ETA, derrota y estrategia

SANTIAGO GONZÁLEZ  20/02/14

Santiago González
Santiago González

· En ‘Tener y no tener’, película de Howard Hawks sobre una novela menor de Hemingway, el gran Walter Brennan  preguntaba a Bogart: “¿Te ha picado alguna vez una abeja muerta? “Eso no puede ser”, respondía éste.  “Claro que puede ser. Hay que tener mucho cuidado con las abejas muertas. Si las pisas con los pies descalzos pueden picar tan fuerte como cuando están vivas, sobre todo si estaban enfadadas cuando las mataron”.

Me venía esto a la cabeza hace tres semanas,   ( 27 de enero) al leer en La Vanguardia que la Fiscalía francesa describía una ETA moribunda sobre la que advertía que “se espera que desaparezca, pero aún puede dar sobresaltos”, teniendo en cuenta los arsenales que aún mantiene clandestinos  y el hecho de que aún conserva 20 ó 30 activistas que se dedican a mantenerlos operativos. La semana pasada fue noticia en toda la prensa nacional la detención de Antonio Troitiño. Tras ser liberado en aplicación de la sentencia Parot, se integró de nuevo en ETA (Ihesko-Refugiados). La banda le había entregado seis DNI, dos permisos de conducir y dos tarjetas sanitarias.

Exactamente igual que él sus 63 compañeros de la rueda de prensa de Durango. Es inevitable, un terrorista de una organización no disuelta, que no se ha arrepentido y no ha roto con la organización, al ser puesto en libertad, vuelve a pertenecer a la banda. En Durango, aquellos ex presos eran miembros de ETA desarrollando una actividad propagandística programada por ETA.

Vencedores y vencidos.

Me van a permitir una brevísima explicación del asunto del que voy a tratar en esta charla. ‘El terrorismo entre la derrota y el empate’ y que hoy está en las redes sociales, en las portadas de los periódicos, en la división que registran las asociaciones de víctimas del terrorismo y hasta  en las divisiones que atraviesan el partido del Gobierno, el PP.

Creo que una parte del problema descansa en la falta de acuerdo sobre el significado de las palabras y de los conceptos que empleamos. El primero es justamente la derrota; tratemos pues de deshacer los equívocos que se han generado en torno a él. Derrotar es según el DRAE en la acepción que más conviene, la militar: “Vencer y hacer huir con desorden al ejército contrario.”

A comienzo de este mes moría en Innsbruck Maximilian Schell, un actor que ganó el oscar con su interpretación del abogado defensor de Burt Lancaster en la película de Stanley Donen ‘Vencedores o vencidos’. El título original era ‘Juicio en Nuremberg’ y la historia que se contaba  era  la del juicio a los magistrados que habían aplicado las leyes nazis. La censura franquista quiso introducir un matiz de duda, como si fuera opinable quiénes habían sido los vencedores y quienes los vencidos.

Viene esto a cuento porque en la literatura que ha acompañado eso que se llama ‘proceso de paz’, se ha empleado recurrentemente la  idea de que se busca una paz sin vencedores ni vencidos, unas honrosas tablas, digamos. El Acuerdo de Gernika, firmado por la izquierda abertzale el 25 de septiembre de 2010 así lo prescribía “porque una paz justa hace a todos vencedores, frente al conflicto armado, la imposición y la discriminación”.

Vayamos por partes. Creo que ETA ha sido derrotada desde el punto de vista policial. Los Cuerpos de Seguridad del Estado han reducido a la banda terrorista a la mínima expresión y su capacidad operativa casi hasta la nada. El terrorismo está derrotado y “ante esta derrota, veo difícil que ETA vuelva a atentar, porque también su propia masa social le está pidiendo que se disuelva (sic)”, declaró el ministro del Interior el 31 de marzo de 2012.

La primera parte de su afirmación es cierta. La segunda, no. No hay una sola declaración de Sortu o cualquiera de las coaliciones que anima (Bildu, EHBildu y Amaiur), de ninguno de sus dirigentes, ni siquiera a título personal, que pida a ETA su disolución. No lo hace en absoluto el frente de makos, también llamado EPPK, tampoco lo hizo ninguno de los 63 terroristas excarcelados por la sentencia del Tribunal de Estrasburgo. Ningún editorial de Gara, ninguno de sus columnistas se ha mostrado partidario de que  ETA se disuelva, desaparezca.

Una víctima colateral del estado de la cuestión es el lenguaje. Y un concepto importante que ha quedado tocado es el de la derrota de ETA, que empezó a popularizarse durante el llamado ‘proceso de paz’ de Zapatero.

