JON JUARISTI-ABC

  • El imperio español lo debió casi todo a la práctica del encaje

La artesanía del encaje fue en España cosa de ida y vuelta. Parece que la de bolillos la aprendieron las tropas del Gran Capitán de las chicas genovesas que les contagiaban el mal francés durante las guerras de Italia, y la difundieron por Flandes las soldaderas españolas que acompañaban a los Tercios en la época de Carlos I y Felipe II, de manera que las flamencas ya pasaban por ser las grandes expertas mundiales en dicha técnica a finales del siglo XVI. No en la del mal francés, sino en la del encaje de bolillos, entiéndase. Los encajes más apreciados en Europa fueron durante el Antiguo Régimen los de Malinas, pero también cobraron bastante prestigio los de Valenciennes, con sus tocas borgoñonas cantadas por Kipling en su gran poema sobre los contrabandistas (incluido en Puck).

Mi amiga Eva Rodríguez Halfter recuerda de su infancia entre andaluza y manchega que las encajeras locales afirmaban haber aprendido su oficio de las brujas. Era un recuerdo distorsionado de las primeras maestras que habían tenido sus antepasadas y que no eran brujas ni mucho menos, sino beguinas de la localidad de Brujas que emigraron a España durante la guerra de los Treinta Años.

Julio Caro Baroja estudió a fondo el mundo de las brujas. Su madre, Carmen Baroja, hermana de Pío y de Ricardo, fue una gran especialista en la historia del encaje español (‘El encaje en España’, su encantador libro de 1933 publicado por Labor, merecería una nueva edición antes de que cumpla el siglo).

Pero a lo que íbamos. En un país como el nuestro, petado de rábulas, se comprende que la industria del encaje se aplicara preferentemente a la confección de puñetas para las togas. De ahí la expresión castiza «vete a hacer puñetas», o sea, «haz algo útil por una vez en tu vida y dedícate a una industria a la que nunca faltará demanda». El Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, recoge, como primera acepción de la voz ‘puñeta’, la de «encaje o vuelillo de algunos puños». Ahora bien, como expresión malsonante, la hace valer por ‘masturbación’ (debo reconocer que sólo he conocido este uso en México, nunca en España: al uso de la voz ‘puñeta’ me refiero no al del feo vicio solitario –o gregario, según las circunstancias–, pero quizás es que no he prestado suficiente atención).

El emporio del encaje español surgió en Bilbao, en 1880, por iniciativa de Manuel Mendoza Miranda, coetáneo y amigo de Unamuno y natural de Fermoselle.

Este egregio bilbaíno, nacido zamorano porque le dio la gana, fundó ‘Los Encajeros’, comercio que es hoy una firma internacional de ropa infantil en la que cualquier día desembarcarán los saudíes para devolverla al cultivo ancestral de lencería erótica si Calviño no lo impide. De momento, tanto el gobierno como la oposición parecen ansiar encajes a porrillo. Estupendo: que se vayan todos a hacer puñetas.