MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • La apropiación sectaria de la lengua vasca resulta fatal. El aborrecimiento no es una vía para crear una comunidad lingüística. Ni una comunidad política

El colofón fue el relevo en el que ‘Josu Ternera’ llevaba el testigo de la Korrika, un trágala a los demócratas. En nombre del euskera. Esta apropiación sectaria de un idioma resulta fatal. En la Korrika han proliferado fotos de terroristas, además de símbolos belicistas de la izquierda abertzale. Esta iconografía enmarca la que suele entenderse como la principal movilización en favor del euskera. ¿Cómo es posible que grupos que dicen promoverlo lleven a cabo o consientan tales exhibiciones? Crean una asociación entre el euskera y la violencia que repele al sentido común y a la democracia. Ahuyentan a buena parte de la ciudadanía, verosímilmente a la que deberían atraer, si no quieren que el avance del euskera quede vinculado a una ideologización sectaria y agresiva.

Las fotografías del final de la Korrika en San Sebastián muestran, sobre todo, una manifestación de la izquierda abertzale, sección radical, realizando una apología de ETA. El mensaje parece ser: aprende euskera apoyando a quienes practicaban el terrorismo. Como para espantar. Tiene el efecto de repeler, identificando el euskera con el nacionalismo radical e impidiendo una normal aproximación al idioma, que esté al margen de posiciones ideológicas. Para más inri, promueven la manifestación lingüístico-política organizaciones que reciben subvenciones públicas.

Una política lingüística como la que pagamos entre todos los vascos no debería basarse solo en medidas coercitivas, que fuerzan (vía legislativa) a estudiar en euskera impidiendo que la mayoría de los vascos pueda escolarizarse en su lengua materna. Debería procurar convertirla en una opción socialmente atractiva. Esto no se logra mediante el enaltecimiento terrorista. En la Korrika el despliegue de propaganda radical fue constante. ¿Una manifestación en pro del euskera? Más bien, un acto multitudinario en apoyo a los presos terroristas y de la batasunización del euskera, si vale la expresión. ¿Cómo es posible que en el ámbito nacionalista no salten voces contra este dislate?

Las imágenes muestran a autoridades públicas, a algún alcalde por ejemplo, entremezcladas con fotografías de terroristas, con esa expresión de entusiasmo que, por alguna razón imprecisa, provoca intervenir en la Korrika -las imágenes muestran a los participantes en un estadio anímico rayano en la euforia-.

Extraña que el detallado seguimiento de ETB -una televisión pública, pagada a escote- lo llame «marcha por el euskera». Las imágenes muestran que es también (o sobre todo) una marcha por la izquierda abertzale.

Estremece comprobar que la construcción de Euskal Herria -el desarrollo del euskera va en esa línea- se realice en términos sectarios. Y que esté acompañada por la general aquiescencia a este tipo de barbaridades o por el procedimiento de mirar hacia otro lado.

Quien calla otorga, y las autoridades lingüísticas -aquí hay autoridades lingüísticas con mando en plaza: un hecho diferencial- deberían rechazar drásticamente estas asociaciones políticas si no quieren que se cree un rechazo social al euskera. Este no puede propagarse -salvo estadísticamente- solo por la vía de establecer obligaciones o mediante el entusiasmo fogoso de un nacionalismo sectario. A lo mejor no les importa alejar del euskera a quienes no comparten su agresividad.

El aborrecimiento no es una vía para crear una comunidad lingüística. Ni para crear una comunidad política. Una de las circunstancias más llamativas en la construcción autonómica -lo que llaman «hacer país»- a lo largo de cuatro décadas ha sido la costumbre nacionalista de aferrarse solo a sus criterios, sin tener en cuenta a los no nacionalistas, salvo para los impuestos y para establecerles plazos en la euskaldunización y demás desarrollos identitarios.

En realidad, solo contaron para aprobar el Estatuto de Autonomía: en el referéndum en 1979 lo apoyaron más votos no nacionalistas que nacionalistas. Cumplida esta función, el desarrollo autonómico se realizó con arrogancia, como si la única referencia válida para construir el País Vasco fuese la nacionalista. No se buscó una política que integrase a los que no lo eran, sino aproximarse al nacionalismo radical. Para los que no eran nacionalistas quedaban los deberes. Entre ellos, el de la formación idiomática lastrada por el peso del nacionalismo radical.

Así que ahora la Korrika muestra enseñas agresivas. Como si la anormalidad fuese lo más normal. Ni siquiera a posteriori existe la voluntad de atajar la apología de la violencia. Tal ensimismamiento es un lastre para la sociedad vasca. ¿Hay carteles con retratos de terroristas? Se hace como que no se ve, pero es una irresponsabilidad que no se corte radicalmente esta ideologización del euskera. Resulta incomprensible que se subvencione y promueva públicamente esta forma de entender un idioma.