- Con la Casa Blanca y el Senado en manos de los demócratas, el único poder real que tienen hoy los republicanos en Washington es su mayoría en la Cámara, una mayoría de 222 diputados que ha sido puesta en jaque sólo por 20
El espectáculo que dio la Cámara de Representantes la semana pasada fue digno de pasar a la antología del disparate. Lo fui siguiendo día tras día convencido (con cierta inocencia por mi parte) de que para el miércoles habría ya terminado todo, pero no me dieron ese gusto. El miércoles seguían en plena gresca, también el jueves y el viernes. Hasta el sábado a las 2 de la mañana no se pusieron de acuerdo. Me llegué a preguntar incluso si, según están las cosas, merecía la pena ser presidente de una cámara de representantes con mayoría republicana. Me preguntaba por qué alguien querría ese puesto. Es cierto que el presidente de la Cámara es el tercero en la línea de sucesión para ser presidente, su nombre pasa a los libros de historia y su retrato cuelga en el Capitolio para los restos. Descontando eso, por lo que se veía ahí no parecía algo especialmente deseable.
Recordemos lo que le pasó al republicano John Boehner, que fue elegido presidente de la Cámara en 2011 pero tuvo que dimitir en 2015 porque perdió el apoyo de una facción de su propio partido. Fue entonces cuando Kevin McCarthy lo intentó por primera vez, pero no le salió. Le sucedió Paul Ryan que fue quien impulsó la reforma fiscal de 2017, pero anunció que se iba unos meses después por lo mismo que Boehner, es decir, no conseguía entenderse con una parte nada despreciable de la bancada republicana.
Al final no necesitó ni dimitir, los republicanos perdieron el control de la cámara en las elecciones de medio término de 2018 y quien le sucedió fue Nancy Pelosi, que conocía bien el puesto porque ya había sido presidenta de la Cámara entre 2007 y 2011. Los demócratas, a pesar de sus fisuras internas, siempre han tenido mucho más claro que cuando se trata de tocar poder lo mejor es cerrar filas, más aún cuando se despacha un puesto tan importante como el de presidente de la Cámara.
Controlar la Cámara es controlar su presidencia porque lo eligen los propios diputados, así que tan pronto como tienen un voto de más saben bien a quien votar
El presidente de la Cámara de representantes en EEUU es protocolariamente el tercero en el orden de precedencia y en el orden de sucesión. Si matan al presidente y al vicepresidente el poder pasaría directo a él. Aparte de presidir la cámara y marcar los tiempos legislativos, se encarga de elegir a los miembros (13) del “Comitee on rules”, que podríamos traducir como como comité para las reglas, que es quien establece el reglamento para tramitar todas y cada una de las leyes que llegan a la cámara, de ahí que se le conozca como el guardia de tráfico del congreso. Ellos deciden qué ley circula, cuál debe detenerse y a qué velocidad debe ir cada proyecto de ley.
La figura del presidente de la Cámara es, además, muy visible, todo el mundo sabe quién es y tiene mucho peso político sin necesidad de pertenecer al Gobierno. Controlar la Cámara es controlar su presidencia porque lo eligen los propios diputados, así que tan pronto como tienen un voto de más saben bien a quien votar. Esa es la razón por la que, por regla general basta con una sola sesión y votación. En el último siglo todos han sido elegidos a la primera. La última vez que tuvieron que votar más de una vez sucedió en 1923, cuando un tipo llamado Frederick Gillet necesitó 9 votaciones porque los republicanos no se terminaban de poner de acuerdo. La vez anterior había sido en 1859, es decir, antes de la guerra civil.
Pues bien, a Kevin McCarthy le han hecho falta 15 votaciones y dos semanas de negociaciones entre los diputados republicanos. El miércoles parecía que iba a salir, pero perdió tres votaciones aquel día ya que 20 republicanos se negaron a ceder. Los rebeldes sin un candidato alternativo primero nominaron al representante de Arizona Andy Biggs, que había recibido sólo 31 votos en noviembre en la previa con McCarthy. Era absurdo, a Biggs no le querían más que ellos. Luego nominaron al representante de Ohio, Jim Jordan, que no quería el cargo y lo dejó claro desde el principio. Luego nominaron al representante de Florida Byron Donalds, uno que había votado por McCarthy en la votación anterior y que tampoco tenía voluntad de ser presidente.
Ha aceptado que solo cinco diputados de su propia bancada puedan presentar una moción para dejar vacante la presidencia y poner a otro en su lugar
El jueves siguió la locura y el viernes también. Tras la decimocuarta votación aquello ya era una casa de locos. Hicieron intención de levantar la sesión, pero veían como se les escapaba la presidencia de las manos, porque si ellos no conseguían reunir una mayoría los demócratas sí que lo harían tan pronto como pudiesen votar a su candidato, así que se quedaron discutiendo y negociando en el capitolio hasta que por fin sacaron la mayoría necesaria en plena madrugada.
