ABC 17/02/15
HERMANN TERTSCH
· La vida judía en Europa es tan inmensamente imprescindible como Israel para la defensa de Europa
SE vio en París. Se vuelve a comprobar en Copenhague. Es tan terrible como obvio. Las víctimas de atentados contra judíos parecen doler menos en Europa. ¡Cuántos ríos de tinta, con toda razón, fluyeron por los terribles asesinatos en la redacción de «Charlie Hebdo»! ¡Cuánta diferencia en el eco mediático otorgado a las víctimas del supermercado kosher del día siguiente! Pocos europeos supieron por ello que los cuatro judíos asesinados fueron todos enterrados en Israel, ninguno en Francia. Los muertos, escoltados por sus familias, huyeron de Europa a reposar. Conscientes de que en tierra de la diminuta patria de los judíos, rodeados por brutales regímenes enemigos que les desean y planean su desaparición y el exterminio, tendrán más tranquilidad que en cualquier cementerio judío de Europa. En Israel puede un día pasar por encima de sus tumbas un tanque en combate. O hasta caer encima un misil lanzado desde un Irán convertido en potencia atómica por un presidente norteamericano llamado Barack Obama. Que insiste en pasar a la historia por un acuerdo de negocios con una teocracia cuyo objetivo supremo en este mundo es destruir Israel. Pero lo que nunca sufrirán en Israel es una profanación desde la vileza y el odio que lleva a individuos a hacer una fiesta de la rotura de lápidas y nichos en cementerios judíos europeos.
Setenta años después, los judíos vuelven a tener miedo en las calles de Europa. Y ahora no por los nazis ni los colaboracionistas. Son los islamistas los responsables de esta nueva peste de judeofobia. Son inmigrantes que no existían cuando los nazis intentaron acabar con los judíos en Europa. Desde hace más de medio siglo llegan a Europa de países remotos y paupérrimos, de Estados fracasados. En vez de primarse su adaptación a formas, hábitos y la cultura de los países europeos de acogida, claves de su prosperidad, libertad y atracción, se permitió imponer en su entorno formas, hábitos y cultura propios del fracaso y la miseria en sus países de origen. Ahora, politizados en el islamismo, pretenden imponer esa cultura del odio y la violencia, y su prioridad es aterrorizar y expulsar a los judíos que son clave de bóveda de la cultura europea. Para completar la perversa meta de Hitler de un viejo continente sin judíos, «judenfrei». Pero no es solo el islamismo. La complicidad de cierta izquierda es tan activa como patente. Y la indiferencia de tantos, como ya sucedió en tiempos pasados. De repente vuelve a peligrar esa presencia judía en toda Europa que no solo era el triunfo de la humanidad sobre el nazismo, sino la reafirmación de la voluntad de continuidad y transcendencia de la cultura europea impensable sin su elemento judío. Es toda la sociedad europea la que tiene que rebelarse contra este proceso. Y contra la despreciable y vacua corrección política e inanidad de los políticos que, cada vez que hay un atentado del islamismo contra judíos o cristianos, proclaman que el peligro es la islamofobia. La huida de los judíos es una tragedia europea. La cobardía de nuestra clase política es otra. Ambas nos deben avergonzar y asustar a todos. Nos deja más inermes en una Europa confundida y sin criterio. Israel ha aprobado ya un gran plan de inmigración y su primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha invitado a todos los judíos europeos a «volver a casa» a Israel. Mal hecho. Las palabras de Netanyahu son comprensibles. Pero la vida judía en Europa es tan inmensamente imprescindible como Israel para la defensa de Europa. Aunque cierto que es tarde. Ayer hablaba el rabino de Copenhague de esta necesidad de mantener una cultura judía en Europa. Pero sus tres hijos y sus nietos viven en Israel.