Europa, entre el islamismo y el populismo que se retroalimentan

EL MUNDO – 24/03/16 – EDITORIAL

· Sin dar tiempo siquiera a un prudente duelo por las víctimas de los execrables atentados de Bruselas, algunas organizaciones populistas y de ultraderecha en auge en Europa han aprovechado lo ocurrido para volver a arremeter contra el sueño de una UE unida y sin fronteras internas. E incluso en EEUU, el aspirante republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, utilizó los ataques para reafirmarse en sus arremetidas contra los inmigrantes hispanos y pedir que se imponga la tortura contra los yihadistas. Pero la identificación que partidos como el Ukip –que aboga por la salida del Reino Unido de la UE– o el filonazi Alternativa para Alemania hicieron ayer de las políticas migratorias europeas con la explosión del yihadismo, resulta tan inoportuna como falsa.

En primer lugar, porque el gran quebradero de cabeza hoy para los cuerpos de Seguridad son los fanáticos dispuestos a acudir a hacer la yihad a Siria o Irak o que ya han retornado de ambos países. Y esos lobos solitarios o integrantes de células dispuestas a cometer atentados –con nacionalidad europea y hasta fichados, como los kamikazes de Bruselas– nada tienen que ver con los migrantes que huyen del horror de las guerras en Oriente Próximo. Y, en segundo lugar porque, frente a lo que dicen los populistas, si algo está quedando demostrado es que sólo una verdadera integración europea y una mayor coordinación en todos los órdenes –policial, judicial, de Inteligencia, de control del ciberespacio, etcétera– permitirá combatir con eficacia el desafío yihadista.

Ante un enemigo tan difuso y permeable, sólo cuerpos de Inteligencia verdaderamente europeos y gendarmes transfronterizos que tengan acceso a todas las bases de datos actualizadas en tiempo real sobre sospechosos, podrán realizar una labor competente de prevención en colaboración con los distintos cuerpos policiales de cada Estado. En suma, la lucha contra el terrorismo pasa también por más Europa. En esta línea, el primer ministro francés Manuel Valls abogó ayer por «una Unión Europea de la seguridad». Y todo lo dicho sin perjuicio de que se deban revisar algunos fallos en la implantación del complejoespacio Schengen.

Pero uno de los triunfos del terrorismo es la extensión generalizada del miedo, y un sentimiento tan paralizante, rayano en la psicosis, es el mejor caldo de cultivo para los populistas. E inevitablemente atentados como los de Bruselas o París engordan la islamofobia y a los partidos que la agitan, muchas veces ligada a la eurofobia. Así se ha ido viendo en las sucesivas elecciones de distintos países.Y presumiblemente el terrorismo islámico tendrá también incidencia en el incierto resultado del referéndum de junio en el Reino Unido, donde está en juego su continuidad o el abandono de la UE.

Se teme que en un escenario de empate técnico entre partidarios y opositores del Brexit, ataques como los de Bruselas favorezcan a los abanderados del euroescepticismo, a pesar de las nefastas consecuencias políticas y económicas que tendría la ruptura, en primer lugar para los propios británicos. Tampoco un país como España está vacunado del todo contra la intolerancia. Y aunque por fortuna no han calado las corrientes ultras que recorren buena parte de la UE, no se pueden pasar por alto incidentes como el ataque del martes contra la gran mezquita de Madrid, que obliga a las autoridades a extremar la vigilancia contra algunos grupúsculos xenófobos.

Los gobiernos democráticos europeos tienen el gran desafío de combatir este doble fenómeno que se retroalimenta del auge del islamismo radical y de la islamofobia con estrategias realistas, alejadas del buenismo simplista que Europa ha practicado durante demasiado tiempo. Los expertos llevan años predicando en el desierto la necesidad de disolver los guetos étnicos en las grandes ciudades, casi todos golpeados por el paro y otras lacras sociales en las que el fanatismo religioso prende con mayor facilidad.

También está casi todo por hacer en la llamada guerra ideológica. No basta con proclamar la superioridad moral de los valores democráticos frente al fanatismo. Es obligación de los gobiernos occidentales educar en esos valores a todos sus ciudadanos, provengan de donde provengan. Y ser implacables contra ideas y conductas contrarias a los derechos humanos y a la concepción igualitaria de la sociedad. Asimismo hay que extremar la vigilancia en mezquitas, medios de comunicación o webs para musulmanes. No se trata de extender la sospecha porque sí. Pero no es de recibo que Europa haya cerrado los ojos mientras el 80% de las nuevas mezquitas reciben financiación de Arabia Saudí, que exporta al mundo el wahabismo, una de las concepciones más rigoristas del islam.

Aunque hay que subrayar que son los musulmanes las principales víctimas delyihadismo: el 87% de los atentados cometidos desde el año 2000 se han producido en países islámicos. De ahí que sea crucial que los gobiernos y sociedades del mundo musulmán se impliquen contra los extremismos y que sus autoridades religiosas se sumen a ese combate.

En el plano diplomático, Occidente debe empezar a exigir a sus aliados, como Riad o Ankara, un compromiso real en la lucha contra el terrorismo. Hace daño el cinismo con el que nos relacionamos con regímenes como el saudí, que durante décadas ha financiado la propagación de las versiones más radicales del islam. O que nos entreguemos en brazos de Turquía para frenar la inmigración, cuando Erdogan no hace nada para evitar que por sus fronteras entren y salgan los combatientes yihadistas, o salga el petróleo con el que se financia el IS. Sólo si la UE actúa en serio en estos frentes dejará sin argumentos a los populistas que quieren finiquitarla.

EL MUNDO – 24/03/16 – EDITORIAL