Isabel San Sebastián-ABC
- Su especialidad no es el ‘manejo de los tiempos’ de Rajoy ni los discursos huecos de Casado. Lo suyo es la gestión eficaz
Antes incluso de alzarse con la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo ya ha conseguido unir a un partido destrozado y desmoralizado, que vuelve a levantar cabeza gracias a su liderazgo. Un partido creado con la vocación de agrupar a todo el centro-derecha acogiendo a un amplio espectro de votantes, que perdió el rumbo hace años y desde entonces iba dando tumbos. Un partido huérfano de cohesión, coherencia, brújula y proyecto, muchos de cuyos votantes recuperan poco a poco el deseo de escoger su papeleta en las urnas. Otros en cambio se han mudado definitivamente a formaciones beneficiarias del naufragio propiciado por Rajoy y agravado hasta la debacle durante la etapa de Casado, porque los electores son soberanos y no pertenecen a nadie. Quien no comprende esa regla de oro ignora lo que significa la palabra democracia y confunde la ideología con el sectarismo imperante en las filas de la izquierda patria. La derecha no está exenta de esa clase de individuos, tanto más abundantes cuanto más se extrema la postura, aunque en general sus simpatizantes suelen mostrarse más críticos. Es lo que tiene el gusto por la libertad asociado a la independencia de criterio. Si tu sustento no depende de quién ocupe el poder, puedes permitirte el lujo de exigirle competencia, formación, decencia y resultados, o bien negarle tu apoyo. Cuando un presidente incumple todos esos requisitos, cuando encarna justo la antítesis de esas cualidades, urge encontrar un recambio dispuesto a ocupar su sitio, que es exactamente lo que se dispone a hacer Feijóo tras echar a Pedro Sánchez.
Él mismo lo dijo, alto y claro, nada más postularse para el cargo que ayer sus compañeros le confiaron por aclamación: «Yo no vengo a insultar a Sánchez, vengo a ganarle». Pocos días después Mañueco alcanzaba un acuerdo de gobierno con Vox en Castilla y León, en una plasmación inequívoca del modo en que el presidente gallego se dispone a cumplir su compromiso nacional. Él no es hombre de palabra, sino de acción. Su especialidad no es el ‘manejo de los tiempos’, o sea, el aplazamiento ‘sine die’ de las decisiones importantes al que se agarraba Rajoy para eludir actuar, y mucho menos los discursos huecos en los que sobresalía un Casado atenazado por los complejos.
Lo suyo es la gestión eficaz. A unos les parecerá un tibio y a otros un radical, pero irá labrando el terreno con el propósito de salvar a España del peligroso personaje que se sienta en La Moncloa. Un tipo tan carente de virtudes como sobrado de ego. Una lacra para esta nación que nunca fue tan despreciada ni se mostró tan despreciable en el teatro internacional. Un inepto insensible al clamor de los arruinados por sus políticas. Una desgracia.