Editorial-El Correo

  • La campaña para las autonómicas vascas arranca con un perfil bajo que no se corresponde con la trascendencia de lo que está en juego

La campaña de las elecciones vascas más reñidas, a priori, en las dos últimas décadas arranca hoy en un clima de extraña quietud, alejada de la tensión ambiental propia de estos prolegómenos con la que los partidos buscan el cuerpo a cuerpo y la masiva movilización de sus votantes. Los escarceos de las últimas semanas fueron de tono menor y no lograron crear un debate similar al de citas anteriores a estas alturas. Una circunstancia que cabe atribuir, entre otros factores, a la ausencia de mensajes novedosos, a la fecha elegida para los comicios -con la interferencia de la Semana Santa y, en Bizkaia, también de la final de Copa del Athletic- o a una creciente dificultad de las fuerzas políticas para estimular a la ciudadanía. Esa frialdad será corregida con seguridad en los 15 días que los candidatos tienen por delante para exponer sus propuestas sobre los grandes desafíos de Euskadi. Al hacerlo es de esperar que traten a la sociedad como adulta. Que busquen su complicidad más con recetas atractivas y solventes para los problemas reales que con ataques a la yugular del adversario y verborrea incendiaria que fomente la crispación, como por desgracia ocurre en Madrid.

Probablemente, al perfil bajo de la precampaña contribuyó asimismo el aparcamiento en un segundo plano de las pulsiones identitarias; un tradicional foco de tensión sustituido por la controversia sobre la calidad de los servicios públicos, el principal motivo de inquietud de la población desde la pandemia. Las alternativas en liza para mejorar su gestión y la confianza que en ese sentido inspiren las distintas formaciones serán determinantes en la composición del nuevo Parlamento, que también dependerá del nivel de abstención. Resulta paradójico que en una comunidad con un autogobierno tan amplio y un aprecio tan elevado por sus instituciones más próximas la participación en las autonómicas sea muy inferior a la de las generales.

Promover la afluencia a las urnas constituye una necesidad democrática para que la fotografía resultante del escrutinio se ajuste al máximo al sentir de la sociedad vasca. Deberían favorecer la participación lo mucho que está en juego el día 21 y la reñida disputa por el primer puesto entre el PNV y EH Bildu que predicen las encuestas. Rema en su contra la extendida sensación de que, sea cual sea el resultado del pulso, no cambiará el signo político del Gobierno vasco.