• El líder fallecido fracasó en su propósito de regenerar la URSS, pero logró presidir un proceso sin graves estallidos violentos
MANUEL MONTERO-El Correo

Gorbachov tomó las decisiones que desencadenaron la caída del comunismo, el principal acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX. «Terminó con la Unión Soviética», se ha escrito con razón, pero paradójicamente ese no era su propósito. Sin embargo, su papel histórico fue sobresaliente por afrontar los problemas soviéticos buscando soluciones que se ajustaran a cauces pacíficos.

A finales de los 80, Gorbachov alcanzó una enorme popularidad en Occidente cuando la perdía en la URSS. Se le identificó con la voluntad de democratizar el régimen comunista, pero la imagen es inexacta.

Cuando en 1985 Gorbachov llegó a la secretaría general del PCUS, la dirección comunista era consciente de que el régimen soviético estaba anquilosado. El estancamiento aumentaba su retraso respecto a Occidente, reducía la productividad y deterioraba las condiciones de vida: llegó a retroceder la esperanza de vida. La Unión Soviética no podía seguir la estela militar de Estados Unidos en la Guerra Fría.

Cuando murió Breznev dejaba una economía en declive en manos de un grupo dirigente formado por ancianos. Andropov y Chernenko fallecieron sin haber definido nuevas políticas. Gorbachov, de 55 años, era el primer secretario general que no había participado en la Revolución rusa. Lo eligieron para regenerar la Unión Soviética, no para democratizarla o conducirla al capitalismo. Asumió una tarea que quizás resultaba imposible: reformar el sistema manteniendo el poder del Partido Comunista.

Gorbachov acometió integralmente este objetivo sin conformarse con cambios cosméticos. Levantó fuerzas que llevaron al colapso del régimen. La ‘perestroika’ -reestructuración- pretendía una regeneración económica que introdujese mecanismos de mercado sin eliminar estructuras colectivizadas. La ‘glasnost’ -transparencia- serviría para localizar las disfunciones. A su vez, se introducirían medidas liberalizadoras que trajesen la ley de oferta y la demanda.

Sus sucesores le reprochan el fin de la influencia rusa, que ahora quieren recobrar por las armas

No llegó a funcionar. Provocó un marasmo en abastecimientos y precios. Evidenció que era imposible transformar la economía soviética sin tocar las estructuras administrativas y políticas. La omnipresencia del Partido Comunista impedía una transformación sin cambios políticos que terminasen con su control de la economía. Estos cambios, que se iniciaron hacia 1987, pretendían una apertura limitada, que permitiese relevos en la dirección sin socavar el control último del PCUS. Tampoco fue posible este propósito. La liberalización desató reivindicaciones que desbordaron las previsiones, incluyendo las reclamaciones nacionalistas de algunas repúblicas soviéticas.

El proceso afectó a los países del este de Europa. Cuando Gorbachov comunicó que no apoyaría militarmente al comunismo en la RDA, cayó el muro de Berlín, 9 de noviembre de 1989, simbolizando el fin del bloque soviético y de la Guerra Fría. Mientras, continuaron las tensiones en la URSS. Temeroso de un estallido definitivo, Gorbachov propuso un nuevo Tratado de la Unión, que sería federal y sin alusiones al socialismo.

Iba a ser firmado el 20 de agosto de 1991. Los partidarios de la línea dura decidieron abortar su confirmación. El golpe de Estado secuestró durante algunos días a Gorbachov y fue un fracaso rotundo. Los golpistas demostraron un asombroso desconocimiento de la realidad social. No llegaron a prever la reacción popular. El fallido golpe precipitó la destrucción de la Unión Soviética. Gorbachov retornó a Moscú -estaba en Crimea cuando fue retenido- con el propósito de reanudar su programa reformista, pero el poder se había desplazado hacia las repúblicas. El 8 de diciembre de 1991 Rusia, Ucrania y Bielorrusia acordaban disolver el Estado soviético y crear la Comunidad de Estados Independientes. El 25 de diciembre de 1991 Gorbachov dimitió de su cargo de presidente de la URSS. Dejaba la jefatura de un Estado que ya no existía.

Gorbachov fracasó en su propósito de regenerar la URSS, pero logró presidir un proceso convulso sin que se produjeran graves estallidos violentos ni aferrarse a posiciones de poder. El final de la Unión Soviética resultó muy diferente al derrumbe de otros regímenes autocráticos. Casi no hubo violencia, ni disturbios anárquicos. Tampoco conatos de una represión masiva al atisbarse la quiebra, mucho menos una guerra civil. Abundaron las manifestaciones populares, pero se movieron dentro de los que se consideran límites normales en los regímenes democráticos.

El PCUS de Gorbachov renunció al poder sin luchar. Su herencia no fue reivindicada por sus sucesores, que le reprochan el fin de la influencia rusa y que ahora la quieren recuperar por las armas. Su apuesta por las vías pacíficas, incluso en momentos de grave crisis, forma parte de su legado histórico.