JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 21/02/16
· Europa no solo ha cedido en los detalles, sino en los principios.
Es demasiado pronto para decir que la Europa Unida firmó su final la noche del viernes, pero que se despidió de su sueño de un continente convertido en patria de todos los europeos no cabe la menor duda. Al ceder a las demandas –chantaje sería una palabra más exacta– de David Cameron, los otros veintisiete jefes de gobierno de la Comunidad aceptaban que la UE soñada por sus fundadores no tendrá lugar, al menos de momento y quien sabe si por mucho tiempo.
No han cedido solo en los detalles, sino también en los principios. El de la libre circulación, el primero. El de la igualdad de todos los ciudadanos europeos en cualquier país de la Comunidad. El de la obligación de todos los miembros a cumplir las disposiciones tomadas en Bruselas. Esto último es lo más grave, pues se ha dado a Londres poderes para frenar cualquier decisión comunitaria que le «perjudique especialmente». Poderes que podrán reclamar los demás. Y lo han aceptado pese a saber que el más perjudicado con el «Brexit» sería el Reino Unido, que perdería el 25 por ciento de su comercio con Europa, un 20 por ciento de las inversiones extranjeras y el lugar privilegiado que tiene la City londinense como centro financiero mundial, que pasaría muy posiblemente a Fráncfort. ¿Por qué han cedido entonces? Pues por miedo, por pusilanimidad, por falta de liderazgo.
Alemania ha vuelto a mostrarse como un gigante económico y un enano político, con una canciller para andar por casa, pero nada más. Y sin una Alemania que lidere, los demás tienen demasiados problemas internos para dar esta batalla. Es así como Cameron ha podido decir: «Estaremos en lo mejor de ambos mundos». Podría también haber dicho: «Al fin lo hemos conseguido: frenar la integración europea».
Pues la política exterior inglesa ha sido esa desde siempre: ir contra la nación europea más fuerte en cada momento –España, Francia, Austria, Alemania–, apoyada en las demás e impedir la unión del continente. Cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, se dio cuenta de que no podía impedirlo, pidió su ingreso, pero en condiciones especiales, y más para poner trabas al proyecto que para empujarlo, como hizo con el euro. Y ya, cuando ha visto que la unión fiscal –que es la que realmente une– estaba en marcha, ha lanzado su ultimátum: o se frena o nos vamos. Y los veintisiete han consentido. ¿Cobardía o no saber historia? Es igual. Díganme cómo Bruselas podrá negar ahora a otros miembros desobedecer sus directrices.
Queda la posibilidad de que el Parlamento Europeo, que tiene que ratificar el acuerdo, lo rechace, vistos los destrozos que causa. Pero si tenemos en cuenta que está presidido por Martin Schulz, un alemán que participó activamente en el enjuague y que los eurodiputados piensan más en sus privilegios que en los de la UE, no hay que hacerse ilusiones.
Mayor esperanza ofrece la insularidad que los británicos llevan en el alma, y voten yes en el referéndum de salida. Aunque la bicoca que les ofrecemos por quedarse es una tentación muy difícil de resistir.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 21/02/16