Futuro pasado


Iñaki Unzueta, EL CORREO 19/11/12

El objetivo es enmascarar, difuminar la frontera entre víctimas sin hacer justicia a lo acontecido. El nacionalismo radical persiste en un proyecto político que obtura la pluralidad de metas y excluye a una parte de la población. 

Los constitucionalistas tenemos serios motivos para estar preocupados. Cuando creíamos que el nacionalismo radical iba asumiendo lentamente los presupuestos básicos de la democracia, hete ahí que nos remiten a un futuro cargado con la negatividad del pasado. Entre los pliegues de una campaña electoral de terciopelo, dos hongos podridos estallan en la boca: la negación del pasado y la infatuación delirante que les lleva a pensar que pueden escoger con quién cohabitar esta tierra. Dos gruesas ideas con un mismo fuste que les da asiento: la creencia de que saben que saben, la creencia de que gozan de una suerte de certeza superior por la cual sus valores sobre la vida y el bien pueden y deben imponerse a los demás.

Por un lado, no hay un reconocimiento moral de las víctimas y perseveran en el negacionismo. Es verdad que no se trata de una «negación literal» de lo acontecido, pero con distintos grados y matices justifican unas acciones que las sitúan en un nuevo marco interpretativo. Según la ‘negación interpretativa’ existe una pluralidad de víctimas que son consecuencia de una confrontación entre dos bandos. Sin embargo, exceptuado un periodo perfectamente delimitado de terrorismo anti-ETA y de violencia generada desde el Estado, aquí no ha habido una respuesta a la dinámica de desprecio y violencia impulsada desde el nacionalismo radical. La ‘negación interpretativa’ lo que sostiene es que todas son víctimas de un conflicto. Las víctimas activas que asesinaron por una causa política que les hacía creer que podían escoger con quien habitar en esta tierra, se convierten así, junto con los asesinados y exiliados, en víctimas pasivas de un conflicto. La explotación ‘pro domo sua’ de la ambivalencia entre víctimas también se produjo en Alemania, donde como dice Reinhart Koselleck, «hasta el fin del Tercer Reich víctima significaba algo positivo y activo. Después de la guerra, los soldados que se habían sacrificado por la gran Alemania se transformaron en víctimas del fascismo». De igual modo, aquí el objetivo es enmascarar, difuminar la frontera entre víctimas sin hacer justicia a lo acontecido.

Por otro lado, el nacionalismo radical persiste en un proyecto político que obtura la pluralidad de metas y excluye a una parte de la población. En unas gruesas declaraciones a este periódico (EL CORREO, 04-11-12) Laura Mintegi decía que, «hasta ahora las políticas tradicionales han tenido un componente muy fuerte de autoritarismo. Yo mando y tú obedeces. No existía la consulta. Todo esto nos va a ayudar a hacer mejor las cosas. Vamos a poder aplicar mecanismos de consulta popular para que, cuando le preguntemos con quién quiere vivir, no nos encontremos con una sociedad que no está acostumbrada a que se le pregunte».

Hannah Arendt hizo una crítica al juicio de Eichmann en Jerusalén porque, a su entender, no sólo se trataba de hacer justicia, había también que mostrar públicamente que se hacía justicia. Arendt echaba en falta mayor severidad en unos jueces que tendrían que haberle acusado de «apoyar y cumplimentar la política de unos hombres que no deseaban compartir la Tierra con el pueblo judío ni con ciertos otros pueblos de diversa nación, como si tú (Eichmann) y tus superiores tuvierais el derecho de decidir quién puede y quién no puede habitar el mundo». Reyes Mate completa el argumento señalando que «uno puede ir a vivir donde le plazca; lo que no puede es decidir que el vecino se vaya o poner un muro para ignorarle (…) si esgrimimos el derecho a decidir quién sea nuestro vecino, podemos volverle la espalda o quitarle de en medio si no nos gusta».

El artículo 1 de la Constitución alemana reza que, «la dignidad del hombre es inviolable. Respetarla es la obligación de todo poder estatal» y el art. 79 señala que cualquier modificación del art. 1 es ilícita. Asimismo, según el art. 3, no existen criterios étnicos, raciales, lingüísticos, religiosos, políticos, genéticos o espaciales que puedan quebrar la igualdad ante la ley. La identidad política de los alemanes y la legitimidad de la República Federal se mide en relación con la integración en su recuerdo consciente de su responsabilidad por la actividad asesina de los alemanes entre 1933 y 1945. Aquí, Mintegi, siempre incrustada en la constelación del nacionalismo radical y por ello con responsabilidades políticas, sigue pensando que algunos vascos tienen poder para escoger con quién habitar en esta tierra, sigue sin aceptar la pluralidad interna de esta sociedad destruyendo así la condición de posibilidad de vida política.

Mintegi persiste en la actitud del que cree que sabe que sabe, y cuando uno sabe que sabe la persecución puede, otra vez, volverse implacable. Después de la experiencia trágica de este país, todavía creen poder declarar extranjeros inútiles a un determinado sector de la sociedad. Lo que nos proponen es la clausura de opciones, la vuelta al infierno del pasado. Frente a ello, porque necesitamos las ideas de los demás, creemos en una concepción plural de la sociedad que deje mayor margen para la diferencia y más espacio social para el disenso y el error. Nuestra preocupación debe ser cómo lograr una mayor diversidad de personas que haga del presente un futuro más rico.

Iñaki Unzueta, EL CORREO 19/11/12