Euskadi, entre Belfast y Pretoria

EL CORREO 15/12/13

· La izquierda abertzale siguió los pasos del Sinn Féin para importar la ‘vía Mandela’, que tuvo un reflejo decisivo en el proceso de paz de Irlanda del Norte.

Fue en 1970 cuando Gerry Adams protestó por primera vez contra el ‘apartheid’, en Irlanda del Norte, en una manifestación contra el equipo nacional de rugby sudafricano, los Springboks, que encarnaban la supremacía blanca sobre los negros. Veinticinco años después, el presidente del Sinn Féin volvía a movilizarse por la selección deportiva, esta vez con gritos de apoyo, en la semifinal de la copa del mundo entre Sudáfrica y Francia, en el estadio de Durban. El líder republicano había sido invitado por el Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela y anfitrión de la comisión del brazo político del IRA, que había decretado un alto el fuego nueve meses antes. Estaba a 7.000 kilómetros de Belfast, pero se sentía muy cercano a un proceso que pretendía importar a su territorio.

«De lo ocurrido en Sudáfrica pudimos extraer todo tipo de lecciones», confiesa Adams en sus ‘Memorias políticas’ (Aguilar), que dedica un capítulo a su viaje con el revelador título de ‘Mandela, mi héroe’. En la expedición le acompañaron, además de su hijo Gearóid, Rita O’Hare y Chrissie McAuley, su responsable nacional de Educación, un cargo significativo para un país que entraba en un nuevo tiempo y necesitaba mucha pedagogía. El comité de recepción fue de alto nivel, con la ejecutiva del CNA a la cabeza, y la presencia de Walter Sisulu, el gran veterano de la resistencia africana, al que obsequiaron con una cruz celta de madera, tallada por los presos republicanos de Long Kesh.

Adams venía avalado por su visita a la Casa Blanca, con Bill Clinton como presidente. El dirigente del Sinn Féin aprovechó el viaje y se entrevistó con todas las partes. La dirección del CNA les contó «cómo habían planeado el paso de la lucha armada a la democracia». También se reunieron con los antiguos enemigos. Primero, con el general Constand Viljoen, ex jefe de las Fuerzas de Defensa y líder del Frente por la Libertad, un partido apoyado por los granjeros blancos partidarios de «encabezar ‘la tercera guerra de los bóer’ para defender y salvar al volk afrikáner». Luego con Roelf Mayer, negociador principal de la minoría blanca, que desempeñó un papel crucial en el proceso de transición. Y con Niel Barnard, jefe del oscuro Servicio Nacional de Inteligencia. La agenda se completaba con tertulias hasta el amanecer compartiendo las experiencias que les unían –«opresión, resistencia, interrogatorios, vida carcelaria», enumera Adams–, con exhibición de cicatrices por heridas de bala o metralla de bombas.

Con el brazo armado

Hay que recordar que el IRA mantuvo relaciones estrechas con el Umkhonto we Sizwe (MK), el brazo armado del Congreso Nacional Africano creado en 1960 y dirigido por el propio Mandela, inspirado en Fidel Castro y el Che Guevara. Cuando el MK fue acogido en Angola, en 1975, el IRA le proporcionó ayuda militar, incluso con instructores en el propio territorio angoleño.

El momento culminante para Adams llegó el 19 de junio con la reunión en el despacho de Mandela en la Shell House de Johannesburgo, una foto que inquietaba al Gobierno británico. Estuvo dos horas con Madiba. Durante el encuentro, Mandela recordó los ataques que sufrió cuando visitó Irlanda en 1992 por apelar públicamente al Ejecutivo y a los republicanos a iniciar un proceso de negociación, contactos que ya se hacían de manera secreta. También le comentó, según el relato de Adams, que si bien la CNA «había suspendido la lucha armada de forma unilateral, jamás llegó a entregar sus armas», en referencia a una de las cuestiones que planteaba el IRA.

Sudáfrica había sido el espejo del Sinn Féin. El propio Adams lo cuenta en su libro de memorias. El 11 de febrero de 1990, se había sentado frente al televisor, como millones de personas en todo el mundo, para ver a Nelson Mandela salir libre de la prisión Víctor Verster tras haber pasado 27 años entre rejas. «Los republicanos de Irlanda observamos la batalla de ideas entre el CNA y el Gobierno con emoción creciente. Observábamos, escuchábamos, aprendíamos», escribe. Y buscaron ayuda.

Tras el histórico Acuerdo de Viernes Santo, el 10 de abril de 1998, antes de su aprobación popular en referéndum y de que el IRA hiciera público su veredicto, los republicanos vivieron un intenso debate interno. Adams llamó a Mandela para que enviara a Irlanda una delegación del CNA para que explicaran su propia experiencia. Madiba cumplió. Envió a Cyril Ramaphosa, Mac Maharaj, ministro de Transportes, Matthews Phosa, primer ministro de Transvaal oriental, y Valli Moosa, ministro de Asuntos Constitucionales. La comisión viajó por toda la Irlanda republicana y visitó algunas cárceles para convencer a los presos.