Desde el pasado mes de noviembre el Partido Republicano tiene mayoría en la Cámara, pero tampoco es excesiva, sólo diez escaños: 222 frente a 212. Pero hablar de mayoría republicana es ser extremadamente generoso, porque si algo ha dejado claro lo que ha pasado en el Capitolio los últimos días es que el partido republicano está mucho más dividido de lo que se pensaba. No se trata tanto de McCarthy en sí. La pregunta es si cualquier otro podría liderar una mayoría cohesionada durante los próximos dos años. De entrada, McCarthy ha tenido que ceder en cosas un tanto sorprendentes como rebajar los requisitos para que los suyos puedan quitarle de en medio. Ha aceptado que solo cinco diputados de su propia bancada puedan presentar una moción para dejar vacante la presidencia y poner a otro en su lugar. Esto significa que cualquier facción, incluso una muy pequeña, podría retenerlo como rehén cuando crean oportuno. Y si satisface a esa pequeña facción para se podría encontrar frente a otra pequeña facción que le presiona en sentido opuesto.
Si se lo cargasen en unos meses, una posibilidad que está ahí, otros republicanos podrían obtener los 218 votos necesarios para acceder al cargo, pero ¿por qué habrían de querer el puesto sabiendo que aquello es un potro de tortura y va a pasar más tiempo lidiando con su propio grupo que tratando de jugársela a los demócratas o haciendo la vida imposible a Joe Biden? El problema al que se enfrenta en estos momentos cualquier líder republicano es que los suyos no quieren tomar y conservar el poder político. Se sienten mucho más cómodos y realizados haciendo oposición en minoría y quejándose de cómo Biden y los demócratas están destrozando el país. Eso es mucho más fácil porque así pueden presumir de puros y no necesitan decisiones difíciles ni adquirir compromisos. Esos diputados que están mejor en la oposición son básicamente los que andan en la órbita de Donald Trump, que decía que Washington era un pantano y que había venido a drenarlo.
Lo de drain de swamp fue uno de los lemas de la campaña de 2016 y ha estado repitiéndolo desde entonces. Drenar no se ha drenado nada, así que mejor enfadarse con el pantano y tratar de no hacer nada para cambiarlo. Esta es la triste verdad que subyace tras espectáculo de estos días y que explica la actitud maximalista y poco práctica de ciertos republicanos durante los últimos años.
Pero en fin, Kevin McCarthy finalmente obtuvo el sábado suficientes votos para convertirse en presidente de la Cámara de Representantes. Era la decimoquinta vez que votaban y McCarthy necesitaba 15 votos más a favor para conseguir la mayoría, pero el precio de la victoria ha sido alto, tanto en términos de pérdida de autoridad del nuevo presidente como en la capacidad de la mayoría republicana para hacer algo útil durante los próximos dos años.
Consiguieron arrancarle dos plazas en el Comité de reglas que, como decía, es quien establece los términos y la velocidad a la que se tramitan las leyes y las enmiendas
Podríamos pensar que esto ha sido toda una lección de democracia, pero no es cierto. Todo era un juego de poder. Un grupo de diputados vio la oportunidad de explotar la ventaja mínima de los republicanos en la Cámara en su provecho. Lo supieron camuflar con exigencias grandilocuentes como la del techo de gasto y el recorte de gasto público, pero lo que los rebeldes querían eran puestos para ellos mismos. Consiguieron arrancarle dos plazas en el Comité de reglas que, como decía, es quien establece los términos y la velocidad a la que se tramitan las leyes y las enmiendas. Esto reducirá el margen de maniobra de McCarthy cuando trate de reunir mayorías para una u otra ley, y dará pie a que el ala izquierda del partido busque refugio junto a los representantes demócratas ahondando aún más en la división.
Pero el mayor problema que va a tener McCarthy es haber permitido que cualquier representante del partido republicano pueda iniciar una moción de censura. Esto era así antes de Pelosi, pero lo cambió para asegurarse de que no se surgirían revueltas internas. Pero ahora bastará que cinco se pongan de acuerdo para sacar a McCarthy de la presidencia, eso le convierte en rehén permanente de todas las facciones que hay en la cámara, que son unas cuantas.
Todo esto complicarán la capacidad del Partido Republicano para utilizar una herramienta tan poderosa como la cámara de representantes en su beneficio para ir avanzando en su agenda y que les sirva de plataforma de cara a las elecciones de 2024. La Cámara tiene mucho poder, de ahí parten todos los proyectos de ley que involucren gasto que luego pasan por el Senado, donde pueden ser enmendados, pero no los pueden echar totalmente para atrás. La cámara también se encarga de certificar al vencedor de las elecciones.
Con la Casa Blanca y el Senado en manos de los demócratas, el único poder real que tienen hoy los republicanos en Washington es su mayoría en la Cámara, una mayoría de 222 diputados que ha sido puesta en jaque sólo por 20. No sería extraño que otros grupúsculos vean el poder que puede llegar a tener una exigua minoría. Si después de este espectáculo tan poco edificante los republicanos despiertan de una vez y miran de frente al problema que tienen quizá empiecen a legislar como una mayoría cohesionada cuyo objetivo debería ser conquistar la Casa Blanca dentro dos años exactos. Si no lo consiguen, McCarthy terminará lamentando el alto precio que ha pagado por ocupar el despacho de presidente.