Juan Carlos Girauta-ABC
- No hay aquí nada más global que la ignorancia, con su estética de protesta cargada de leyenda literaria
No vayamos a confundir la globalización con la tontería. A cualquier cosa se le puede llamar globalización. La hubo con el Imperio español, para empezar. La ha habido cuando tantas empresas buscaban los factores de producción, y se instalaban, en países con costes más bajos. Dicen, aunque no sé yo, que tras la pandemia se va a revertir la tendencia, que se ha entendido la necesidad de disponer de un gran tejido industrial en casa, que ya no se deslocalizará lo fabril hacia la China, Tailandia o Vietnam. Empezaré a creérmelo cuando los ejpertos (que son los expertos que no dan una) nos cuenten cómo se impide a las compañías productoras de bienes tangibles que sigan compitiendo en reducción de costes.
Preocupa mucho la supuesta globalización cultural. Topamos con un gran equívoco. El lema de los años dorados de la globalización fue Think global, act local, piensa globalmente y actúa localmente. La chorrada es de consideración: presupone que, mediante un acto de voluntad, cualquiera puede de repente tomar en consideración todo tipo de variables ajenas al mundo que conoce. Y propone algo peor: que, logrado lo anterior, circunscriba uno su actividad empresarial, profesional o intelectual a su terruño. Bastaría este disparate para desacreditar mucho de lo que se ha enseñado en las escuelas de negocios en los últimos treinta años.
Más acertado, por su lógica y por su demostrada utilidad, es el lema contrario, acuñado por John Naisbitt sin ningún eco: Think local, act global. Pensar localmente es lo único que sabrá hacer la mayoría; incidir más allá de tus fronteras es condición para globalizar, trátese de empresas, de ideas o de estéticas. Sirvan las aclamadas series escandinavas como ejemplo de esto último.
España ha producido una serie global cuyo éxito merece atención: La casa de papel. En la excelente construcción de dos de sus personajes («el profesor» y su hermano) radica, a mi entender, el mayor mérito. Pero lo que ha seducido a espectadores de todo el mundo -esto es, lo que la ha convertido en global- es un himno de la resistencia italiana y unas máscaras que de algún modo politizan grandes atracos. La alusión al movimiento Anonymous es evidente, aunque, en vez del rostro de Guy Fawkes (cuya máscara como símbolo de protesta se tomó de la película V de Vendetta), el que aquí se multiplica es el de Dalí, producto español global por excelencia.
Afirmaría que las series han sustituido a la lectura si antes de ellas se hubiera leído en España. Además, los índices de lectura han subido: ya solo media población declara no haber leído nunca un libro (o casi). Me preocupan más los que han leído solo uno. No hay aquí nada más global que la ignorancia, con su estética de protesta (tan local) cargada de leyenda literaria (tan global). Al ser literaria, se conoce de oídas, lo cual no la hace menos excitante. A ver cuándo sale por fin la serie global sobre la Guerra Civil.