José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Felipe VI ni siquiera lo sabe pero Sánchez anuncia que el Rey ya trabaja en la ‘actualización’ de la Corona. O sea, en la progresiva jibarización de la monarquía.
Allí estaba la fotito de los Reyes, en un minúsculo marco de todo a cien y en una mesita, minimal y austera, como de un outlet de Ikea. Esa fue toda la presencia de Sus Majestades en el escenario diseñado por los estrategas de Pedro Sánchez para oficiar su particular versión del ‘rendimiento de cuentas’, un curioso akelarre, entre la autocondecoración y el autobombo. Una variante del ‘me cachis qué guapo soy’ que frecuentan por estas fechas algunos caciques regionales inspirados en los caudillos iberoamericanos de infausta memoria y penoso presente.
Los Reyes, en efecto, estaban ahí, en un rinconcito, mínimos, encogidos, casi anónimos, en una fotografía muy poco regia, sin duda elegida más con afán de menosprecio que de desprecio. Es la certificación, el gráfico reflejo de lo que Sánchez e Iván Redondo piensan cuando hablan de la ‘renovación de la Corona’. En esta edición de ‘Aló presidente’, por fortuna el último del año, Sánchez aprovechó la oportunidad que le brindan las televisiones españolas, siempre complacientes, para meter algo más de presión a la Zarzuela al anunciar esa iniciativa que describió (tápense las orejas, please), como «hoja de ruta para la renovación de la Corona». Proceso sobre el que apenas desveló nimios detalles ya que, en su insolente presentación, tan sólo apuntó que Felipe VI ya trabaja en ello (¿cómoooo?), en especial en aspectos como «transparencia y ejemplaridad». Dos cualidades que, por cierto, no adornan excesivamente a su propio Gobierno, el de la gestión más fullera, inepta y opaca de Occidente según denuncian todos los estudios de los organismos internacionales.
¿No había a mano otra maldita foto menos ridícula? ¿No puede alguno de los cien asesores de Sánchez buscar un retrato con cierta nobleza del cabeza del Estado? ¿No había un lugar más adecuado para colocarla?
Sánchez pone el foco sobre la Corona mientras se enjareta el uniforme de su gran valedor, de su principal defensor. Al tiempo, mete en el lío al PP, para que se adhiera a sus ignotos planes so pena de colgarle el sanbenito de antidemócrata, expresión muy frecuentada por Carmen Calvo en su empeño por fomentar el diálogo y la convivencia. La idea que Sánchez tiene del futuro papel del Rey estaba perfectamente expresada en la fotito de marras, en ese bofetón a La Zarzuela urbi et orbi, en ese indisimulado esputo sobre quien ostenta la jefatura del Estado. ¿No había a mano otra maldita foto menos ridícula? ¿No pueden los cien asesores de Sánchez, en algún momento libre, buscar un retrato con cierta nobleza del cabeza del Estado? ¿No había un lugar más adecuado para colocarla? El acto estaba preparado desde mediados de noviembre. Tiempo han tenido.
Los escribas del régimen se empeñan estos días en sacarle brillo a la valiente defensa de la monarquía que lleva a cabo el presidente frente a las embestidas republicanas de su socio de Gobierno, Pablo Iglesias, Una patraña más de este consumado especialista en trolas. «Paso a paso». «Ya irán sabiendo». «Un reinado actualizado conforme a los estándares de valores». «El Gobierno está a disposición de la Corona en lo que podamos ayudar». Es cuanto desveló Sánchez de su sinuosos propósitos. La figura apesta a trampa, a calcetín chamuscado, a una encerrona trapacera.
El PP no entra al juego
Acertó Pablo Casado en no entrar a semejante trapo. Le parece bien, dijo, «todo lo que sea reforzar la monarquía, bienvenido sea». Reclamó, eso sí, «un gran acuerdo, no una caja de Pandora». Hay aspectos referidos a la institución que deberían adecuarse en la Carta Magna. Tanto la preeminencia del varón en la línea sucesoria como aspectos tan vidriosos como el estatus y responsabilidades del rey padre.
No es eso lo que Sánchez busca con su anuncio de ‘renovación’ de la Casa Real y alrededores. Lo que ya se prepara en Moncloa es una especie de estatuto de control de la Corona a fin de maniatar, amordazar, subyugar al jefe del Estado (el humillante viaje a Bolivia, el vetado desplazamiento a Cataluña, la ridícula entrega del premio Cervantes y el manoseado discurso de Nochebuena han sido claros síntomas de lo que prepara el Gobierno) y convertirlo en una pieza ornamental, un ‘augusto cero’ en palabras de Vázquez de Mella. En suma, una marioneta con los hilos manejados por Su Persona.
Ni es una broma, ni es hipérbole, ni menos aún caricatura. Es el reflejo de una realidad que describen, sin excesiva discreción y en forma creciente, algunos de sus allegados
Lo ridículo de la fotito, tanto por su tamaño como por su emplazamiento, delataba a las claras la realidad de unos planes que ya nadie intenta ocultar. Ni siquiera en disfrazar. No es el objetivo de Sánchez reforzar la monarquía, ni potenciarla, ni modernizarla. Busca tan sólo reducirla a la mínima expresión para, llegado el momento, colocar sobre el tapete el acariciado proyecto de referéndum sobre la forma del Estado y, de esta forma, convertirse en presidente de la República. Ni es una broma, ni es hipérbole, ni menos aún caricatura. Es el reflejo de una realidad que desvelan, sin excesiva discreción, algunos de sus allegados. «Incluso sin necesidad de referéndum, mire usted por dónde», comentan.
Hemos entrado en la fase decisiva de la gestación del increíble Rey menguante, del monarca demediado, constreñido en un retratito colocado, con ánimo indigno, sobre una tablita como de la república de Ikea. Eso es lo que Sánchez define como ‘la monarquía del siglo XXI» mientras él y sus socios retrotraen a España a una república del siglo XX, sobre la que no hace falta pergeñar demasiadas ‘hojas de ruta’ porque alguna noción de lo que sucedió entonces ya tenemos.