Estaba el presidente en los contrastes entre los avisos, los guiños, las amenazas y las peticiones cuando ETA vuelve a servirle su capacidad de alteración de la vida política en forma de atentado.
Seguramente Zapatero se hallará inmerso en plena fase de «contraste» porque, desde ETA, le están llegando continuos mensajes para que se vaya enterando de qué va la banda cada vez que La Moncloa estrena presidente. Los primeros avisos, ciertamente, le pusieron tan ‘a tono’ que se ha pasado unas cuantas semanas diciendo que «ahora sí va en serio» la oportunidad para la paz. Y se lo tomó tan al pie de la letra que se propuso convencer (y le honra que así sea) a algunos sectores próximos que, con sus críticas, estaban torpedeando y ennegreciendo el color del horizonte que él se estaba imaginando. Les pedía con tal convicción que le creyeran, más que nada por ese poder de previsión que la naturaleza le ha dado, que algunos sufridores del terrorismo le han dado su voto de confianza, a título individual.
Tal ha sido el ambiente de esperanza en estos últimos tiempos que será preciso analizar, cuando se calmen las aguas, la causa por la que importantes movimientos de colectivos de resistencia al chantaje y al crimen organizado se están desactivando con una celeridad no explicada.
El presidente Zapatero, en su última intervención en el Congreso de los Diputados esta semana, ha hilado algo más fino al darse cuenta de que, con el terrorismo, las cosas no ocurren por el simple hecho de que él frote la lámpara. Por eso matizó sus palabras al decir que, si existe una oportunidad, «debidamente contrastada», no será él quién la desperdicie. Y en eso estaba, en los contrastes entre los avisos, los guiños, las amenazas y las peticiones cuando ETA vuelve a servirle su capacidad de alteración de la vida política en forma de atentado. Esta vez ha sido en Zaragoza. Habrá quien le explique al presidente que, si recordamos el brutal atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, luego vino la negociación de la Mesa de Argel.
Quizá para evitar falsos paralelismos, el propio alcalde de la ciudad, Juan Alberto Belloch, ex ministro de Interior y Justicia cortó ayer por lo sano cualquier intento de análisis tan complaciente como erróneo. Y con la autoridad que le da su propia experiencia dijo que las bombas de Zaragoza demuestran que ETA no quiere negociar. Tendrá que seguir contrastando mientras baja del altar y piensa, de paso, si les va a decir algo más a las asociaciones de víctimas del terrorismo que, simplemente, confíen en él. La desesperación del funcionario Ortega Lara por tener que rememorar la tortura de su secuestro pone cara y ojos a quienes han padecido las secuelas del terror. Esa imagen del secuestrado que parecía un superviviente de un campo de exterminio tendría que estar en las mesas de los despachos del Gobierno para echarle una miradita antes de decidir cuál debe ser la política antiterrorista.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 11/6/2005