Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Muchas personas que fueron a ver al Real Madrid han vuelto horrorizadas. La delincuencia campa a sus anchas

No es privativo de la capital francesa. En nuestras ciudades lo vemos a diario. Pero la censura progresista impide en llamar a esta lacra y a sus responsables por su nombre. Es la excusa que aquellos que auspician la delincuencia han encontrado para impedirnos llamar la atención sobre un hecho incontestable. Seamos claros: todo el vandalismo, los robos, las bandas que se ensañaron con los aficionados que estaban en París tienen el mismo origen. De la misma manera que en nuestros barrios, donde la delincuencia es, mayoritariamente, extranjera. Bien sé que decir esto son ganas de complicarse la vida, porque automáticamente te califican de xenófobo, de persona odiadora de todos los que no pertenecen a tu raza. Enorme y colosal error. En primer lugar, las razas no existen. Lo que sí es real son las culturas, los códigos y las reglas que cada uno ha mamado desde pequeño. Es ahí donde hay que buscar las diferencias y no si en un ser humano es blanco, negro, cobrizo, alto, bajo, hombre, mujer, joven o anciano. Todos, sin excepción, somos formas de vida basadas en el carbono y tenemos que morir algún día. De ahí que lo que somos dependa, en no poca medida, del artificio cultural en el que hayamos nacido.

Lo que estamos pagado es el precio de ser una sociedad en la que las leyes son como una pompa de jabón y la exigencia de su cumplimiento es terriblemente laxa. Sea para el millonario que defrauda, para el político que roba o para el inmigrante ilegal que delinque

Desde este punto de vista, y salvado ese peaje que la progresía ha alzado para impedir que entremos en un terreno que a ellos les conviene mantener acotado, debe señalarse que dichos colectivos son bastante impermeables a nuestros valores. En Francia, por seguir el ejemplo, los yihadistas más radicales se encuentran entre franceses descendientes de emigrantes árabes que se afincaron en el país vecino hace treinta, cuarenta, cincuenta años. Estamos hablando de terceras generaciones. Y si en un país que tiene al estado y a sus instituciones bien calafateadas se produce esto ¿qué no habrá de pasar en España, dónde todo está vilipendiado? ¿Qué valores pretendemos trasladarles a los inquilinos de nuestras banlieus, los de la plastilina y el aprobado sin estudiar? Porque al menos los franceses todavía creen en el mérito, cosa que aquí no sucede. Su ejemplo debería hacernos reflexionar a todos. Existe una piedra en algunos colectivos de inmigración absolutamente refractaria a la hora de aceptar nuestra escala de valores. Ni son los suyos ni lo serán jamás. Nos pongamos como nos pongamos, máxime si existen formaciones políticas que se ponen de su lado, la democracia liberal les es completamente ajeno, como los derechos de la mujer, del niño, el respeto a la ley, la convivencia democrática o la diversidad de credos.

Y que no se nos diga que son sus costumbres, que somos racistas o que estamos pagando las consecuencias de ser unos colonialistas genocidas. Lo que estamos pagado es el precio de ser una sociedad en la que las leyes son como una pompa de jabón y la exigencia de su cumplimiento es terriblemente laxa. Sea para el millonario que defrauda, para el político que roba o para el inmigrante ilegal que delinque. Es igualmente injusto y execrable que alguien se libre de su justo castigo por tener dinero e influencia que por pertenecer a este o aquel grupo. Y si alguien cree que existen colectivos por encima de la legalidad, que lo diga sin ambages. Escarmentemos en la cabeza ajena de esa Francia, después de tantos años de pijoprogresismo suicida.