Es un trío

Derogamos, Yolanda, pero no te vayas, Nadia, que también cumpliremos con el plan de recuperación. Y que venga Garamendi, que una derogación sin ellos no me acaba de gustar

Al ver la foto de la semana pasada en la que Pedro Sánchez se paseaba entre sus dos primeras vicepresidentas por Trujillo, a uno le pareció que estaba hecho un Don Hilarión entre una morena (teñida de rubia), digamos que hablo de Yolanda y una rubia primigenia que, ya lo habrán adivinado ustedes, se corresponde con Nadia Calviño.

Tuvimos acceso a las imágenes que proporcionó Moncloa a los medios, porque estos, propiamente dichos, no tuvieron acceso al sancta sanctorum, daba no sé qué una plaza tan monumental como la de Trujillo para tan pocos transeúntes, porque también al pueblo llano le habían impedido llenar las calles por si acaso. Normal, Don Hilarión tiene ya escamas porque la chusma se pone levantisca en cuanto ventea su proximidad y ya se sabe que quien evita la ocasión, evita el peligro. No lo pudo evitar del todo porque el personal se las arregló para hacerle llegar unas endechas en cuanto bajó a la plaza, a veces en forma de ripio: “Sánchez, pardillo, no vuelvas a Trujillo”, a veces con reclamación llana: “Un tren digno para Extremadura”.

Esto sucedía en los prolegómenos de la XXXII cumbre hispano-portuguesa, ya se sabe que es en las cumbres donde más brilla el genio de nuestro estadista, así pudimos ver en la cumbre del G-20 en Roma otro de sus cordiales y brevísimos encuentros con Joe Biden, después del que mantuvo el 14 de junio en la de la OTAN. Una rapidez en sus encuentros internacionales que se ha querido comparar con el coito de algunos seres privilegiados del reino animal, principalmente las aves: recuerda al legendario visto y no visto de las abubillas, aunque mi amigo Jorge, un especialista, me sugiere que tal vez se acerque más a la brevísima cópula del tejedor republicano, sin necesidad de que este sea obligatoriamente catalán.

Pero en la cumbre portuguesa se tuvo que repartir entre sus vicepresidentas, en duelo por los favores del sultán y quizá también por la reforma laboral. Yolanda Farrah Fawcett Lenin, como la llama mi admirado Antonio Portero, estuvo más cerca de la toma de posesión, pasándole la manita por el cachete. Él, ecléctico y magnánimo repartió sus favores entre las dos, unos segundos a cada una, tal como había hecho con su posición sobre la reforma laboral, asunto en que Echeminga Dominga, el atroz portavoz que diría aproximadamente Borges, había reclamado el ‘pacta sunt servanda’ del acuerdo de Gobierno: “Derogaremos la reforma laboral. Recuperaremos los derechos laborales arrebatados por la reforma laboral de 2012”. Así lo sostenía Sánchez en la clausura del Congreso de Valencia, para inclinarse hacia Nadia mientras duraba la cumbre de Roma, evitando la derogación en favor de los cambios: “algunas de las cosas que se hicieron mal en 2012”. Ahora el Gobierno se ha soltado la faja y vuelve a la derogación aunque pretende que la CEOE esté en el ajo. Tal vez no haya en ello más que una táctica dilatoria de Sánchez, que quiere llevar la negociación hasta navidades, mientras su vicesegunda y los sindicatos quieren que  el asunto se sustancie en este mes de noviembre. O sea que Pedro está comprometido con la derogación, pero también con el plan de recuperación enviado a la Comisión Europea. ¿Qué en qué se resolverá este lío? Pues depende de lo que le convenga a Sánchez mientras le dejen y de que pueda engañar a tantos durante tanto tiempo.