«En una negociación hay que dar y recibir. Cuando se apuesta por el todo o nada se acaba en nada», fue el mensaje sudafricano. Adams reconoce que «las luchas» de Irlanda y Sudáfrica guardaban similitudes, pero les separaban muchas diferencias. «Debíamos tomar nuestras propias decisiones, pero lo cierto es que su aportación fue capital», sostiene. En cualquier caso, reconoció el copyright: «Sinn Féin ha tomado de manera productiva el ejemplo de Sudáfrica y, a medida que desarrollamos el proceso de paz, se seguirán utilizando ejemplos de África del Sur».

La izquierda abertzale, que ya se había mirado en el espejo irlandés, también giró su cabeza hacia Sudáfrica. La lucha contra el ‘apartheid’ había encontrado eco en el sustrato cultural vasco y muchos jóvenes bailaban con la música de un grupo tan emblemático como Kortatu, que en 1985 dedicó una canción a Mandela en el contexto del clamor mundial en favor de su liberación. Dirigentes de Batasuna viajaron al menos en seis ocasiones en la década de 2000 a ese país a «recoger experiencias y consejos», según declaró en 2007 Joseba Alvarez, que se desplazó a Pretoria después de que el juez Garzón prohibiera viajar a Arnaldo Otegi y Pernando Barrena. Eran encuentros ‘privados’ para adiestrarse en negociaciones políticas en una agenda que no incluía reuniones oficiales con representantes del Gobierno sudafricano.

Barrena y Alvarez, políglotas y con gran dominio del inglés –el primero como portavoz y el segundo como responsable de relaciones internacionales–, eran quienes mantenían la línea caliente con el ANC. Contaban con la colaboración del abogado Urko Aiartza –hoy senador por Amaiur–, que también actuó de enlace con el Sinn Féin. A Pernando Barrena le apasiona la cuestión sudafricana y es un fiel seguidor de las publicaciones del periodista y editor de Johannesburgo Allister Sparks, autor de obras como ‘The mind of South Africa’, ‘Tomorrow is another country’ o ‘Beyond the miracle: inside the New South Africa’, que el líder de la izquierda abertzale ha leído en inglés.

La participación de Currin

En el viaje de 2007, Joseba Alvarez –hoy coordinador de Sortu en San Sebastián– se reunió con Kgalema Motlante, secretario general del CNA, y con parlamentarios y representantes del Partido Comunista. También con Brian Currin, el abogado sudafricano que medió en los conflictos de Sudáfrica e Irlanda. Currin era ya un viejo conocido. El experto formó parte del comité de sabios que creó Mandela tras llegar al Gobierno y presidió en Irlanda la Comisión de Excarcelaciones. Cuando la izquierda abertzale pidió cobertura al Sinn Féin en la cuestión de los presos, los republicanos les pusieron en contacto con Currin. El abogado también actuó como profesor de los dirigentes de Batasuna en un ‘máster’ intensivo sobre habilidades en diálogo y negociación. Corría el año 2004.

Currin mantenía buenas conexiones con Cyril Ramaphosa, hombre de confianza de Mandela, y Roelf Meyer, ministro de Defensa y Asuntos Constitucionales durante la ‘transición’ sudafricana. Ellos fueron los encargados de desmontar el régimen del ‘apartheid’. Ramaphosa supervisó el desarme del IRA en Irlanda del Norte. El movimiento social Lokarri contactó con Mayer para explorar salidas en Euskadi y así entraron en contacto con Currin. Su primera visita al País Vasco, de manera discreta, tuvo lugar en 2006. El facilitador, coordinador del Grupo Internacional de Contacto, impulsó en 2010 la denominada Declaración de Bruselas, en la que se pedía a ETA un alto el fuego «permanente, unilateral e incondicional». El texto estaba refrendado por 18 firmas relacionadas con los procesos de paz norirlandés y sudafricano, entre ellas las del arzobispo Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz. La Fundación Nelson Mandela ya había intervenido en la mediación de 2006 entre el Gobierno y ETA, que saltó por los aires con el atentado contra la T4. Tutu y Meyer fueron galardonados, a propuesta de Lokarri, con el Premio René Cassin de Derechos Humanos que concede el Gobierno vasco.

Cuando Mandela fue investido presidente en 1994, después de que el CNA hubiera ganado las elecciones, un año después nombró a Tutu responsable de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que se convirtió en modelo para otras sociedades en conflicto. La fundación del arzobispo fue uno de los promotores, en octubre de 2011, de la Conferencia Internacional de Paz de San Sebastián. Cuando se leen los textos y libros de Juan María Uriarte, obispo emérito, que hizo de puente en la tregua de 1998, se aprecian reflexiones inspiradas en la doctrina de Mandela y Tutu. Una parte de los discursos de este último los ha publicado la editorial vasca Desclée de Brouwer en el volumen ‘Dios no es cristiano’.

Monseñor Uriarte recordaba esta misma semana a Madiba, que en la cárcel llegó a la conclusión de que «sus primeros pasos», cuando ejerció la violencia, «no conducían a la libertad de su pueblo», y citaba una frase de uno de sus escritos: «Tuve que dominar la violencia que brotaba de mí mismo». La izquierda abertzale también ha reivindicado la trayectoria de Nelson Mandela, fallecido el pasado día 5, y ha utilizado una ‘formula mágica’ que, a algunos observadores, les ha sonado como una justificación de su trayectoria: «Mandela fue adecuando los métodos de lucha a cada momento».

EL CORREO 15/12/13