 

Creo que fue José Mª Calleja el primero en escribir un libro con ese título. Desde entonces la derrota de ETA o ETA está derrotada, ha sido un sintagma usado con carácter apodíctico. Entre los tirios, pero también entre los troyanos de la afirmación contraria: ETA ha derrotado a la democracia.

El caos conceptual es notable, como lo prueban cuatro afirmaciones que paso a leerles. Las cuatro han sido pronunciadas por gentes muy principales del Partido Popular, que es el partido del Gobierno, en la reciente convención que les reunió en Valladolid:

Jorge Fernández Díaz: “ETA está absolutamente derrotada y no pararemos hasta que se disuelva” LV 31-1-2014

Esperanza Aguirre, sector crítico: “ETA no está derrotada ”

 Esteban Gonzalez Pons: “ETA está vencida pero no derrotada”.

Arantza Quiroga, gran esperanza blanca del PP vasco, en la Sexta 1-2-2014: “quien sabe cómo está ETA son las Fuerzas de Seguridad del Estado”, pero “ETA está derrotada porque todo por lo que ha luchado no lo ha conseguido”.

Tal vez deberíamos, para variar, empezar por definir los conceptos que manejamos, con el fin de saber de qué estamos hablando.

Haré algunas negaciones previas:

-Las víctimas del terrorismo no deben definir la política antiterrorista. Ni siquiera la política penitenciaria. Sin embargo, todo gobierno que quiera hacer  bien su trabajo deberá tener en cuenta la sensibilidad de las víctimas y deberá procurarles una información suficiente.

-No creo que el Gobierno esté negociando con ETA. No sólo no hay pruebas de ello. Ni siquiera indicios relevantes en mi opinión y sí los hay en dirección contraria como las detenciones de Alberdi y Narváez, fugitivos desde hace 22 años, dos viejos perseguidos en México, con varios asesinatos a sus espaldas.

-No tienen razón las víctimas que consideran que ETA ha ganado. Puede entenderse que en determinados momentos (la excarcelación de Bolinaga) el sentimiento de humillación les lleve a eso, pero la organización terrorista ha perdido su lucha armada contra el Estado. Su derrota policial es evidente, su estructura operativa ha sido reducida al mínimo por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y es poco probable que pueda volver a matar.

Esto, es preciso repetirlo, ha sido obra de los cuerpos de Seguridad, no de la determinación del pueblo vasco, como sostienen con candor las almas bellas.

El abogado Txema Montero, antaño defensor de terroristas y hoy en esa agradable cámara de descompresión que es la Fundación Sabino Arana, lo dijo con  claridad en una entrevista en Deia hace un par de años: “ETA ha sido derrotada por la Guardia Civil”.

Pero la cuestión no era sólo anular su capacidad operativa, sino muy principalmente, derrotar su estrategia política. Vayamos a los clásicos: El objetivo del Pacto Antiterrorista, firmado por Aznar y Zapatero en diciembre de 2000, era «hacer explícita ante el pueblo español nuestra firme resolución de derrotar la estrategia terrorista…».

La razón esencial que llevó al Tribunal Supremo a ilegalizar Batasuna y marcas precedentes (EH y HB) en marzo de 2003 no era una presunta identidad entre ETA y sus expresiones políticas,  que no se establecía en ningún considerando de la sentencia, sino la estrategia que compartían con la banda terrorista.

Derrotar la estrategia es impedir que alcancen sus objetivos y supone asentar una idea básica: que recurrir al asesinato fue una iniquidad y que abominan de su historia y de su pasado; es elaborar el relato que vaya a quedar de todo esto, supone que la renuncia al uso de la violencia en el futuro vaya acompañado de la petición de que se disuelva la banda que la practicaba, así como el rechazo a toda su trayectoria delictiva.

¿Es compatible la derrota policial del terrorismo con su victoria política? Pues sí, lo es.  Se publican en estos tiempos grandes reflexiones sobre el gran momento que viven la democracia y la libertad desde que ETA no mata. Me apresuraré a decir mi propia perogrullada: yo también prefiero que ETA no asesine a que lo haga, faltaría más.

Su derrota policial y su renuncia a asesinar es condición necesaria, pero no suficiente. ¿Y qué circunstancias deberían integrar la condición suficiente? A saber:

Disolución y entrega de las armas. Condena del pasado de la organización y muy específicamente de los 858 asesinatos perpetrados en sus 53 años de existencia. Cualquier medida a favor de los terroristas presos debería pasar por el reconocimiento de la culpa, reparación de daños y colaboración con las Fuerzas de Seguridad para prevenir posibles atentados en el futuro, así como contribuir a esclarecer los 326 asesinatos del pasado que permanecen en la impunidad, y suponen el 38% de los cometidos por la banda.

