Miquel Giménez-Vozpópuli
  • Este mes de agosto lo ha confirmado, por si quedaba alguna duda: Sánchez no sirve ni para llenar el botijo de agua

Los líderes en política se miden no por los éxitos que logran sino por cómo afrontan las derrotas. Y la caída de Afganistán lo es. La derrota de occidente, la derrota de la democracia parlamentaria, la derrota del buenismo, que siempre nos acaba llevando al abismo. Pero mientras que para Biden, ese ancianito que finge gobernar desde la Casa Blanca mientras cede el papel de primera potencia mundial a China y Rusia, la caída de Kabul y el drama de la evacuación es una cosa, para Sánchez es otra muy distinta. Porque mientras, con mejor o peor fortuna, el ancianito y el resto de líderes occidentales han estado en la brecha, el presidente del gobierno español no ha salido de su cueva. Que, con la que ha caído, este hombre haya permanecido de vacaciones, apurando al límite su obligación, dice mucho del presidente.

Lo alarmante es que Sánchez no ha dado la cara porque realmente no sabía que hacer. Ni qué decir. Ni a quien encargarle nada. Con los ministros y ministras y ministres podemitas de perfil –una vez más– cuando se trata del integrismo islámico, Sánchez y sus alpargatas se movían entre el «¿Y ahora qué carajo hago?» y la nostalgia de no disponer de un Iván Redondo para que le organizara un Aló Presidente de los que tanto gustaba cuando el confinamiento. Porque los nuevos asesores de Moncloa son malos, malísimos. La foto de Sánchez fingiendo que trabaja con la cartera de presidencia encima de la mesa, ese volumen legal que jamás ha leído, esa cara de atención totalmente impostada, recordaba los bodegones que obligan a pintar en primero de Bellas Artes. «Naturaleza imprecisa», podría titularse. Sánchez es así, impreciso, perezoso, cobarde, demagógico y ultra narcisista. Reconocerán ustedes que con esos mimbres lo raro es que Marruecos no nos haya invadido todavía.

Sánchez es así, impreciso, perezoso, cobarde, demagógico y ultra narcisista. Reconocerán ustedes que con esos mimbres lo raro es que Marruecos no nos haya invadido todavía

Frente al tancredismo presidencial ahí está el ejemplo de nuestras FFAA, de nuestros cuerpos de seguridad, de esa gente que lo da todo a cambio de un sueldo mísero que contrasta con los ingresos pornográficamente altos de la clase política. Pero como España es como es, ahí está el ejemplo de dignidad, coraje y vocación de servicio público aun a riesgo de su propia vida del embajador español en Afganistán don Gabriel Ferrán. Ejemplifico en él esa condición de hombre íntegro, a sabiendas de que han seguido su ejemplo otros diplomáticos de nuestra embajada y los antes citados ángeles de uniforme. Porque, como es harto sabido, el embajador Ferran había sido cesado por Sánchez justo un día antes del drama. Y nuestro representante decidió no abandonar su puesto sin que todos los españoles de Kabul fuesen evacuados.

España suele crecerse en ocasiones excepcionales. Si ustedes recuerdan la película Cincuenta y cinco días en Pekín, que narra la histórica y desesperada resistencia de las legaciones radicadas en la capital china en plena Guerra de los Bóxers, tendrán en la memoria el heroico papel del embajador británico interpretado por el siempre magnífico David Niven. En el argumento, Sir Arthur Robinson, ese valiente representante de Su Majestad la Reina Victoria, es quien aglutina la resistencia y, junto con el militar norteamericano Charlton Heston que da vida al valiente Mayor Lewis, consiguen aguantar hasta que llegan refuerzos. Pues bien, el auténtico héroe fue un español, el embajador Bernardo Cólogan y Cólogan. Él consiguió pactar con la iracunda emperatriz china, acordando lo que se conoce como el Tratado de Xinchou o Protocolo Bóxer. Ahora que está de moda la memoria histórica haríamos bien repasando la nuestra, esa que muchos nos pretenden ocultar y que está repleta de nombres y apellidos generosos y valientes.

En la película, la gloria se le llevan el inglés y el yanqui; en la historia auténtica, el mérito es el de un diplomático español que, como el embajador Ferran, supo estar a la altura de la nación que representaba. Sánchez acudió a hacerse la foto con los evacuados de Kabul, pero será la imagen de alguien flojo, débil, oportunista y mediocre. La de Ferran quedará, por el contrario, como la del hombre que, dispense, embajador, supo mantenerse como el Duke: fuerte, feo y formal.

Ojalá fuera usted nuestro presidente, don Gabriel. Todo eso que España saldría ganando.