MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 13/02/13
· Llamar a las cosas por su nombre y enfrentarse a los problemas con resolución son dos modos que aquí han pasado de moda.
Angela Merkel, hija de un pastor luterano, ha dado un ejemplo de elegancia y hondura al valorar públicamente y encomiásticamente la renuncia del pontífice de los católicos, Benedicto XVI. Pudiera servir de ejemplo, en España y el mundo, para los líderes que, instalados en la mesocracia bipolar, evitan cualquier signo de distinción en las ideas y en las formas. Llamar a las cosas por su nombre y enfrentarse a los problemas con resolución son dos modos que aquí, si lo estuvieron alguna vez, han pasado de moda tanto en el PSOE como en el PP o en CiU, por citar únicamente a los que acreditan mayor capacidad para la vivencia y digestión de sus guerras intestinas. En ese entendimiento puede ocurrir, como ayer, que llegue de visita Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo y que, como bien han criticado desde Izquierda Unida, se reúna en el Congreso con nuestros representantes a puerta cerrada, en sesión informativa sin grabaciones ni acta.
Nuestras instituciones, sin excepción, se están degradando de tal manera que va dejando de ser rara y no la más deseable la tipología de quiénes las encabezan y rigen. En lo que afecta a los «agentes sociales», mientras los sindicatos evidencian confusión ante la situación vigente, paro incluido, la CEOE, a la que dicen gran patronal sin ser, de hecho, ninguna de las dos cosas, está enseñando el plumero de su escasa representatividad. No es capaz, primero, de afearle rotundamente al Gobierno su conducta hostil, en lo fiscal especialmente, a las empresas medias y pequeñas y, después, en organizar su propia casa barriendo con eficacia todas los casos de irregularidad funcional y aparente corrupción que van desde su ex presidente Gerardo Díaz Ferrán hasta su actual vicepresidente y máximo baranda de los empresarios madrileños Arturo Fernández.
Sin instituciones —pocas, fuertes y dotadas con personas de talento— el Estado se hace imposible y, como vemos en nuestro caso, se desmenuza territorial y anímicamente, no se busca a los mejores para ocupar los turnos de poder y los escándalos —llámense Alfredo Sáenz, Jesús Sepúlveda o como corresponda al contra santoral del día— anulan lo mucho y bueno que, no sin esfuerzo y a pesar del Estado y el Gobierno, consigue plantear y realizar la sociedad. Nace todo ello de la crisis ética que, entre la ley del péndulo y el relativismo moral, ha suprimido viejos excesos con el alto precio de una generalizada anulación de valores, incluso cívicos, que vienen marcando el ritmo de la vida española. Sin atender, limpiar o suprimir —según los casos— las instituciones en vigor no habrá solución válida, solo chapuzas. En eso tienen poco efecto los «secretos» que Draghi les haya querido aclarar ayer a nuestros representantes. Nuestra ruina no es únicamente económica.
MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 13/02/13