El Código Penal en su artículo 90.1 también exige la petición expresa de perdón a las víctimas de sus delitos. A mí me parece bien que se considere eso como un indicio más para un pronóstico favorable de reinserción, pero creo que no hay que sacralizar el perdón.

En ningún caso la petición debe implicar ninguna obligación de respuesta favorable para las víctimas. Tal vez a nuestro debate le pase como a la cocina española, al decir de Julio Camba: que está demasiado influido por el ajo y las preocupaciones religiosas, por más que la cuestión del perdón sea anterior al cristianismo. Está en la antigua Roma: piget, pudet, poenitet (me pesa, me avergüenza, me arrepiento). Y lo tratan Catón, Séneca, Plinio, Quintiliano y Cicerón.  Pero viene muy bien lo de las aportaciones elogiosas para poner un ejemplo claro:

En 1983, el Papa Juan Pablo II visitó al terrorista turco Alí Agca en la cárcel en la que cumplía condena por el atentado cometido contra él dos años antes. Lo perdonó, pero no hizo la menor petición de que le fuera acortada ni siquiera un año la condena.

Hagan el ejercicio especulativo de ponerse a argumentar frente a alguien de la izquierda abertzale sobre la necesidad de que condenen el pasado de ETA, su práctica, sus asesinatos, la extorsión, los daños, el menoscabo de la libertad durante tantos años. Piensen, por ejemplo: es un requisito de la convivencia.

Observen la expresión de incredulidad de su hipotético antagonista. Y traten de hacer algo que siempre es interesante desde el punto de vista intelectual: meterse bajo su piel y tratar de razonar como él lo haría.

“Pero, hombre”, diría en primer lugar. “No nos echamos al monte para esto. Después de tanto trabajo y sufrimiento, no nos van a pedir que nos vayamos sin nada a cambio”.

Nunca había alcanzado la llamada Izquierda abertzale tanto poder en las instituciones. Nunca había presidido una Diputación Foral, ni una capital como San Sebastián, ni había tenido 1.138 concejales y 123 alcaldes. Y están ahí porque les ha votado una población resignada y, -por qué no decirlo-, envilecida por el poder de ETA para amedrentar a los ciudadanos. ¡Cómo se van a arrepentir  de haber levantado  la base en que se asienta su poder político! Se ha derrotado a ETA, pero su estrategia está dándole fruto: las famosas nueces de Arzalluz: más poder del que nunca tuvo en diputaciones y ayuntamientos. Mataban para conseguir el poder, no para satisfacer pulsiones raras. Mientras la estrategia les dé resultados, ¿para qué van a matar, o a intentarlo?

Habría más argumentos de peso: Durante mucho tiempo luchamos solos, mientras el PNV aceptaba la reforma y la vía estatutaria que nosotros denunciamos desde el momento cero: el mismo referéndum del Estatuto. Y ahora, cuando hasta el primer lehendakari de la estrategia fallida está con nosotros en Bildu y Amaiur,-pobre Garaikoetxea,-cuando el PNV se ha dado cuenta de su error y ha denunciado el Estatuto para pasarse al campo del soberanismo; cuando el resultado de nuestra estrategia está a la vista en los Ayuntamientos que controlamos y en la diputación de Guipúzcoa. ¿Pretenden que nos demos golpes de pecho y reconozcamos algún error?

Mi amigo Teo Uriarte decía con razón en una entrevista reciente con motivo de su  reciente libro ‘Tiempo de canallas’ que el proceso de paz de Zapatero condenó retrospectivamente el esfuerzo que había hecho Euskadiko Ezkerra por conseguir la disolución de los polimilis para reforzar a la ETA que siguió matando durante 30 años más.

Esto era un don en Zapatero, la especialidad en derrotar al sector de ETA que ya se había rendido, como ocurrió con Pakito, Carlos Almorza, Iñaki de Lemona, Makario, Koldo Aparicio y Kepa Solana. Estos seis cualificados terroristas escribieron una carta a la organización en septiembre de 2004 en la que sostenían que más valía dejarlo: “no es cuestión de cambiar el espejo retrovisor; es el motor, la lucha armada, lo que no funciona. Dentro de muy poco tiempo no habrá ningún gobierno que quiera negociar con nosotros”.

Y en estas llega Zapatero. El 14 de noviembre de 2004, Arnaldo Otegi hace el famoso discurso de Anoeta. Dos meses después, Zapatero le responde desde un mitin su partido en San Sebastián que él está dispuesto a hacer muchos esfuerzos por la paz. Pónganse en el lugar de Pakito y los cinco. Se le tiene que quedar a uno cara de gilipollas después de haber abogado por la rendición saber que el Gobierno sí está dispuesto a negociar. Zapatero empezó su proceso derrotando a la parte de ETA que estaba dispuesta a rendirse. Estas estrategias son un grave inconveniente para la disolución de ETA. Como todas estas de los verificadores que vienen pasado mañana, del Gobierno vasco abogando por la entrega de algunas armas. Todo eso retrasa la disolución, la solución. Si la democracia se conforma con menos, ETA no entregará lo máximo, que es su propio ser.

