KEPA AULESTIA, EL CORREO – 28/03/15
· La lírica del acuerdo está siendo orillada muy fácilmente por la épica del gobernante solitario.
El final anunciado del bipartidismo y de las mayorías absolutas dará lugar, con toda probabilidad, al gobierno en minoría de las instituciones. En este año electoral no solo se confrontan las ‘viejas’ formaciones con las ‘nuevas’, la derecha con la izquierda y el nacionalismo con el no-nacionalismo. También concurren los partidos que aspiran a gobernar en cualquier caso frente a aquellos que parecen indispuestos a asumir responsabilidades en la gestión de los intereses públicos a no ser que obtengan el poder absoluto. Ese lugar común que interpreta la atomización del voto como mandato ciudadano para el pacto carece de sentido cuando, al mismo tiempo, toda alianza puede ser considerada una componenda propia de ‘la casta’. La lírica del acuerdo está siendo orillada muy fácilmente por la épica del gobernante solitario.
La presidenta en funciones de la Junta andaluza, Susana Díaz, intenta solemnizar el gobierno en minoría. Tras el escrutinio electoral del 22 de marzo lograr 47 escaños de 109 –quedarse los socialistas como estaban– derivó en triunfo por la fragmentación del resto del arco parlamentario. Ahora se llama estabilidad a poder gobernar en minoría gracias a que los presupuestos de 2015 ya fueron aprobados con los votos de la Izquierda Unida que poco después Díaz desalojó de su ejecutivo, y a que será muy difícil que la divergente oposición formada por PP, Podemos, Ciudadanos e IU le complique la vida a la Junta. La orfandad en que se encuentran los socialistas y la contención del voto alternativo a las puertas del poder autonómico andaluz hacen el resto al conceder a la presidenta las virtudes de la audacia popular. Ya decía durante la campaña que ella no necesitaba pactar con los demás partidos, porque lo hacía directamente con los ciudadanos. Al final va a ser verdad. El despotismo populista tiene las de ganar en el nuevo tiempo frente a las sospechas que recaen sobre cualquier entendimiento entre diferentes.
El invento no es nuevo. Estuvo presente durante el período Ibarretxe, aunque se nos haya olvidado. La figura del lehendakari acarreaba connotaciones históricas –Agirre–, fundacionales en la recuperación del autogobierno –Garaikoetxea– o debidas al consenso –Ardanza–. Pero con Ibarretxe alcanzó otra dimensión. La del presidente ungido por una misión que solo él conocía de verdad y que le permitía apuntalar el gobierno en minoría a base de emplazamientos continuos a la responsabilidad de los grupos de oposición, cuyo principal deber moral era facilitarle las cosas. Una variante del modelo la encarna Artur Mas en el gobierno de la Generalitat, anulando prácticamente la contestación parlamentaria mediante un chantaje moral permanente que asegura la continuidad de su ejecutivo, independientemente de lo que haga y de lo que deje de hacer. En este caso le basta con la compañía de ERC; pero ejerce de gobernante en minoría, contando siempre con el enredo que se traen sus socios de UDC –el partido de Duran i Lleidaconsigo mismos. Urkullu representa también los hallazgos del gobierno en minoría, aunque en tono menor.
Pero vayamos a lo que nos viene ahora, cuando gobernar en minoría se convierta en una nueva modalidad deportiva o, cuando menos, en un nuevo juego de mesa con suficientes adeptos como para adueñarse del espacio político. Gobernar en minoría aporta al alcalde la epopeya que precisa la contención del déficit, al diputado general la encarnación personal del territorio y al presidente de turno el certificado de tener las ideas claras, siempre a cuenta del apoyo incondicional de los suyos frente al desorden opositor y la bendita frivolidad de aquellos grupos críticos que preserven su glamour contestatario negándose a pactar. El mensaje a la opinión pública está redactado de antemano: es imposible alcanzar un acuerdo con ‘esos’, luego me veo obligado a gobernar en interés de los ciudadanos sin hacer dejación de mi responsabilidad y recordando que la responsabilidad de quienes me critican no es otra que facilitarme las cosas … y si no que osen derrocarme.
La fragmentación partidaria conlleva la dilución de responsabilidades y, en medio de aparentes exigencias ciudadanas a la política, los protagonistas de ésta pueden pasar en adelante más de rositas que nunca. El mundo se está dividiendo ya entre quienes no tienen empacho en gobernar a toda costa, porque forma parte de su ADN, quienes rehusan mancharse en la administración siempre pringosa de los intereses públicos, porque lo suyo es denunciar, y aquellos que hacen cábalas sobre lo que más les conviene y se aprestan a suscribir acuerdos puntuales por temor a que, hagan lo que hagan, les salga siempre a deber.
Hay tres ideas nefastas para la salud democrática que se transmiten por el aire. La primera que, más allá de dos o tres piezas en el puzzle, el pluralismo es inconveniente por su ineficacia a la hora de gobernar sin obstáculos ni reservas. La segunda idea, ligada a la anterior, que hay formaciones destinadas a reducir a la mínima expresión ese pluralismo como intérpretes aventajados del bien común. Nunca se arrugan ante la responsabilidad de gobernar, porque persiguen el poder aunque sea relativo. La tercera idea contagiosa es que el derecho a ser votado lleva consigo la potestad de la formación agraciada a mantener su representatividad a salvo de cualquier carga ejecutiva o de pacto de gobernabilidad. Así es como el gobierno en minoría se abrirá paso con absoluta facilidad. La fórmula más precaria de gobierno es, además, la menos transparente. Los presupuestos pueden prorrogarse a falta de mayorías que los respalden. Las políticas públicas vienen dictadas desde instancias superiores. Al gobierno de turno le queda poco más que disimular sus carencias y sacudirse los reproches de quienes no le ayudan en su cometido social. Así será por lo menos durante los próximos cinco años.
KEPA AULESTIA, EL CORREO – 28/03/15