Tonia Etxarri-El Correo
Suele ocurrir que la celebración del Aberri Eguna se convierte en una jornada de vehemencia identitaria. Porque se libra un pulso entre las dos fuerzas nacionalistas que, por separado, se miden el grado de abertzalismo que tiene cada cual en su casa y la patria en la de todos. Con más razón en tiempo electoral como el que nos encontramos en el que PNV y EH Bildu extrapolan sus diferencias, incluso entre emplazamientos a la unidad sobre todo en Gipuzkoa, para atraer a su electorado.
Con la particularidad de que Bildu sabe que cuenta con un seguimiento electoral más o menos estable que este año puede incrementarse con la caída pronosticada de Podemos, mientras que el PNV en municipales y forales obtiene beneficios extra de ciudadanos que se decantan por el voto útil. Pero ayer los nacionalistas bajaron el diapasón. Desde el PNV se trataba de marcar la diferencia entre el nacionalismo más pragmático y el más radical. Pero con tan pocas ganas de ir al meollo de la cuestión que Andoni Ortuzar, que sigue representando la opción más votada, se quedó en la ‘performance’ para criticar a los de Otegi, que reivindicaron ayer su patria en Pamplona.
Es curioso porque, si en algún momento el PNV recupera la memoria de la trayectoria de la izquierda abertzale, tan ligada a ETA, suele ser precisamente en tiempo electoral. El resto del calendario sirve para blanquear a todo el conglomerado que ha conseguido sentarse a la siniestra de Sánchez formando parte del coro de los aliados preferidos. Pero no. Ayer Andoni Ortuzar se quedó en la pasarela para dirigirse a los suyos como si se tratara de un público de ‘Barrio Sésamo’. El PNV, los auténticos. Bildu, los tuneados. ‘Ellos’, los de la mani de Armani, ‘nosotros’, con el kaiku puesto y la alpargata. Ortuzar perdió una oportunidad para recordar, cuando hablaba de la falsedad de Bildu al presentarse transformados como si nunca hubieran roto un plato, que el mundo de donde procede Otegi, más que platos, rompió vidas, persiguió a miles de ciudadanos y destrozó familias enteras. Pero no lo hizo. Si hubiera recordado no sólo cómo visten y se peinan los de Bildu sino quiénes son, de dónde vienen y a dónde pretenden ir, la crítica le habría quedado redonda. Porque se trataba de eso ¿no? De vindicar la memoria. Ni siquiera profundizaron en el derecho de autodeterminación que reclaman a días pares en el Parlamento mientras en los impares lo guardan en el cajón para presumir de liderazgos en organismos transfronterizos. Que fue lo que hizo el lehendakari Urkullu.
¿Se activará el acuerdo del nuevo Estatuto que lleva tres años dormitando en el Parlamento? No parece en tiempo de urnas. Un acuerdo de ese calado debe ser compatible con el marco constitucional. Para eso, se necesitaría el concurso del PSOE y del PP. Todo lo demás implicaría adentrarse en una aventura como la de Cataluña que sólo ha traído división y problemas de convivencia. Y en tiempo electoral, el lehendakari tiene muy en cuenta el estado de desafección de los ciudadanos vascos hacia las proyectos independentistas que van retratando los sondeos de opinión.
Que la sociedad vasca es cada vez más plural a la vez que ofrece síntomas de desentendimiento hacia los debates identitarios es una realidad. Euskadi es cada vez menos nacionalista, según el socialista Eneko Andueza. Tiene razón aunque luego la mitad de la población que decidió votar la última vez se decantó mayoritariamente por las fuerzas nacionalistas. Ésa es la contradicción.