Por eso suenan algo raros algunos argumentos que se repiten con alguna frecuencia, como sostiene la presidenta del PP vasco: “han abandonado el terrorismo sin haber conseguido ni uno sólo de sus objetivos”.

Por una parte, y por caprichos del comportamiento humano, la sociedad vasca recompensa con votos las treguas etarras, algo que se aviene con la lógica de los terroristas: lo que no pudieron arrancar con la violencia lo exigen como premio por haber dejado de matar.

O sea, están consiguiendo poder. Pero es que ETA nunca llegó a plasmar en ningún texto reivindicaciones que fueran más allá de la autodeterminación y la territorialidad que ya reivindicó en la Alternativa KAS en 1976. Tampoco más acá.

ALTERNATIVA KAS

1. Amnistía Total. Se consiguió un año y medio más tarde.

2. Legalización de todos los partidos políticos, incluidos los independentistas sin necesidad de rebajar sus estatutos. Está conseguida.

3. Expulsión de Euskadi de la Guardia Civil, Policía Armada y Cuerpo General de Policía. Es un gran objetivo. Sortu pretende negociar la entrega de las armas (la disolución en ningún caso) contra la salida de Eukadi de los C.S.E. Ahora lo comparte el PNV; lo llaman adecuación.

4. Adopción de medidas para mejorar las condiciones de vida y trabajo de las masas populares y especialmente de la clase obrera.

5. Estatuto de Autonomía que cuando menos abarque los siguientes requisitos:

5.1. Reconocimiento de la Soberanía nacional de Euskadi. Derecho de autodeterminación, incluido el derecho a la creación de un estado propio. Este es un asunto que El PNV tiene en stand by hasta ver como se resuelve el referéndum escocés y el lío catalán.

5.2. El euskara lengua oficial, prioritaria de Euskadi. (No de jure, pero sí es prioritaria de facto.)

Contra lo que se ha dicho tantas veces y desde hace tiempo, nunca reivindicó una sociedad comunista, una Albania en el Cantábrico. Todo su proyecto social está en el punto 4: mejora de las condiciones de vida de los trabajadores.

Esto tiene su pequeña historia. Al comienzo de los años 80, el incipiente cine vasco hizo una película titulada ‘La conquista de Albania’, donde tres docenas de navarros  conquistaban ese país adriático en el siglo XIV.

Preguntado en una entrevista a mediados de los 80 por sus modelos, Txema Montero respondió: “Albania por su conciencia nacional y la RDA por su alto grado de desarrollo”. Pero cuando  Hans Magnus Enzsenberger preguntó a Iñaki Esnaola, entonces abogado de los terroristas para un ensayo que publicó bajo el título de “Las máscaras de la razón”, matizó a su compañero: “Nosotros nunca hemos querido establecer una Albania en el Golfo de Vizcaya. Nuestras miras se orientan más bien a alcanzar el modelo sueco.”

Como todas las tonterías se parecen, ayer mismo el diputado de ERC, Alfred Bosch, decía que “si Barroso, Van Rompuy o quien sea nos echa de la Unión Europea seremos una Suiza o una Noruega en el Mediterráneo.”

Hay otra falacia a la que me voy a referir ahora y que podríamos definir con la expresión

Mayor Oreja también acercó presos.

La he oído decenas de veces, a toda clase  de gentes y, muy principalmente, aunque no solo, a dirigentes políticos del nacionalismo y de la izquierda, tertulianos, columnistas, periodistas consagrados de la radio y la televisión. En fin, hasta a gente relevante del PP.

Este es un ejemplo de una forma de argumentar que ha alcanzado mucho predicamento en la España de hoy y que voy a tratar de desmontar brevemente:

1.-Acercar o alejar presos es irrelevante. Como decía antes yo no creo que las víctimas deban decidir la política penitenciaria. Esa es una potestad del Gobierno, más concretamente, del Ministerio del Interior y es una herramienta más de su política: se acercan o se alejan en función de los efectos que ello pueda producir en la organización.

2.-Es una medida reversible. No se trata de excarcelaciones, de la libertad condicional. Si el acercamiento no produce los efectos deseados, siempre se puede volver a la situación anterior.

3.-Si el acercamiento de presos fuera negativo, el ‘Mayor Oreja también acercó presos’ es inaceptable. Es deber de todo gobernante aprender de errores de quienes le precedieron y corregirlos.

