JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Los testimonios de las víctimas son recurrentes e inequívocos pese a una sordera judicial tan tenaz como incomprensible
Un dentista decide cambiar de actividad, se pasa a la fotografía y se hace profesional. Su prestigio no deja de crecer en su ciudad, donde recibe un sospechoso apoyo del ayuntamiento, al punto de barrer a la competencia de la agencia que le tiene en exclusiva. Nadie más recibe permisos para cubrir eventos importantes en el término municipal. Los responsables locales no dudarán en amenazar con la retirada de los permisos a quienes no cuenten con el afortunado fotógrafo.
Hasta aquí sería un caso más de corruptela. Habrá centenares de cacicadas a la misma altura. Lo que no tiene parangón, lo que apenas alcanzaríamos a creer si no estuviera el fotógrafo condenado a 28 años, lo que nos hiela el alma cuando vemos en Netflix el documental ‘En el nombre de ellas’, es que el tipo con el chollo en el ayuntamiento, el que se labró gran influencia en ambientes empresariales y políticos, estuvo más de treinta años abusando sexualmente de decenas de modelos, muchas de ellas menores de edad. Las mantuvo calladas tanto por su ascendiente social como por la constancia de que había grabado vídeos abusando de ellas que podía subir (y de hecho subía) a páginas pornográficas. Para las mujeres que tuvieron la desgracia de pasar por aquel estudio fotográfico, al peso de las agresiones sexuales sufridas se une un miedo continuado. Se dirían: ¿qué haré, cómo saldré a la calle si cuelga las imágenes donde aparezco, donde me está violando? Ni siquiera eso se creerán porque estoy paralizada…
Los testimonios de las víctimas son recurrentes e inequívocos pese a una sordera judicial tan tenaz como incomprensible. Las mujeres describen conductas similares que constituyen claros actos de violación. A menudo las penetra siendo menores; en algún caso participando un tercero. Pero lo que sucede en el juzgado de instrucción es la segunda gran inmoralidad de esta inmensa ciénaga tan bien cubierta, tan primorosamente perfumada por la rica y respetable ciudad. Si no ofreciera ‘En el nombre de ellas’ las imágenes y sonidos originales de lo que sucedía ante la juez, si se hubiera dramatizado todo con el texto literal, no nos lo podríamos creer. Pero ahí está lo que sucedió. Habla por sí solo, no dejen de ver el documental y luego pregúntense por qué el feminismo, aparentemente tan activo en España, no ha dicho una palabra sobre un caso que solo cabe calificar, sin exageración, de monstruoso.
Si Kote Cabezudo está en la cárcel, si sus víctimas contactaron y dieron un paso al frente, es porque un joven fotógrafo se enteró de lo que medio San Sebastián sabía. Como, además de fotógrafo, Mario Díez es abogado, se dispuso a llegar hasta donde hiciera falta. Le ha tomado diez años, durante los cuales las víctimas han seguido sufriendo ante la juez Ana Isabel Pérez Asenjo. Pero no ha terminado. Solo un periodista investigó esta trama siniestra y desoladora: mi amigo Melchor Miralles.