Gregorio Morán-Vozpópuli
  • Bolaños, otro armario, pero de IKEA. Frágil y hecho a pedazos, desmontable. No se espera de él buenos rendimientos sino que ocupe un espacio vacío

No es baladí la diferencia. Un cortafuegos designa que afrontamos un incendio y un fusible salta cuando hay una alteración en la corriente. Queda para cada cual apreciar si la crisis generada por las escuchas del CNI son otra prueba del incendio en el bosque de un gobierno con maneras de bombero torero, o si se trata de un salto de voltaje al que se muestra incapaz de regular una red improvisada de forma un tanto chapucera. De cualquier modo, los profetas de cada día nos iluminarán por encima de fuegos y averías.

Nos hubiéramos evitado muchas dudas si hubiéramos atendido, no sin estupefacción, lo que El País en primera página y a cuatro columnas anunciaba: el cese “inminente” de la jefa del CNI. Así fue. Lo publicaron el domingo y sucedió el martes. La información iba firmada, como no podía ser de otra manera, por Carlos E(lordi) Cué, portavoz honorario del presidente Sánchez. Tiene más fidelidad al original que el propio BOE, porque si en el Boletín aparecen hasta los anteproyectos que van a discusión, en este caso todo es molla; directamente del productor al consumidor.

Nos perdemos en el dilema semántico entre cortafuegos-fusible y se nos va lo principal. Si son 60 independentistas o 16 los escuchados, apenas si tiene recorrido, porque conspiraban para declarar la independencia. Que luego se convirtieran en aliados del Gobierno no habría de afectar a los Servicios de Seguridad del Estado. No sin sarcasmo podríamos decir que si no le preocupa al propio Sánchez ciudadano, menos tendría que afectar al funcionariado dedicado a proteger al Sánchez presidente. Pero todo cambió cuando en la película apareció el “macguffin” -ese recurso que se inventó Hitchcock para sorprender al espectador-. Lo importante no es tanto quién espiaba al Presidente hasta en su alcoba -una obviedad tratándose de un hombre con poder-, sino por qué no estaba protegido. ¿O es que estaba protegido y se sacó “un sánchez” de su caja de chapitas, que le convirtiera en víctima cuando sólo era irresponsable?

Las tres personas que podrían echar luz sobre el asunto son opacas como un armario. La cesada Paz Esteban, que se comió el marrón, seguirá de alta funcionaria hasta su inminente jubilación; después de décadas en su gremio sabe que se cobran los silencios pero las palabras se pagan. Luego Margarita Robles. Pasma esta súbita mutación de los profetas del día siguiente; han pasado de considerarla “la patriota valiente” a tildarla de “cínica servil”. Exabruptos de gentes con poca entendedera y mucha labia. Margarita Robles se formó en política en la Academia de Corte y Confección que dirigía Juan Alberto Belloch, aquel ministro del Oxímoron, que ocupó al tiempo las carteras de Justicia e Interior, algo tan insólito que sólo se entiende con un Felipe González acosado y en trance de decadencia. Margarita Robles era entonces la mano izquierda de Belloch; ejercía de discípula. Con esos antecedentes formativos se puede ser todo: patriota, audaz, arrogante, servil, calculador, ambicioso siempre hasta que el mando te separe. Paz desciende, pero Esperanza (Casteleiro) sube, y aquí no ha pasado nada. ¿Quién va a meter el dedo en un avispero como el CNI?

Queda Bolaños, otro armario, pero de IKEAFrágil y hecho a pedazos, desmontable. No se espera de él buenos rendimientos sino que ocupe un espacio vacío. Cuando el jefe echó a Iván Redondo él ya había demostrado que podía hacer lo mismo, aunque sin inventiva ni pisar callos. Ejerce como las mascotas, dicho sea sin ánimo de ofender y sólo por acercarnos a lo simbólico. Es verdad que resulta poco expresivo y que los periodistas sienten cierto embarazo, como si estuvieran haciéndole pasar un mal rato. Nunca se explica, sólo se justifica. Por tanto, preguntarle a él sobre las escuchas a su Jefe y Dueño parece como un gesto de crueldad. Sabe lo que le digan que sepa, y por tanto es un prodigio de las paráfrasis. Inquietante por un par de detalles: nadie pedirá nunca su dimisión y no sabe sonreír. Esa gente es peligrosa, porque parecen inocentes y suelen ser implacables. Por mi Señor, lo que haga falta.

Ni cortafuegos ni fusible, se ha provocado un cortocircuito y eso sólo se resuelve aumentando las reparaciones. Habrá que pagar más a los intermediarios para que restablezcan el servicio. Cuando se habla mucho de una cosa, en general suele ser síntoma de una carencia. Tanta insistencia en la transparencia resulta sospechosa. No sólo son opacos los armarios, es que la vida política se parece a un bloque de hielo. Aunque se vaya derritiendo, lo que queda tiene una consistencia que lo hace impenetrable. ¿Quién sería capaz de adentrarse en algo, tan nimio en realidad, como la coalición de las supuestas izquierdas radicales en Andalucía? Pues ahí tiene un caso donde lo pequeño se vuelve berroqueño. Tan pocos, tan suyos y tan simples. Los “partidetes”, que antaño se denominaban grupúsculos -ahora prohibido por la corrección política de los impunes-, son modelos de opacidad, si bien exigentes de trasparencia ajena. Y todo porque han conseguido que no llamemos a las cosas por su nombre, incluso amenazándonos con leyes que todos sabemos no son iguales para todos.

Cuando el CIS de Tezanos promueve una encuesta sobre la crispación política no estamos ante una iniciativa inocente. Los crispadores se quejan y el común asiente cándidamente. El señorito de la corrala ha calificado de “mangantes” a sus oponentes, pero no es con ánimo de crispar sino por consideración hacia sus adversarios. La ansiedad ante un futuro incierto está provocando una situación de indignación generalizada. El monopolio del cabreo no está en manos de quien se contonea escribiendo en el BOE. Es más profundo porque se incuba en una ciudadanía que ha vivido y aún sufre la crispación en Cataluña, violencia incluida. Esa misma que está castigada con la precarización negada por los mismos que se montaron a ella para alcanzar los cielos de su casa. Se han tomado el “jarabe democrático” con sabor a ricino que administran en su taller de recambios. En fin, no se puede pedir a la gente que grite “aleluya” cuando les das patadas en los cojones.

No es verdad que la gente se enfrasque en la crispación. Lo suyo es indignación, porque el presente es áspero y el futuro inquietante. Les basta con contemplar el terror pánico que siente la clase política gobernante a afrontar unas elecciones. Ellos sí que están crispados, porque no hay cortafuegos ni fusibles que les eviten la angustia de verse fuera del circo.