4.-Es verdad que Mayor Oreja acercó presos. El Gobierno de Aznar recibió dos mandatos del Congreso de los Diputados que se lo exigió por unanimidad durante la tregua de Lizarra. El primero fue el 10 de noviembre de 1998, apenas dos meses después de que ETA declarara su tregua y fue por una iniciativa parlamentaria de IU, defendida por Rosa Aguilar.

5.-Después de ese pleno, entre noviembre y diciembre, el Ministerio acercó presos, una parte significativa de los cuales cumplían condena en Canarias y Ceuta y Melilla y fueron trasladados a cárceles andaluzas: El Puerto de Santa María, Algeciras y Almería. Creo que algunos también a Sevilla.

6.-El PNV y EA presentaron otra iniciativa, con el apoyo del PSOE reclamando más acercamientos. El pleno tuvo lugar el 15 de junio de 1999, a instancias del PNV y EA, apoyada por el PSOE, que opinaban que el Gobierno no se había mostrado diligente en la materia.

Finalmente, Instituciones Penitenciarias, Mayor Oreja, movió 105 reclusos etarras, Esto lo hizo en septiembre de 1999.

Es preciso hacer notar que cuando se produjeron esos traslados, ETA ya había decidido romper la tregua y se lo había comunicado al PNV y EA entre junio y julio. Lo anunció en noviembre y en enero volvió a matar, al teniente coronel Blanco.

Quiero decir que ese tipo de medidas son más bien inoperantes para la banda terrorista. Esto es algo que seguramente ya sabía el presidente del Gobierno cuando El lehendakari le planteó hace quince días su plan de política penitenciaria.

Otro tópico que manejan los partidarios del proceso es la identificación de las víctimas con la extrema derecha y sus peticiones de justicia con sed de venganza ¡Qué miserables resultan las opiniones al contrastarlas con los hechos! Entre miles de familiares y amigos de los 858 asesinados y los miles de heridos que ha dejado ETA tras de sí, sólo una persona recurrió a la venganza, que fue el hijo del comandante Sáenz de Ynestrillas. La justicia es la despersonalización y la abstracción de las venganzas particulares que hace el Estado en democracia.

A las víctimas las define su ser. Y el odio de sus asesinos, que ni siquiera tiene por qué ser personal. De hecho nunca lo es. ETA ha asesinado a 858 personas, las ha convertido en víctimas porque eran miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, o de la Policía Autonómica, o del Ejército, por ser funcionarios de Prisiones o jueces, o concejales de partidos no nacionalistas o periodistas. La sangre de las víctimas es un elemento litúrgico de la violencia terrorista, la comunión de los más fanáticos en la misa negra de la independencia de Euskadi. ‘Sangre simbólica’ la llamó con tino Juan Aranzadi en un memorable artículo escrito en 1985.

Es el odio de los terroristas lo que las ha convertido en políticas. Lamentablemente hace muy pocos días se ha tildado a las víctimas de Covite de estar politizadas. Imagino que después de la visita que han hecho al Tribunal de La Haya, más. Consuelo Ordóñez está politizada. Y lo que aún es peor: su hermano Gregorio estaba más politizado todavía.

Todos los asuntos que he englobado antes en la condición suficiente, han sido resumidos por el nacionalismo (el cruento y el que no lo es) con un sintagma tramposo: El reconocimiento del daño causado. Y una falacia: la aceptación de la ley, que paso a explicar brevemente:

La aceptación de la ley, el reconocimiento del daño. ¿Del crimen, de la culpa?

El colectivo de presos de ETA hizo público un comunicado el 28 de diciembre último, Día de los Inocentes, que ha desatado un entusiasmo considerable en varios medios de comunicación. Véase la muestra: “Los presos se rinden  a la ley”, titulaba a cinco  El País al día siguiente: (El EPPK) “reconoció el sufrimiento que ha infligido a las víctimas”. El Correo subrayaba: “se resignan a sus condenas”. “Admiten por primera vez el daño causado y acatan la ley”. “Paso relevante de los presos de ETA al asumir el daño causado y la legalidad penitenciaria”, decía Deia.

Un mes después, el 31 de enero, el especialista de El País estimaba que quedaba por cumplir lo que ya se había cumplido en la portada del 29 de diciembre.

(A la izquierda abertzale) “le queda pendiente el reconocimiento del daño causado, por su complicidad con el terrorismo, hoy es un valladar que garantiza que ETA no volverá”.

Aún hay más: el sábado, 15 de febrero, El diario nacionalista Deia titulaba en portada a cinco columnas: “Los verificadores regresarán el viernes (pasado mañana) a Euskadi ‘con un mensaje positivo importante’”. En subtítulos podía leerse: “Se espera alguna novedad sobre el desarme o el reconocimiento del daño causado”.

