Ignacio Camacho-ABC
- La carta de Sánchez a sus bases es el autorretrato moral de un personaje que de tanto engañar ya no engaña a nadie
Igual que el alcalde que encarnó el inolvidable José Isbert en «Bienvenido míster Marshall», Pedro Sánchez ha sentido que como secretario general del PSOE les debía una explicación a sus militantes. Y ha escrito, o mandado escribir, una farragosa carta en la que no termina de aclarar sobre qué tenía que explicarse. Que si los presupuestos progresistas, que si la transición ecológica y digital, que si la derecha trumpista reacia aceptar los resultados electorales, que si las fakes news, que si la necesidad de ejercer sus responsabilidades… tres folios largos de divagaciones en los que no aparece el verdadero motivo del mensaje. Que no es otro que el pacto con Bildu, cuyos remordimientos subyacen bajo un montón de elípticas generalidades
con las que intenta sortear su pudor para nombrar lo innombrable. Una infumable catequesis sólo apta para creyentes ejercitados en la servidumbre, en la fe acrítica del vasallaje; una pretendida arenga que se queda en cansina perorata cobarde en la medida en que no se atreve a mencionar la cuestión clave. Un autorretrato, en definitiva, de un personaje que a base de engañar a todo el mundo ha llegado a un punto en que no engaña a nadie.
Todo el Gobierno y la cúpula socialista han pasado la semana tratando de negar la evidencia de un acuerdo que avergüenza a los miembros del partido capaces de conservar un resto de escrúpulo ético. Los trackings de Moncloa han detectado entre los votantes un malestar interno susceptible de alcanzar cierto nivel de riesgo. El presidente no va a admitir que ha ido demasiado lejos pero es consciente de ello, y está molesto con la coalición paralela que ha armado Iglesias para tener un pie fuera del Gabinete y otro dentro. Esta vez sus gurús, ebrios de superioridad, han cometido un grave error estratégico; la opinión pública ha visto a un gobernante preso de la influencia concluyente de Podemos, que además se jacta de hacer valer su escaso peso. Y la carta a las bases constituye una confesión porque cuando te tienes que explicar estás aceptando que no te han entendido, y si no te entienden no es por déficit comunicativo sino porque no hay modo aceptable de justificar ese salto al vacío. Ruido sobre ruido; tanto asesor para acabar metido en un lío propio de principiante político por minusvalorar la memoria colectiva del terrorismo y creer que toda la sociedad comparte su misma falta de principios.
Este aspecto es el más cínico de la circular, el más ruin, el más desvergonzado. Ese párrafo indigno en que el líder de la nación se queja de que la alianza con los herederos de ETA opaque el debate presupuestario y arrastra el dolor de las víctimas por el barro, con escalofriante ausencia de empatía y de tacto, desdeñándolo como un remoto, insignificante «asunto del pasado». Se ve que lo importante, lo actual, lo perentorio, es el ajuste retroactivo de cuentas con Franco.