Gesto por la Paz se disuelve tras 28 años de lucha contra la violencia en el País Vasco

EL MUNDO 05/05/2013

«La amenaza de ETA ha parado sin contrapartidas políticas».
«Los ‘abertzales’ deben decir que los atentados no están justificados».

La coordinadora concluye su actividad pacifista y de denuncia del terrorismo porque ha cumplido su «objetivo último»: el final de la violencia.
La coordinadora concluye su actividad pacifista y de denuncia del terrorismo porque ha cumplido su «objetivo último»: el final de la violencia.


Itziar Aspuru y Jesús Herrero
trabajan en un centro tecnológico. No han sido víctimas de ETA ni políticos, sino dos rostros clásicos de Gesto por la Paz, la coordinadora que nació para organizar el rechazo de la sociedad vasca a quien derramaba sangre en su nombre, y que ayer celebró su última asamblea para certificar su cierre porque, tras el «cese definitivo» que ETA anunció en octubre de 2011, han cumplido con su objetivo.

Tenían 20 años cuando, a mediados de los 80, participaron en la creación de una plataforma sin la que no se entendería la historia reciente del País Vasco. Ella estudiaba Físicas en la Universidad del País Vasco; él, Informática en Deusto. Los dos sintieron una misma necesidad: mientras los atentados de ETA –y también los GAL– se hacían cotidianos, era urgente articular un rechazo cívico a la violencia.

Implicada en Jóvenes de Acción Católica, Aspuru empezó a acudir a los actos contra los asesinatos casi semanales en la Plaza Circular de Bilbao. Los organizaba Itaka, del colegio Escolapios, uno de los seis grupos que conformarían el núcleo de la coordinadora, después de cada muerte. «Nos pusimos el reto de llevar esa concentración a nuestro barrio, el Casco Viejo», cuenta. También organizó otro grupo en la universidad pública. Era el año 86.

Herrero hizo lo mismo en el barrio bilbaíno de San Ignacio, con un primer lema: Ya nos vale de indiferencia. Fue el 12 de diciembre de 1987, un día después de que ETA matara a 11 personas, entre ellas cinco niñas, en la casa cuartel de Zaragoza. La mejor fórmula era hacerlo delante de sus vecinos. «No buscábamos el gran acto mediático con fotos y cámaras, sino la implicación personal. Que tu vecino te viera ahí…». Acudieron más de 100 personas a través del boca a boca y los carteles en farolas.

– ¿Qué le pasaba por la cabeza detrás de la pancarta?

– A todos se nos han quedado grabadas las miradas de los que pasaban: el que se sumaba, el que hacía como si no lo hubiera visto…

Se mantenían allí, en silencio. Era la segunda clave. Localismo y silencio. Siempre con mensajes que no sobrepasaran el «mínimo denominador común» para asegurarse la pluralidad de la respuesta cívica, las técnicas organizativas fueron depurándose a medida que los gestos se repetían y la coordinadora se extendía hasta aglutinar a 200 grupos locales y tener a un millar de personas a su alrededor.

«Los medios de comunicación no anunciaban tanto las horas de las concentraciones», relata Aspuru, «así que tirábamos de una lista telefónica de personas comprometidas para asegurarnos de que al día siguiente de un asesinato nos íbamos a reunir un número suficiente, de que el encargado de llevar la pancarta se acordaría, de que todos responderíamos con silencio a las provocaciones, que las hubo…».

– ¿Cómo eran aquellas contramanifestaciones?

– Se iniciaron con los secuestros de [José María] Aldaya –cuenta Herrero.– Nos reuníamos todos los lunes mientras continuara el secuestro. El entorno de Gestoras [Pro Amnistía] se dedicó a hacer concentraciones en los mismos sitios y a la misma hora que nosotros.

Fueron momentos duros para los creadores del famoso lazo azul. Uno de los peores, dice Aspuru, ocurrió cuando rechazaron el asesinato del dirigente de HB Josu Muguruza. También les «reventaron» el acto de solidaridad con las víctimas de los GAL en Hendaya. «La dinámica de los dos bandos quedaba rota».

Gesto por la Paz se ha distinguido por un discurso de trazo fino. Siempre ha condenado a ETA, igual que los asesinatos de los GAL y las actuaciones desproporcionadas de las fuerzas del orden, pero rechazando cualquier tipo de equiparación entre unos y otros. También es clásica su petición del acercamiento de los presos por motivos humanitarios y para favorecer su reinserción.

Estuvo políticamente cómodo en los años de unidad política contra ETA del Pacto de Ajuria Enea. En 1993 llegó a recibir el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Pero sufrió críticas reiteradas de los movimientos abiertamente antinacionalistas como ¡Basta Ya! y Foro Ermua en los años del acuerdo entre nacionalistas y ETA, el Pacto de Estella, tras el salvaje secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Les pareció «injusto» y les «dolió» que les acusaran de tibieza e incluso de equidistancia, dice Herrero. «Pero nos mantuvimos en nuestro sitio». Y si en un lado estaba ¡Basta Ya!, en el otro extremo surgieron Elkarri y después Lokarri, que reclamaban «un paso más, implicándose en lo que podía ser la solución del conflicto».

– ¿Y cómo ha acabado ETA?

– La amenaza ha parado sin que se haya cedido ni se haya dado ninguna contrapartida política. No ha habido proceso de paz, ese concepto que nos abocaba a ceder, a entrar a hablar del precio de la paz, de paz por presos, de paz por derecho a decidir. No. Nosotros queríamos paz por paz. Todas esas teorías de resoluciones y negociaciones y los diferentes intentos… Nosotros los observábamos y pensábamos que no debía suceder así. Al final no ha sido así, y eso ha estado bien –resume Aspuru.

¿Qué queda por delante? Uno, que la sociedad reconozca a una de las categorías de víctimas identificadas y teorizadas por Gesto: las de «persecución». «Políticos, jueces, periodistas… personas en muchos casos anónimas que han seguido con su labor pese a tener su vida amenazada y que nos han permitido sobrevivir como sociedad», dice Herrero. Otra tarea está en proceso: la reparación a las víctimas de abusos policiales.

De la izquierda abertzale esperan que diga «que los atentados no están justificados y que, si ocurrieran, se condenarían». «Y el siguiente paso, tirar para atrás: decir que nunca está justificado poner la vida de una persona por encima de un proyecto político».

EL MUNDO 05/05/2013