El Correo-NICOLÁS SARTORIUS
Fuerzas como Vox son de extrema derecha, pero no son el fascismo como si estuviéramos en los años 30. Confundirlo es un error de bulto y una banalización de ese concepto
Algún día tenía que suceder. Era un tanto insólito que en casi todos los países de la Unión Europea hubiese partidos de extrema derecha y en España no. En realidad, durante años esta tendencia ha estado cobijada y aletargada bajo el manto del PP, hasta que ha despertado y organizado cuando se han dado determinadas condiciones propicias y la vacuna ha empezado a perder sus efectos. Después de 40 años de dictadura de derechas, España se había vacunado contra esa infección a lo largo de varias décadas de democracia, pero no se podía pretender que los efectos de la dosis duraran toda la vida y ahí tenemos a la derecha extrema en forma de Vox. Han coincidido varias concausas para que esta voz haya sonado con cierta agudeza. De entrada, la pérdida del Gobierno por parte del PP y su débil actitud –a juicio de los ‘voceros’– a la hora de afrontar el intento secesionista en Cataluña. Unido a lo anterior, la radicalización que ha producido en sectores de la ciudadanía, sobre todo en la derecha, ese mismo fenómeno. No conviene olvidar que es una constante histórica que los nacionalismos se retroalimentan en la misma proporción en que se extreman. No es casual que Vox propugne la desaparición de las autonomías, del Senado, del Tribunal Constitucional y de todo aquello que huela a pluralidad.
Luego, el rechazo total de los inmigrantes, con medidas drásticas, poco imaginativas e importadas del ‘trumpismo’ americano, como levantar muros en Ceuta y Melilla. Se trata, en el fondo, de las mismas recetas que encontramos en la francesa Le Pen, el italiano Salvini, los alemanes de Alternativa por Alemania, el húngaro Orban o los polacos del PiS, etc. Con la única diferencia, no menor, de que por estos pagos el fenómeno no ha alcanzado todavía la extensión y profundidad de los ejemplos mentados. En todos los casos aparece una reacción nacional-populista contra una globalización excluyente, hegemonizada por poderes y políticas neo-liberales que han perjudicado a amplios sectores sociales. Lo paradójico del asunto es que todas estas fuerzas proponen una política económica ramplonamente neoliberal al mejor estilo de la escuela de Chicago, que ya practicara en su día Pinochet y compañía.
Sin embargo, cometeríamos un error si pensáramos que lo dicho hasta aquí explicaría todo lo sucedido en Andalucía. Del descalabro del PSOE no es responsable Vox. El que cientos de miles de votantes socialistas se hayan quedado en casa es exclusiva responsabilidad del Partido Socialista. De un lado, son casi 40 años gobernando el mismo partido sin que el resultado haya sido especialmente brillante. Es evidente que Andalucía se ha transformado mucho a mejor, pero no es menos cierto que las cifras de paro, abandono escolar o renta por cabeza siguen siendo de las peores de España. Y no creo que les haya beneficiado el ambiente de corrupción, clientelismo o enchufismo que ha rodeado el largo proceso de los ERE. Cuestiones que a la izquierda no se le perdonan.
Una vez más, la conjunción Podemos-IU no ha sumado, sino que ha restado como ya sucedió en ocasión anterior, lo que debería llevar a alguna reflexión crítica por parte de los afectados. El discurso radical anti-capitalista –sin alternativa– y las complicidades con los partidos separatistas catalanes no creo que hayan gustado a los electores andaluces y me temo que tampoco en el conjunto de España. Las primeras manifestaciones de sus líderes no indicarían que han entendido cabalmente lo sucedido. Situar el centro de la política en una especie de frente anti-fascista, con el ‘no pasarán’ como consigna, me parece un error de bulto. Primero, porque esas fuerzas son de extrema derecha, pero no son el fascismo, como si estuviéramos en los años 30 del siglo pasado. Significa banalizar el concepto y un desconocimiento de la naturaleza violenta, liberticida y belicista del fascismo. Luego, porque supone darle a Vox una trascendencia que, de momento, no tiene, y, supondría hacerles el juego y poner a las fuerzas progresistas a la defensiva. Por último, sería una incoherencia pretender formar un frente o alianza anti-fascista con partidos –el PDeCAT entre ellos– que son muy de derechas, secesionistas y cuyo objetivo es acabar con la Constitución, es decir, con la democracia realmente existente.
No olvidemos que el que mejor resultado ha obtenido ha sido Ciudadanos, partido nacido en Cataluña y con un nítido discurso anti-secesionista. Porque el eufórico PP ha perdido cientos de miles de votos hacia Vox y ya veremos si se pone de acuerdo con Ciudadanos para articular una mayoría de Gobierno. Ambos quieren presidir y no le será fácil a C’s ir del brazo de Vox, perteneciendo al grupo ‘Lib-Dem’ en Europa y apoyando a Valls en Barcelona. Muchas cosas veremos en los próximos meses.
En mi opinión, el antídoto contra estas fuerzas que se extienden por Europa reside en acentuar las medidas que conduzcan a una mayor cohesión social, una mejor cohesión territorial y un funcionamiento perfeccionado de las instituciones, y esto no se hace con fuerzas de la derecha nacionalista que lo que pretenden es romper la unidad del país. No nos equivoquemos: el objetivo principal de esta ‘internacional nacional-populista’ es acabar con el proyecto europeo, y volver a las monedas y ‘soberanías’ nacionales, y este proyecto no se defiende aliándose con partidos separatistas o populistas que de triunfar volarían la UE. Por el contrario, conviene unir a las fuerzas democráticas, progresistas y europeístas pues el gran reto, donde nos jugamos el futuro, de verdad, es en las próximas elecciones de mayo al Parlamento Europeo.