¿Excepcionalidad u oportunismo?

EL CORREO 16/01/14
LUIS HARANBURU ALTUNA

Cuentan que en un pueblo de la Barranca, en Navarra, había un cura muy aficionado a la caza. Se llamaba Mateo y tenía siempre la escopeta lista, para salir con sus perros a cazar. Un buen día, cuando celebraba misa, escuchó ladrar a sus perros que habían aventado una liebre. Ni corto ni perezoso, el cura Mateo dejó el altar y salió como una exhalación tras la liebre y sus perros. El cura jamás regresó de la cacería. Cuenta la leyenda que en los días de viento sur se oye el ruido de la jauría del cura Mateo persiguiendo a su presa. Mateo Txistu le llaman al viento que acompaña al cura. La moraleja dice que la excepción no cabe cuando se trata cumplir con lealtad. Existe también en el refranero el dicho de que no se puede estar repicando y en misa. Lo que, traducido a nuestro escenario político de los últimos días, podría aplicarse al comportamiento del PNV con ocasión de la manifestación a favor de los presos de ETA en Bilbao.

El PNV ha sido incapaz de resistir el tirón de la izquierda abertzale y ha salido en tromba a cazar como solía. Ha caído en la trampa de sus pulsiones inveteradas y ha preferido dejar en mitad de la misa a los feligreses, con tal de poder repicar la campana junto a la izquierda abertzale. Le han traicionado los nervios y las prisas por acaparar todo el escenario. Había pactado sobre economía y estabilidad política con el PSE y el PP y era de esperar una leal cooperación para conducir el proceso final del terrorismo pero, escudándose en la reivindicación de los derechos humanos, ha optado por compaginar la misa con el repique de campanas. Ha sido victima del síndrome de Mateo Txistu y no ha tenido ni la paciencia ni la prudencia de esperar los pasos que a ETA y a la izquierda abertzale les corresponde dar.

Año tras año, la izquierda abertzale nos tiene habituados, por estas fechas, a una gran exhibición de fuerza a favor de los presos de ETA. Dicha exhibición forma parte de su calendario ritual, que se nutre de celebraciones periódicas, encaminadas a mantener viva la llama de su conciencia irredenta. Forma parte de la religión de sustitución que con tanto éxito ha logrado entre la feligresía abertzale. Honrar a sus muertos y reivindicar a sus héroes presos forma parte de la liturgia abertzale que paulatinamente ha ido calando en el conjunto del espectro político nacionalista. Es una más de las torticeras escenificaciones del victimismo inherente a la reivindicación nacionalista. Tanto el sociólogo Jesús Casquete, como el filósofo Martín Alonso han estudiado con rigor esta liturgia política que tan funestos efectos ha deparado a la sociedad vasca. La izquierda abertzale posee la rara habilidad de vampirizar los símbolos ajenos e imponer los propios y es así como el PNV se ve arrastrado a seguir la senda impuesta por quienes han hecho de los derechos humanos mofa y befa, y ahora se erigen en sus defensores.

El señor Ortuzar ha invocado la excepcionalidad de la situación provocada por la prohibición de la manifestación de la izquierda abertzale y al hacerlo no ha reparado en que la excepcionalidad no reside en el lado, discutible y polémico, de la decisión judicial, sino en la persistencia de la izquierda abertzale en pretender salvar lo insalvable y hacer de ETA y sus presos las victimas del Estado de Derecho. La excepcionalidad no reside en la decisión judicial, sino en el hecho de resistirse al desarme de ETA y su disolución. Solo cabe la explicación de un oportunismo interesado, al volver a despertar los fantasmas de un pasado, todavía reciente, en el que la sociedad vasca se vio violentamente fracturada por el señuelo soberanista de Ibarretxe. Parece como si la lección hubiera sido en balde y nada hubiéramos aprendido del desgraciado Pacto de Lizarra. Ahora que ETA ha sido vencida por los instrumentos del Estado de Derecho, sería una lástima que el nacionalismo tradicional unciera sus bueyes al carro de la izquierda abertzale, ya que en dicha aventura podría resultar más que perjudicada.

Es sorprendente el que la prudencia política que se les presuponía a Urkullu y a Ortuzar, de la que habían dado pruebas fehacientes, se haya visto trastornada por el nerviosismo y el oportunismo de algunos de su propia parroquia. Si la querencia proSortu de alguna facción del PNV prosperara, bien podría ocurrir que todo el nacionalismo en su conjunto se viera contaminado por el pasado criminal y antidemocrático de las huestes de Kubati y de los suyos. En efecto, la sociedad vasca tiene todavía que depurar las responsabilidades políticas y morales de quienes, escudándose en su patriotismo, han matado, extorsionado y perseguido. La pacificación de la sociedad vasca requiere no solo la desaparición de ETA, sino la ‘des-etnificación’ del ‘método’ utilizado por ETA y la izquierda abertzale. Mientras el nacionalismo no se despoje de las complicidades habidas con el terrorismo ejercido por algunos, será preciso poner en cuarentena aquellas razones y objetivos que ETA hizo valer para su criminal ejecutoria.

El presidente de Sortu se ha apresurado a augurar que la exccepcionalidad esgrimida por Ortuzar no es más que el inicio de una nueva política de cooperación y unión de la familia nacionalista. De ser ello cierto, sería la izquierda abertzale quien tendría las de ganar. La unión con quienes solo aspiran a imponer su totalitaria cosmovisión solo puede deparar la sumisión de quienes son instrumentalizados. ¿Es que cabe mejor ejemplo que lo acontecido a cuantos se han ‘sumado’ a la unión con la izquierda abertzale? ¿Qué se hizo de aquellas formaciones políticas, que más que sumadas han sido fagocitadas? Los compañeros de viaje jamás alcanzan la meta. Como el cura Mateo, quienes ayer abandonaron el altar se ven hoy condenados a errar con los vientos. No obtuvieron la liebre y se quedaron sin parroquia.