ES LA NACIÓN, ESTÚPIDOS

ABC-Ignacio Camacho

El problema catalán, el flanco más débil de Sánchez, quedó relegado anoche a un inaceptable y tardío segundo plano

SE puede ganar un debate, o dos, y perder las elecciones, y viceversa. Los debates no los gana, a fin de cuentas, el que más zascas propina ni el que más satisface a su clientela cafetera, y a veces ni siquiera el que demuestra mayor solvencia, sino el que logra mover más votos en la dirección que desea. Ocurre que eso no se sabe nunca a ciencia cierta; el único modo de averiguarlo a medias son unas encuestas que no se pueden publicar por culpa de una ley añeja. En realidad, los espectadores vemos el coloquio con una perspectiva distinta a la de la estrategia que los candidatos emplean, dirigida por lo general a segmentos muy determinados de la audiencia. Y los efectos tampoco suelen ser los que reflejan las apariencias: un vapuleo como el que Sánchez ha recibido por partida doble, por ejemplo, puede movilizar a sus simpatizantes más perezosos para evitar el triunfo de la derecha, y ésta a su vez corre el riesgo de dividir aún más el voto a consecuencia de los rifirrafes entre Casado y Rivera. Se trata, en síntesis, de un juego con distintas reglas: nosotros tendemos a valorar la brillantez o la energía dialéctica y ellos buscan a tientas la manera de atraerse voluntades concretas, las de los indecisos que a estas alturas aún esperan un detalle, una inflexión, un gesto que les convenza. Rara vez una promesa: para eso es demasiado tarde porque en esta fase de la campaña –quizás en toda ella– cuentan más las impresiones y las emociones que las ideas.

Así las cosas, se hace difícil columbrar si esta sesión continua y bastante absurda a cuatro voces va a tener influencia significativa en el resultado por más que el presidente recibiese un contundente varapalo. Sobre todo teniendo en cuenta que la quinta fuerza nacional, Vox, no estaba presente en el escenario y continúa moviéndose a sus anchas en un plano subterráneo. El aspecto más relevante y claro es que Sánchez ha tenido que salir de la confortable zona templada en que se había instalado y que su probable triunfo no se va a producir con la placidez de un viaje en Falcon. Cataluña sigue siendo su punto más flaco, el que puede transformar su optimismo en fracaso y el único que puede dar una oportunidad a PP y Ciudadanos, que en su pugna interna han cometido el error de tratarse más como rivales que como aliados. La idea de nación, relegada en la agenda del debate de A3Media a un vergonzoso, tardío y casi cómplice segundo plano horario; la defensa de una España amenazada por la anuencia del presidente con los autores del golpe contra el Estado, es el músculo moral con el que el centro y la derecha pueden dar el salto. Si ese concepto esencial no basta para desencadenar una rebelión cívica, viviremos una ruptura del régimen constitucional a plazos. Y ésa es una decisión que está ya en nuestras manos, por encima de la atrevida brillantez de Rivera o de la competente convicción de Casado.