Otra vez. Lo que habían reconocido los directos causantes del estropicio según titular del propio Deia, entre otros, es ahora una esperanza que tenemos de que lo reconozcan pasado mañana. ¿Cuántas veces piensan pasar al cobro la misma factura?

Frente a tanta efusión (y confusión) sentimental, vean la contención aséptica de Gara el 29 de diciembre: “EPPK da un trascendente paso para solucionar la cuestión de los presos”.

Efectivamente. Parece que se trata de eso, más bien, de solucionar la cuestión de los presos. El 15 de febrero, un nuevo comunicado de los presos, explicaba con claridad qué quería decir aceptar la legalidad: se mostraban dispuestos a dejarse acercar a prisiones del país Vasco. Si me perdonan la coloquialidad: ¡Nos ha jodido mayo!

El problema es que todavía quedan más de 600 no beneficiados por Estrasburgo que también quieren salir a la calle. Y se han dirigido a la banda para levantar la prohibición vigente en el frente de makos de no acogerse a beneficios penitenciarios ni a medidas de reinserción individual. Sus asesinatos no se citaban, ni el 28 de diciembre ni el 15 de febrero, no hay  autocrítica, sólo una promesa de evitar en el futuro el “empleo del método utilizado en el pasado para hacer frente a la imposición, represión y vulneración de derechos”.

El caso es salir. Así lo contaban en un preámbulo-denuncia del sufrimiento propio y el de sus familiares, exclusivamente. Vean:

“lo que nos trajo a prisión fue la lucha por la libertad política y social de nuestro pueblo, y desde la cárcel seguimos luchando, seguimos comprometidos con el futuro de nuestro pueblo exactamente igual que el primer día en que nos implicamos en la lucha”.

Reconocen el daño y el sufrimiento causado. Esto ETA y su mundo lo habían hecho siempre. Lo había buscado, lo había teorizado al reclamar la socialización del sufrimiento en 1994.  Recuerden las valoraciones de Jarrai sobre el asesinato de Gregorio Ordóñez como el hundimiento del buque-insignia del fascismo español.

Han reconocido siempre el sufrimiento. Lo reconocía el asesino Iñaki de Juana Chaos tras el asesinato del concejal Jiménez Becerril y su mujer en Sevilla:  ”Sus lágrimas son nuestras sonrisas y acabaremos riendo a carcajadas. Con esta acción, no necesito comer en un mes”.

En el mismo campo semántico, la terrorista Nieves Sánchez del Arco reconocía en la cárcel el daño y el sufrimiento causado a la familia Delclaux con el secuestro de su hijo Cosme: “Quiero compartir esa alegría que me produce la noticia. Adelante, compañeros. Esa noticia me ha hecho sentir un poco más fuerte hoy. Me llena de ilusión. Se me remueven las tripas de gusto de estar con el pensamiento junto a vosotros”.

Hace pocas semanas, vecinos de Eibar y otros pueblos de Bildustán reconocían a los miembros de la AVT que se manifestaban, su consciencia del daño que ETA les había causado, de que ese daño era irreversible y su identificación con los asesinos: “¡Los nuestros en la calle y los vuestros en el hoyo!”.

Antes, al reconocimiento del daño causado se le llamaba ‘comunicado de reivindicación’ y era una especificidad muy nuestra. Recuerdo en los primeros años 80 que durante la presentación en Bilbao de la novela de Jorge Martínez Reverte ‘Gálvez en Euskadi’, Mario Onaindía dijo que en Euskadi no es posible la novela de investigación policial, las historias de detectives: “es que aquí el crimen se reivindica”.

“Reconocemos con toda sinceridad el sufrimiento y daño multilateral generados como consecuencia del conflicto” dijeron los terroristas, y alguno de los diarios llevaba a sus titulares el ‘con toda sinceridad’ que los terroristas decían de sí mismos. Ni una palabra de arrepentimiento por el sufrimiento y el daño multilateral causado, nada de voluntad de disolverse.

“Se rinden a la ley”, proclamaba El País, pero eso no quiere decir que acepten el cumplimiento de sus condenas como reparación por el daño y el sufrimiento. Es justamente lo contrario: aceptan los procedimientos legales que les permitan salir de la cárcel y volver a sus casas.  Los nuestros en la calle y los vuestros en el hoyo. Aceptan que la cosa sea escalonada y de manera individual, pero dentro de un plan colectivo, a ver si no nos engañamos.

Fíjense en las  últimas palabras del comunicado de los presos: “Haremos cuanto esté en nuestra mano, con total generosidad, en la consecución de la libertad de Euskal Herria. Amnistia-Autodeterminazioa”.

