JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO
- La ausencia del presidente del pasado debate forma parte de un modelo de hacer política en el que el gesto no apunta a nada que esté más allá de si mismo
De caos han tachado juristas y políticos de prestigio la situación que se ha creado a raíz de esta ya tercera declaración del estado de alarma en nuestro país. Y, visto cómo se desarrolló el pasado jueves el debate del Congreso sobre su prórroga, resulta casi de pura honradez intelectual sumarse a ellos. Al margen de los proponentes, ninguno de los otros grupos que la apoyaron pudo dejar de expresar sus dudas. O la duración de seis meses les parecía excesiva o no les gustaba que se le hurtara a la Cámara tanta facultad de control o consideraban escasas e inseguras las facultades que se delegaban a sus respectivas comunidades. Sea por lo que fuere, flotaba en el aire una sensación de indeterminación e incertidumbre que nada bueno auguraba. Tan revueltas las cosas, no me parece oportuno contribuir, con mis impertinentes comentarios, a incrementar la confusión que, como una ola, ha inundado a la ciudadanía. Dejaré, pues, al discurrir de los hechos el desenlace de este presunto caos y me centraré en otro punto que, por banal que parezca, constituye el meollo de lo que ocurre en la política española. Partiré de un hecho que fue reproche casi unánime en el debate: la ausencia del presidente del Gobierno.
Juzgada en el contexto del modo de hacer política que viene exhibiendo Pedro Sánchez, esa ausencia no fue casual, sino un gesto cargado de significado. Chulería o desdén serían los dos sustantivos que a cualquiera no especialmente malpensado se le ocurrirían para interpretarlo. Sin esa intención despectiva no se ausenta del Congreso un presidente de gobierno en el preciso momento en que empieza a debatirse un asunto que, por su relevancia legal y política, a él más que a nadie correspondería defender. Pero es que, ya desde antes de que fuera investido en su cargo, el uso del gesto como modo de transmitir ideas y actitudes, la gestualidad como método de acción política, era una de las características del personaje. Merece la pena detallarlo.
«Ausentarse es simplemente dejar de estar, lavarse las manos. Un desdeñoso ahí-os quedáis»
Le viene a uno a la mente, como primer y más chocante ejemplo, aquel mitin de campaña en que se plantó en la tribuna, decidido a subrayar su acendrado patriotismo, con una hectárea de bandera española a sus espaldas. Sobraban las palabras. Luego se nos han hecho familiares otras imágenes como la de aquel pasillo que sus ministros le formaron, al más puro estilo cesarista, a la puerta del Consejo de Gobierno para darle la enhorabuena por el acuerdo alcanzado en la UE sobre la reconstrucción tras el golpe de la pandemia o aquella otra del encuentro que tuvo con la presidenta de la Comunidad de Madrid, rodeados ambos por una veintena de enseñas autonómicas y nacionales. Y, más reciente, acabamos de verle el pasado lunes, junto con el vicepresidente segundo del Gobierno, portando, con estudiada solemnidad, cada uno de un lado, el dorado tomo de los Presupuestos Generales del Estado para mostrárselo a la cámara -que somos nosotros- al modo en que dos curas napolitanos portan y muestran la reliquia de san Genaro para que los fieles contemplen, año tras año, la sangre licuefacta del patrono.
Nos encontramos, pues, ante un modo de hacer política en el que el significante ha devenido significado. No se trata del empleo del gesto como apoyo del mensaje o la acción. El gesto no apunta a nada que esté más allá de sí mismo. Él es el sentido. No tiene, por tanto, razón el proverbio chino. «Es el dedo, estúpido, no la luna», habría que replicarle. El efectismo suplanta a la eficacia. Es ésta una característica que la llamada posmodernidad ha elevado a categoría y que el presidente ha convertido en su modo personal de hacer política. Supone el vaciamiento de todo sentido, al que no son ajenos, sino que le sirven, más bien, de leales compañeros, los fenómenos de la posverdad, de las fakenews, de los hechos alternativos y de la sustitución de la dura y sólida facticidad por la fluida y voluble percepción subjetiva. Metidos en esta harina posmoderna, nadie tiene más autoridad que nadie y lo mismo da la predicción del sabio que el vaticinio del augur. En vano luchará el científico por enfrentarse al desparpajo del último tertuliano. Espero, desconcertado lector, que esta somera reflexión le haya ayudado a entender la ausencia del presidente del pasado debate.
No le busque más sentido. Ausentarse es simplemente dejar de estar, desentenderse, lavarse las manos. Un desdeñoso ahí-os-quedáis. El gesto lo dice todo.