En casa de Rivera

DAVID GISTAU – ABC – 24/12/15

David Gistau
David Gistau

· C’s perdió la oportunidad en campaña de imponer la vía regeneradora contra el quietismo del bipartidismo.
· Indefinición Ser un partido capaz de atraer a todos se interpretó como falta de compromiso.

La nueva sede de Ciudadanos en Madrid está separada de la plaza de toros de Las Ventas por tan sólo ese Río Grande que es la M-30. Es una sede transversal, en la frontera entre la parte más modesta y terminal del barrio de Salamanca (Salamanquilla) y la zona en la cual la calle de Alcalá se vuelve barrial de mercados y locutorios que envían dinero a Ecuador: en esos afluentes de Alcalá tiene «Huracán» Navascués su gimnasio.

El edificio en sí inspira algunas sensaciones apegadas a la impronta del partido. Hay rinconcitos «chill-out», con sillones y pufs para que las confidencias políticas sean las propias de la gente que mola. En las puertas de los WC, pone «Ciudadana» y «Ciudadano», como si se tratara de echar pises jacobinos: se abre uno los botones de la bragueta buscando la bañera de Marat. Como recordando que éste es un partido personalista, en todas partes hay gigantescos retratos en los que Rivera sonríe. Su presencia es abrumadora, ineludible, persecutoria. Así, hasta Brigitte Bardot hartaría. Entre eso y la abundante transparencia de los cristales, a un compañero todo le recuerda la sede de la Cienciología en la calle Prado: Rivera sonríe como si tuviera, oculto en un granero, el platillo volante en el que embarcarán los llamados a ser salvados.

La transparencia es excesiva. Mientras los periodistas aguardan en la planta baja a que comience la rueda de prensa, Rivera y otros dirigentes, en un piso superior y como metidos en el alveolo de una colmena de vidrio, mantienen una reunión a la vista de todos. Se ve que la regeneración consiste en demostrar a los periodistas que los políticos de lo nuevo no se encierran en sus despachos para jugar timbas de póker mientras fuman largos puros y Jack Lemmon protesta por el humo. Nos quedamos más tranquilos después de haber visto cómo se acometen en Ciudadanos las «brainstormings» por España.

Por fin, Rivera habla. Tiene algo desgastado, desde la campaña, el prestigio de hombre que trae palabras nuevas por el que los adversarios de Podemos, obsesionados por reimplantar los odios y las particiones españolas del 36, lo están motejando de «Falangito». Detrás de Rivera, en una pared, aparece escrita una frase de Victor Hugo: «Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento». Se hace inevitable comparar un axioma tan dinámico, tan precursor de la acción, con la ambigüedad y la indefinición en las que Rivera se diluyó durante la campaña y en ese debate a cuatro en el que el brillante orador, nervioso, casi se puso a tocar las castañuelas. Como dijo Pedro J., parecía que se hacía pis. La indefinición fue especialmente demoledora cuando el PP divulgó el rumor de que Rivera pretendía pactar con el PSOE y Podemos y los votantes peperos dispuestos a confiar en Ciudadanos esperaron de Rivera un desmentido categórico que no se produjo hasta ultimísima hora. Para entonces, Rivera ya había colegueado con Iglesias infinidad de veces como cómplices de lo nuevo.

La táctica de ser un partido capaz de atraer a todos, de ideología indetectable, terminó interpretándose como una falta de compromiso con ciertos principios patrióticos (perdón por el palabro) y constitucionales que son los que Rivera, ahora sí, en la rueda de prensa, esgrimió como motivo para levantar un pacto contra la polvareda de hunos que levantan Podemos y sus aliados, independentistas incluidos. Un pacto a tres en el que Ciudadanos podría haber impuesto la vía regeneradora contra el quietismo natural de las siglas que aún no salen del asombro por haber perdido su hegemonía.

Un pacto que incluso podría haber vencido las reticencias de PP y PSOE de investir uno el presidente de otro haciéndolo con el propio Rivera para una legislatura de presupuestos ya aprobados, de decisiones demoradas, y de apenas un año largo. Rivera perdió la oportunidad en la campaña de conseguir fuerza para imponer esto sin necesitar al PSOE, que fluye hacia la coartada de la casa común de la izquierda para hacer presidente a Sánchez por otros medios. Un hombre débil y sin escrúpulos con tal de ser presidente, Sánchez, en manos de radicales que se creen ungidos para refundar España convirtiéndola en el país que quedó interrumpido por la derrota de sus mayores en la Guerra Civil. Y Rivera, mientras, diciéndose Suárez y Nick Clegg, como si no estuviéramos a punto de dejar de ser una democracia europea del siglo XXI.

DAVID GISTAU – ABC – 24/12/15