiene que ver con el amor a la patria. Este tono de virtud aleccionadora nos mete en rebajas ideológicas con ínfulas de gran mensaje
Asegura Pablo Iglesias estos días -varias veces- que «el verdadero patriotismo es contribuir con los impuestos que te corresponden». Preocupa oír a un vicepresidente del Gobierno hablar de verdadero patriotismo. Hay conceptos a los que les sienta fatal tal adjetivo: oyes que defienden la verdadera democracia, el verdadero pluralismo, la verdadera igualdad o la verdadera libertad y puedes echarte a temblar, pues con seguridad están hablando de algo distinto al uso común de democracia, pluralismo, igualdad o libertad. Hay combinaciones que un responsable político debe rehuir siempre, incluso para las antinomias.
Además, es una tontería. Pagar impuestos no tiene que ver con el «amor a la patria» -eso quiere decir patriotismo-. Uno puede odiarla, pero eso no exime de pagarlos. Es más: un extranjero que trabaja aquí tiene la misma obligación que el mayor de los patriota
Es un deber social y, si se quiere algún concepto trascendente, una obligación ciudadana, pero nada tiene que ver con el patriotismo. El propio Torra, el antipatriota por antonomasia, tiene la misma obligación que el resto.
Al nacionalismo, que de patriotismos sabe un rato, jamás se le ha ocurrido el dislate de equipararlo con el pago de impuestos ni meterlo en las obligaciones nacionales. Son muchas las que establece el del PNV para el buen patriota -no digamos el radicalismo exbatasuno-, pero nunca ha incluido tal signo de nacionalidad o abertzalía.
Tampoco pagar impuestos convierte al ciudadano en patriota, faltaría más.
La expresión del vicepresidente es pura retórica: retórica primaria, de listillo que quiere pillar al contrario metiéndose en su jardín. ¿La derecha se dice patriótica? Pues a darle lecciones sobre patriotismo. ¿Quieres ser un verdadero patriota? Acude al consultorio de Pablo Iglesias, a ver qué sale.
Y saldrá según vaya la feria. Tiene varias versiones. Por lo que se ve, el verdadero patriotismo es mutante. Muta sobre el mismo tema, pero muta. La mudanza casa mal con la pureza conceptual que sugiere el término «verdadero».
Por ejemplo, en 2015 aseguraba que «el verdadero patriotismo es defender los servicios públicos», que no es lo mismo que pagar impuestos. Era una apreciación del todo errónea. Cabe ser patriota queriendo reducir o eliminar los servicios públicos. Uno discrepa de tal propósito, pero no puede tacharlo de antipatriótico, pues la vara de medir patriotismos, si existe, va por otro lado.
Iglesias en 2016: el verdadero patriotismo consiste en «ayudar a la gente humilde y necesitada», santificando así la caridad pública. Hace un año el verdadero patriotismo era conseguir que las pensiones se actualicen con el IPC. También consiste, decía, en que se derogue la reforma laboral (del PP). Así, la gesta de Bildu dándolo todo por abolirla ha sido puro patriotismo: patriotismo español, pues no se puede amar a dos patrias a la vez y no estar loco. Sobre todo, si las ves enemigas e incompatibles.
También el verdadero patriotismo es, según Iglesias, cumplir el artículo 128 de la Constitución -el que subordina la riqueza del país al interés general-, aunque cabría pensar que también será patriótico cumplir los otros 168 artículos, que quedan relegados en esta apelación de autenticidad.
Fue Echenique quien dio con la formulación más rudimentaria. Aseguró que el verdadero patriotismo está en quienes no roban ni se aprovechan de la política para ser contratados por las multinacionales. A ojo de buen cubero, casi todos, por lo que el concepto pierde lustre. Hasta que algún iluminado nos descubra que el español común no podemita da en robar y enchufarse en multinacionales.
También los mentados o próximos han considerado que el verdadero patriotismo es defender el derecho a la vivienda contra los desahucios, tener a la gente en el centro de la política y demás transversalidades y empoderamientos.
Acabáramos: el verdadero patriotismo según Podemos es seguir las directrices de Podemos.
Este tipo de argumentación pueril perjudica el debate, sacudido por soflamas retóricas y vacuas. De pronto, damos vueltas a una noria sin agua. Así, el actual presidente de Gobierno se metía en el berenjenal, pues no se pierde uno, y aseguraba en la investidura que el verdadero patriotismo es que no haya división en las calles. Pues menos mal. A no ser que le atribuyamos la presciencia de imaginar que el coronavirus vaciaría las calles.
Hay dos aspectos que hacen insufrible este deterioro conceptual. En primer lugar, la moralina implícita en la distinción entre verdadero y falso patriotismo, bondad o maldad a decidir desde el poder; y el tono de virtud aleccionadora, que nos mete en rebajas ideológicas, pero con ínfulas de gran mensaje. Tal discurso tiene la ventaja de que cabe en un tuit, pero eso no le da altura intelectual o política.