IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Nunca la izquierda ha sido tan hostil a quien no comulga con sus dogmas como ahora

Las resistencias de Isabel Celaá a incluir en su nueva ley de Educación la asignatura de Ética para el cuarto curso de la ESO han sido un motivo de discordia con Unidas Podemos, que había pactado lo contrario con el PSOE en octubre de 2018. A uno le parece comprensible la preocupación que el partido morado tiene por la ética empezando por el propio Pablo Iglesias que, en un acto de la Universidad Carlos III al que asistió hace cinco años, le cambió el título a la ‘Crítica de la razón pura’ de Kant y la rebautizó como «Ética de la razón pura». Pablo Iglesias anda realmente necesitado de unas clases de esa asignatura porque su política no es otra que el desafío explícito y flagrante a la ética kantiana y al principio de universalidad que ésta postula. Pablo Iglesias piensa que la Justicia debe tratarle de manera distinta que a los líderes de otros partidos, especialmente si son de derechas. Pablo Iglesias llegó a la política fomentando una ‘ética del odio’ que con el tiempo ha cambiado de objetivos. De la aversión a la casta política pasó, según él ingresaba en dicho colectivo, a la aversión a sólo una parte de esa casta: la que no compartía su filias y fobias.

Hablamos de sanchismo, pero éste se ha convertido en una extensión del pablismo durante la crisis sanitaria; ha derivado en un populismo que incluye el maltrato a la población y, sobre todo, al otro, al rival ideológico. Nunca la izquierda ha sido tan rígida, tan dogmática, tan hostil al pluralismo y a quien no comulga con sus dogmas y tópicos como lo es ahora. Nunca ha visto tantos enemigos en la simple crítica. En un año ha desandado todo el camino de las socialdemocracias. La distancia que hay entre el socialismo felipista y el actual halla su alegoría paralela en la que hay entre la ‘Ética para Amador’ de Savater y la «Ética para odiador» de este Gobierno, mixto en teoría, pero monolítico en la práctica y en la estigmatización del adversario.

Es curioso que este proceso de dogmatización e intolerancia, que no es exclusivo del marco español aunque aquí alcanza unos genuinos tintes autóctonos, se produzca en un momento en que la Iglesia católica está recorriendo un camino inverso y en que el Papa Bergoglio bendice las uniones homosexuales. Es como si se hubieran cambiado los papeles y como si la izquierda fuera contra el signo de los tiempos. La verdad es que con el panorama reinante da miedo que los partidos, sobre todo algunos partidos, quieran ocuparse de la Ética, la Filosofía o la Historia en la enseñanza. Da miedo porque lo que puede esperarse de ellos es que quieran imponer su historia, su filosofía, su ética. Y, para eso, es mejor que nos quedemos como estamos.