JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • La obligada concentración en la pandemia y la deslumbrante visibilidad de la política estatal han restado al Gobierno vasco amplitud de acción e interés mediático

La presente legislatura vasca habrá estado marcada, en su totalidad y desde sus mismos inicios, por la pandemia. De hecho, fue el 10 de febrero, pocos días antes de que ésta estallara en Europa, cuando el lehendakari había dado ya por finiquitada la anterior y convocado elecciones para el 5 de abril. La irrupción de aquel mal de todavía incierta naturaleza y desconocidos efectos les obligó, primero, a él e, inmediatamente después, al presidente del Gobierno central a declarar respectivamente los estados de emergencia y de alarma en la primera quincena de marzo. La convocatoria del 10 de febrero tuvo así que posponerse y los comicios se celebrarían finalmente el 12 de julio. El Gobierno vasco estuvo, en consecuencia, desde antes de nacer, rodeado de unas circunstancias que lo han maniatado hasta hoy y amenazan con seguir haciéndolo hasta que la legislatura culmine, probablemente, en alguna fecha de la primera mitad de 2024. Será, pues, conocido como el Gobierno de la pandemia.

Nunca habían sido tan decisivos los partidos de estricta obediencia vasca en el ámbito estatal

No es una mera referencia cronológica. Expresa, más bien, el efecto profundo que la covid ha causado tanto en su actividad como en la valoración que de ella se haga. La gestión de la pandemia acabará siendo el criterio por el que se le juzgue cuando los partidos que lo integran, junto con los que se le oponen, se sometan al juicio electoral. No será injusto. Si la realidad entera, desde la salud hasta la economía, pasando por la educación, el ocio, el deporte y las relaciones humanas, se ha visto condicionada por el mismo hecho, nada de extraño habrá en que por su manejo se valore a quien le ha tocado gestionarlo. Habrá además otro efecto. La concentración de esfuerzos en un único objetivo habrá tenido también el adicional de haber opacado el reducido resto de actividad que se hubiere mantenido a salvo. Como los propios ciudadanos, el Gobierno se habrá visto suspendido en una especie de estado de incertidumbre y provisionalidad, a la espera de que la realidad vuelva a la normalidad. Así nos encontramos todos.

Lo mismo cabría decir, si no más, del Gobierno y la legislatura centrales, que se iniciaron casi en el momento en que irrumpió la pandemia. Pero un par de hechos marcó la diferencia. El primero, la astucia con que el Ejecutivo central se desembarazó de las tareas más engorrosas de la gestión sanitaria, inventándose una cogobernanza que endilgó la dura brega diaria a los Gobiernos autonómicos. El segundo, la sorpresa y el ruido de su propia composición, que, junto con la desaforada oposición que se propuso ejercer el PP, atrajeron, desde el primer día y hasta hoy, los focos de la opinión pública nacional y foránea. Al mayor margen de maniobra para la gestión de los asuntos diarios añadió así el Ejecutivo el acaparamiento de la atención mediática. En esto colaboraron, sin duda, la progresiva normalización de la política vasca tras el cese del terrorismo y la súbita desinflamación del conflicto catalán.

El hecho es que, como quizá nunca antes en los últimos cuarenta años, la política gubernamental vasca ha quedado fuera de los focos, tanto propios como ajenos. Sólo hace falta fijarse en la atención que le prestan los medios para confirmar el dato. Le han dejado la pandemia. Sin embargo, no es que la política vasca haya perdido relevancia mediática, sino que la atención se ha desplazado del Gobierno a los partidos. A la vez que aquél merma en la atención que recibe, medran estos gracias a la influencia que se han ganado en la política del Estado. Y así, si nunca había sido la política gubernamental tan apagada como ahora, nunca se había revelado tampoco tan decisiva la que ejercen los partidos de estricta obediencia vasca en asuntos fundamentales del ámbito estatal. Hasta la rivalidad entre las dos fuerzas abertzales ha bajado en Euskadi, donde llegan a acuerdos de enjundia, para trasladarse a Madrid, donde compiten con sus respectivas propuestas en el Congreso y ante el Gobierno. Con ello, la visibilidad que siempre había ocupado el Ejecutivo vasco ha quedado opacada. Entre la concentración que requiere la pandemia y la atención que reclama la política estatal, nuestro Ejecutivo ha perdido amplitud de acción, de un lado, e interés mediático, de otro. Quizá la implicación en el proyecto de recuperación pospandémica, con la gestión de las ayudas europeas, pueda iluminar tanta penumbra. Lo necesitarán los miembros que integran el Gobierno para que el elector los reconozca, si se presentan a las elecciones.