PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Sabino Arana tenía una especial inquina a los fueristas, a los que fustigó sin piedad en sus escritos por ser españolistas

La mención que hizo el lehendakari Urkullu sobre la fecha de 1839 en el pleno de política general en el sentido de que, a partir de ahí, con la ley de dicho año, se perdió la soberanía originaria de los vascos no es algo nuevo en el nacionalismo. Que haya personas sorprendidas con esa mención solo denota las carencias en cultura política que padecemos. Este es un tema que va inserto en la tradición política del PNV desde el final mismo de la vida de su fundador, Sabino Arana, cuando se buscó una fórmula jurídica para esquivar la ilegalización del partido por las acusaciones de independentismo que le acuciaban entonces desde los tribunales. Uno de sus más íntimos colaboradores, un tal Miguel Cortés Navarro, le puso letra a la música que necesitaba el partido entonces en dos artículos sucesivos publicados en ‘Patria’ en enero de 1904, unos meses después del fallecimiento de Sabino Arana, y en los que establece bien claro que el PNV es «el único partido de orden que aspira a conseguir para su desgraciado pueblo la felicidad que le fue arrebatada por la infausta ley de 1839». A partir de 1906 esto fue doctrina oficial del PNV hasta hoy.

Si la ley de 1839 supuso para los nacionalistas la pérdida de las libertades patrias y resulta que para el fuerismo es la ley por antonomasia que protege y actualiza la foralidad vasca, ¿cómo se puede pensar que la foralidad va en la misma línea que el nacionalismo? Dicho de otro modo, el equívoco mayor de toda esta historia es considerar que el nacionalismo procede del foralismo. El PNV desde su mismo origen, y sobre todo con motivo de los debates constitucionales de 1978, ha jugado con ese confusionismo y los estudiosos del nacionalismo -la mayoría, no nacionalistas- han colaborado también lo suyo en esa mixtificación. Es urgente realizar esta distinción porque, si no, no entenderemos nada de lo que está ocurriendo y de lo que sin duda va a seguir ocurriendo, ya que el PNV va a continuar por esa línea en el marco de la legalidad, de tono inequívocamente foralista, a diferencia de lo que ocurre en Cataluña.

Todo empezó con el concepto de «nación foral», que proclamó Urkullu hace unos años y que levantó una polémica parecida a la de ahora con lo de 1839. La nación foral, como tal, es un ejemplo paradigmático de oxímoron en el sentido de que pretende conjugar dos conceptos inconciliables. Porque no es cierto que el foralismo llevara al nacionalismo o que supusiera una suerte de prenacionalismo, como explican muchos estudiosos del periodo. Primero, porque todos los fueristas, fueran liberales o carlistas, eran sin excepción españolistas, leales reconocedores de lo que significa España en la historia vasca.

La prueba de que esto es así es que el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, si a alguien tenía una especial ojeriza era precisamente a los fueristas de toda condición, a los que fustigó sin piedad en sus escritos. Empezando por el líder del liberal-fuerismo Fidel de Sagarmínaga y siguiendo por los hermanos Echegaray -Carmelo y Bonifacio- o el autor de la historia de Bizkaia, Estanislao Jaime de Labayru, o el director de la revista ‘Euskal-Erria’ de San Sebastián -órgano oficial del fuerismo-, Antonio Arzac, o el propio Antonio de Trueba, literato fuerista con quien Arana comparte espacio escultórico en los Jardines de Albia de Bilbao. Sin olvidarnos de Juan Iturralde y Suit, director de la revista ‘Euskara’, de Pamplona, a quien también le reserva su inquina proverbial porque todos ellos hablaban de lo vasco como patria chica en relación a la patria grande que era España.

Y es que, a diferencia del nacionalismo, para todo el fuerismo la ley de 1839 es la piedra angular del edificio foral en un sentido político y jurídico. La ley foral de 1839, por la que «se confirman los Fueros de las provincias Vascongadas y de Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía», es para Navarra la base misma de su ley de 1841, en la que se basa su foralidad actual. Y para el País Vasco es el inicio de la etapa dorada de la foralidad vascongada, descrita con una frase afortunada de entonces por el catalán Juan Mañé y Flaquer como «el oasis foral», basada en una intensa complicidad entre las élites liberales españolas y las vascas, solo rota por las ofensivas del carlismo, al que hay que atribuirle en exclusiva la catástrofe de la abolición foral.

Por tanto, que nadie busque en la foralidad un antecedente del nacionalismo, porque eso demostraría que nadie se ha leído lo que dijo sobre él Sabino Arana, quien, en una de sus habituales polémicas, dijo de los fueristas: «conocieron a su patria pero no la amaron, sino que la entregaron en manos de sus enemigos», como si él fuera el único que amaba a su patria y como si España fuera la enemiga de lo vasco.