Ignacio Varela-El Confidencial
- El grado de mistificación con que Sánchez maneja el tema de los fondos europeos se eleva a medida que se aproxima el momento de la verdad
La pandemia no permite llenar teatros, polideportivos y plazas de toros, y en algún lugar tiene que mitinear Pedro Sánchez, erigido como candidato del PSOE en las elecciones madrileñas del 4-M aunque en la papeleta aparezca un figurante llamado Gabilondo. Así que el macrolíder ha decidido convertir la sala de prensa de Moncloa y la tribuna del Congreso en el escenario principal de sus actos de campaña, con las vacunas y los fondos europeos como señuelos discursivos de la petición de voto —que en él suena siempre conminatoria, o me votas o te boto—.
Con su oratoria indigesta, que Rafa Latorre ha bautizado para la posteridad como ‘sancheo’, Su Persona hizo saber esta semana que vacunar a 30 millones de españoles será coser y cantar para alguien como él —saltando sobre el hecho de que ni el suministro ni la inyección de las vacunas dependen de su Gobierno—. Que no ve signo alguno en el horizonte de que a partir del 9 de mayo sea recomendable mantener el estado de alarma (se quedó a un paso de repetir aquello de “hemos vencido al virus”), y que es inminente un diluvio de millones europeos sobre España, que él administrará sabiamente para llenar nuestras vidas de riqueza y bienestar, convirtiendo su presidencia en un hecho providencial, la mayor ocasión que vieron los tiempos desde que Colón tropezó sin querer con un continente y de aquel error nació un imperio.
El grado de mistificación con que Sánchez maneja el tema de los fondos europeos se eleva a medida que se aproxima el momento de la verdad. El 30 de abril, España tendrá que presentar en Bruselas el plan detallado de reformas, inversiones y proyectos que se exige para comenzar a librar los fondos. El escrutinio será intenso y extenso. El programa del curso consta en un documento aprobado en julio de 2020, llamado ‘Recomendaciones para España en el semestre europeo’ (más que recomendaciones son instrucciones). El tribunal ha hecho saber que será sumamente exigente en tres asignaturas: pensiones, mercado laboral y voluntad comprobable de controlar el déficit y la deuda. Precisamente, las materias que este Gobierno tiene completamente atragantadas.
Escuchando al presidente en su papel de rey Midas, daría la impresión de que a España le hubieran tocado 140.000 millones en una especie de bonoloto europea, que nos harán ricos a todos tras las amarguras de la pandemia. La realidad, naturalmente, es muy distinta al plomizo cuento de hadas que Sánchez endilgó dos veces más (y van…) esta semana.
Para empezar, el fondo europeo de recuperación no es ninguna recompensa, más bien lo contrario. Es un esfuerzo gigantesco de endeudamiento colectivo que hacen los 27 países de la Unión para ayudar a sus miembros más débiles a salir del agujero de la crisis. La cantidad que se asigna a cada país es directamente proporcional al deterioro de su economía y al retraso acumulado en su adaptación al siglo XXI. Cuanto peor y más atrasado estás, más ayuda necesitas. Es el caso de España. En otros tiempos, se llamó rescate.
Además, hay condiciones estrictas e ineludibles. Algunas son dolorosas y, en buena medida, incompatibles con el obsoleto programa de la coalición sanchopodemita. Para recibir la ayuda, hay que ajustarse a ellas y demostrarlo con algo más que retórica barroca de la factoría Redondo. En caso de duda sobre un país, cualquier Estado miembro puede levantar la mano y exigir que se active el mecanismo de freno, que paraliza la entrega de los fondos hasta que el Consejo Europeo se pronuncie por mayoría (seis meses de parón como mínimo). Se sabe que, en lo referente a España, varios de los llamados “frugales” están deseando ensayar el mecanismo. Y a partir de septiembre, ya no estará Merkel para protegernos.
No está de más recordar que el fondo no se activará hasta que lo refrenden todos los parlamentos nacionales, y hasta el momento no lo ha hecho ni la mitad. Antes de que llegue el primer euro, Sánchez tiene tiempo de sobra para hacer sonar las trompetas y declararlo inaugurado varias veces más, como los pantanos del NO-DO.
El caso es que los que saben de economía y de Europa coinciden en que, con un discurso profuso y difuso como el de Sánchez en el Congreso y un documento vaporoso como el que han alojado en la web de Moncloa, puedes dar el pego para los forofos de aquí, pero en el edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea, no te dejan pasar de la puerta. El comentario más repetido es “si piensan ir con esto, mejor que no vayan”.
El cuento de Sánchez o no es nada o es demasiado. Si se escucha con rigor, es una montaña de palabras vacuas y esculturas de humo. Si se le da crédito, aun quitando los ornamentos y las repeticiones, lo que se anuncia es tan desmesurado que, puesto todo junto: a) excede con mucho los límites de un programa de legislatura; b) con 140.000 millones no tienes ni para empezar; c) en todo caso, es imposible realizarlo con este instrumento político. Aproximarse a ello requeriría, además de un esfuerzo sostenido durante más de una década, una política de concertación nacional que está muy lejos del ánimo de Pedro Sánchez
Una de las condiciones en las que más insiste la UE es que los planes que se le presenten cuenten con una base sólida de consenso político interno. Ante la magnitud del empeño, lo que haría un gobernante normal en un país normal es llamar a la oposición y sentarse a trabajar con ella, con todas las comunidades autónomas, y, por supuesto, con las fuerzas económicas y sociales. Armar una propuesta articulada de consenso, soportada con cifras y plazos concretos. Pasarla a votación en el Parlamento y presentarse en Bruselas con un plan respaldado por 300 diputados y compartido por toda la sociedad. Sé que es casi estúpido esperar algo parecido en la España de hoy.
El dilema de Sánchez es cómo cumplir con Bruselas sin que estalle el Gobierno de coalición. La respuesta es que no es posible. En algún punto del recorrido, la cuerda se romperá por uno de los dos lados. Así que en los próximos meses veremos a este presidente coaligarse con Calviño y poner a Redondo a estudiar el calendario de 2022 para situar las elecciones generales en el instante más ventajoso. Lo sabía muy bien Iglesias el día que decidió preventivamente poner pies en polvorosa con el pretexto de salvar a su partido en Madrid.
Sabremos que la cosa está cerca el día en que se reserve una hora de televisión para escenificar ‘la caída de la mascarilla’.