Crímenes sin esclarecer

En el verano de 2006  me llamó Jorge Martínez Reverte. Había recibido el encargo de Maite Pagaza de  hacer un video que se llamó ‘Corazones de hielo’ y quería que yo participara en una reunión preparatoria, una especie de ‘brain storming’ sobre el asunto. Así quedamos en un domingo de julio en el hotel Ercilla de Bilbao, Maite, Jorge Martínez Reverte, Fernando Benzo, que era el gerente de la Fundación Víctimas del Terrorismo, un joven a quien yo no conocía, que era psicólogo de víctimas y que se llamaba Ángel Altuna Urcelay y yo mismo.

El padre de Ángel, el capitán de la Policía Nacional Basilio Altuna, fue asesinado en la localidad alavesa de Erentxun el 6 de septiembre de 1980. Me impresionó mucho el relato de su hijo por su serenidad, su equilibrio y por la manera de contar una circunstancia fundamental del  asesinato de su padre. “Cuando lo mataron”, dijo, “el Gobierno de UCD había empezado a negociar con Euskadiko Ezkerra la disolución de los polimilis. El asesinato de mi padre no fue investigado y sus asesinos siguen impunes.”

El relato era turbador para mí, porque yo había considerado en su día que la disolución de ETA Político-Militar había sido un proceso modélico. Lo era, desde luego, si lo comparamos con lo que hemos visto después, pero había tenido un coste en términos de impunidad que hoy las víctimas no soportarían.

Una semana después cenaba con unos amigos. Yo les conté lo que me había parecido una experiencia turbadora. Entonces, mi amiga Lola, hija del teniente coronel Carlos Díaz Arcocha, el primer jefe de la Policía Autonómica Vasca, dijo algo que yo ni sospechaba: “nosotros no sabemos quienes fueron los asesinos de mi padre”.

Habían pasado 21 años. Díaz Arcocha fue asesinado el 7 de marzo de 1985, hace ahora 29. Tantos años después, nadie ha sido condenado por colocar bajo su coche la bomba lapa que acabó con su vida, nadie ha sido imputado por ello. Es casi imposible de entender que los mandos posteriores de la Ertzaintza, los Gobiernos vascos que se han sucedido desde entonces, no se hayan tomado el esclarecimiento del crimen como una cuestión de honor. Y de confianza para la Policía que mandaba.

Que el asesinato del jefe de la Policía permanezca impune para siempre es un mal asunto para esa Policía y para el Gobierno al que sirve. La Ertzaintza nunca podrá quitarse el estigma de haber dejado impune el asesinato de su jefe. Recordaba en mi columna el lunes  el final de El Halcón Maltés. Al final, el detective Bogart/Spade detiene a la asesina de su socio. Ante la estupefacción de ella, que confiaba en la atracción que ejercía sobre él, le explica: “Estamos en el ramo de los detectives y cuando matan a tu socio es muy mala práctica dejar que el asesino se escape. Es malo en todos los sentidos. Es malo para todos los detectives del mundo”.

No puedo estar más de acuerdo. Pero ésta no ha sido nunca prioridad del nacionalismo gobernante. En la capilla ardiente instada en Arkaute se limitaron a cubrir el féretro con una ikurriña, desoyendo la petición hecha por la viuda de que estuvieran las dos banderas, porque su marido era y se sentía español y vasco.

Algo sí influyó en el PNV. Tras el asesinato de Díaz Arcocha, el nacionalismo vasco reconoce, mediante una declaración del Gobierno vasco la legitimidad de la acción policial en la persecución del terrorismo. Carlos Díaz Arcocha hacía el número 470 entre las víctimas de ETA cuando el PNV declaró legítima la lucha policial contra ETA. 

No haré más consideraciones a este respecto. Sí quiero decir que aquella semana de julio de 2006 tuve mi primera aproximación a un problema básico: de los 858 asesinatos perpetrados por ETA, 326, el 38%, no han sido esclarecidos policialmente.

326 asesinatos misteriosos. El mismísimo ministro del Interior daba por tarea casi imposible el esclarecimiento, en las mismas declaraciones que citaba antes, las  del 31 de marzo de 2012: “hay que tener en cuenta que la gran mayoría de los hechos se cometieron hace 25 o 30 años con lo que se hace muy difícil su esclarecimiento”.

La derrota de los pistoleros no debería ir acompañada del triunfo de su causa, que es la de quienes les excusaron, apoyaron, jalearon y justificaron en sus crímenes. Es cierto que el futuro no está escrito y que tal vez pudiéramos confiar en su capacidad de gestión. Quizá lo que los donostiarras no han hecho por un principio moral lo hagan por la sensación de ridículo que les produzca la gestión municipal de las basuras por parte de Bildu, aunque me parece algo improbable.

No quiero decir con esto que esté en contra de que una vez disuelta ETA, el Estado no pueda permitirse algún acto de generosidad, pero nunca como objeto de una negociación, como un ‘do ut des’. ¿No era una renuncia definitiva a la violencia? Pues háganlo real. Definitiva no quiere decir condicionada o sujeta a negociación. Disuélvanse y ya se verá. Cuando pase el tiempo y la derrota del terrorismo lo sea también de su proyecto y las víctimas consideren razonablemente satisfecha su reclamación de justicia, tal vez quepan medidas que ahora se reclaman si fueran derechos y no lo son.

Las víctimas saben que la paz sin derrota política de los terroristas, de sus ideas, de su trayectoria y de su proyecto, de su estrategia, es el empate de Azkoitia: la experiencia de Pilar Elías, viuda de Baglietto, de tener en los bajos de su casa la cristalería del asesino de su marido, cuya mujer se quejaba de la impertinencia de la víctima por sostenerle la mirada: “Es que esta señora no tiene ninguna humildad”.

¿Qué se puede hacer? No cabe un quid pro quo. Está claro que no son buenos tiempos, pero tampoco hay margen de maniobra. No lo hay (o se reduce) cuando la política y la justicia no dan satisfacción a las víctimas; cuando se empeñan en hacer su fin primordial la reinserción de los delincuentes y no el pago por lo que han hecho y el resarcimiento a las víctimas, la justicia deja de ser Justicia.

Durante el llamado ‘proceso de paz’ de 2006, los partidarios contaban los meses: “Tres años sin muertos”, decían esperanzados al comienzo de aquel verano, lo que fue desarbolado por la gran Pilar Ruiz Albisu con la verdad íntima e incontestable de las víctimas: “Yo llevo tres años con uno”. Ya son once. Es la evidente asimetría en que incurría el fiscal jefe del País vasco, al considerar pasajera la condición del asesino. La de víctima es definitiva.

Hay que reclamar verdad, memoria, dignidad y justicia y no podemos relajar ni uno de esos conceptos. Se trata de que se esclarezcan  los asesinatos no aclarados y criticaremos que el Gobierno conceda beneficios a los reclusos que no colaboren con las Fuerzas de Seguridad en ello. El modelo debe ser Soares Gamboa, no Valentín Lasarte. La sociedad non debe caer en la tentación que señalaba Joseba Arregi de gobernar, no ya como si ETA no existiera, sino como si nunca hubiera existido.

Esta es una historia inicua, de víctimas y asesinos, de culpables e inocentes y debe terminar como la película de Kramer y como la propia historia del nazismo, que he traído aquí a colación sólo a efectos analógicos y previa provocación: con vencedores y vencidos. Entre unos y otros no debe caber la disyuntiva ni la ambigüedad en la que están empecinadas las almas bellas. Por una razón elemental y su necesaria consecuencia: ésta no es una batalla que se esté librando entre las víctimas y los asesinos, no es un asunto entre particulares, sino entre el Estado y los liberticidas. De ahí que esos vistosos conceptos como ‘justicia restaurativa’, al reducir los atentados a daños contra personas sean en el caso del terrorismo, de peor aplicación que en cualquier otro delito.

 Cabe lamentar aquí como una excepción que una Asociación de Víctimas, Covite, haya tenido que ir antes de ayer a Holanda para denunciar a ETA y Batasuna por crímenes de lesa humanidad, para que la Audiencia Nacional ordenara ayer mismo al juez Gómez Bermúdez a que iniciara trámites en el mismo sentido. Estas eran acciones que el Estado debería desarrollar de oficio.

Y planteadas así las cosas, el resultado solo puede ser uno: la derrota de los terroristas y la victoria del Estado de Derecho. Nunca puede resolverse la lucha contra el terrorismo en un empate, aporía que pretende una parte de la sociedad vasca. Por eso carecen de la más mínima lógica las propuestas de la izquierda abertzale y los mediadores de parte que ha nombrado para resolver lo que tan impropiamente llaman el conflicto.

Precisamente por eso también están de más todas esas historias de la justicia transicional que proponen para el País Vasco, cuando es un remedio que sólo se ha articulado en lugares donde el Estado ha desaparecido.

El empate, el empate infinito, lo llamó en un determinado momento el lehendakari Ardanza, es un imposible lógico, igual que en el ‘conflicto’ que plantea la enfermedad a un cuerpo sano. O los anticuerpos y el organismo del paciente derrotan a la enfermedad o el paciente muere. No hay término medio.

De manera análoga, ese empate que pretende el brazo secular del terrorismo sería la negación del propio Estado, su dimisión de sí mismo en los términos en que lo definió Max Weber hace ya casi cien años:

“El Estado es la organización humana que dentro de un determinado territorio reivindica para sí con éxito el monopolio jurídico de la violencia física legítima.”

SANTIAGO GONZÁLEZ  20/02/14