JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

  • Este gabinete está quemado y requerirá de una remodelación para afrontar los grandes retos del país. Aguantará la coalición, pero con los ministros a la greña

Hoy cesa Salvador Illa, quien, salvo sorpresa, será sustituido por Carolina Darias, actual ministra de Política Territorial y Función Pública, departamento que Sánchez encomendará, con toda lógica, a Miquel Iceta, primer secretario del PSC. El presidente procura así la menor sísmica en su gabinete, mantiene la cuota de los socialistas catalanes al máximo nivel y encarga Sanidad a una ministra que ha estado al lado de Illa en el segundo modelo de la gestión de la pandemia, el autonómico. Podría ser que Darias prescinda de los servicios de Fernando Simón al frente del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, que se ha ganado un merecido descanso, que será bueno para él, mucho mejor para la ciudadanía y conveniente para el propio Gobierno.

El Consejo de Ministros no es hoy por hoy el órgano colegiado gubernamental en el que la cohesión sea la nota dominante. Como declaró este sábado en este diario Gloria Elizo, representante de UP en la Mesa del Congreso, los morados son conscientes de su carácter “subalterno” en un Ejecutivo en el que vuelan las navajas. Iglesias está enfrentado, si bien con discreción, con la vicepresidenta Nadia Calviño, con gesticulación, como se vio en los pasillos del Congreso, con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y, a tenor del tono y los modos radiofónicos del ministro de Inclusión y Seguridad Social, también con José Luis Escrivá, que a su vez ha tenido una bronca monumental con la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Los dos bloques de ministros —del PSOE y de UP— difieren en temas sustanciales: la monarquía parlamentaria, la reforma de las pensiones, la de la normativa laboral, el proyecto de ley de igualdad, la fiscalidad y el SMI, entre otros asuntos.

La situación de tensión entre los unos y los otros se va a mantener y aumentar —a propósito de las elecciones en Cataluña—, pero el Gobierno, como ha pronosticado acertadamente Jordi Sevilla, seguirá siendo de coalición por lo menos hasta que se avizore el final de la legislatura, momento en que el PSOE y UP tendrán que desembarazarse el uno del otro para competir electoralmente. Será, no obstante, muy importante calibrar cómo se comportan en el previsible 14-F catalán tanto el PSC-PSOE como los comunes, porque si aquellos logran el éxito que esperan y estos siguen perdiendo fuelle —todo, como en Galicia, o mucho, como en el País Vasco—, lo único emergente de esa izquierda populista, insisto, será Pablo Iglesias, que está mucho más concentrado en su proyecto personal que en el partidario. Lo repetía este lunes en ‘El Correo’ Miren Gorrotxategi, portavoz vasca de Podemos, según la cual “considerar a Bildu un actor importante en Madrid puede perjudicarnos aquí”. Eso mismo piensan todos los colectivos periféricos de Podemos. Pero no es el criterio de su secretario general.

Pedro Sánchez está encajando las derivas de su vicepresidente segundo, pero este sábado en Barcelona le envió un recado: “verdadero exilio”, dijo el presidente en referencia al de los republicanos que huían del franquismo, rectificando a Iglesias y su comparación con la fuga de Puigdemont. Unas declaraciones que a Felipe González —este lunes en la SER— le causaron “dolor y vergüenza”, y que aprovechó para calificar como “una falta de respeto institucional” lo que un ministro denomina en privado “gritos y susurros” los martes en la Moncloa —remedando el título de la película de Ingmar Bergman—, esto es: la publicidad de las desavenencias en el Consejo de Ministros.

Ante este panorama, el actual gabinete está quemado y carece de algo esencial: credibilidad, que Sánchez ha terminado por derrochar

Estas razones y las que se avecinan —más pandemia y titubeante plan de vacunación, desembalse de los ERTE y de los créditos ICO, crisis de empleo y crecimiento, y gestión de los fondos europeos— hacen indicado que en este mismo año el Gobierno requiera otra remodelación más a fondo. No es presentable, por ejemplo, que el ministro de Interior, en manifiesta hostilidad con la de Defensa, cese al teniente coronel de la Guardia Civil, enlace con el Estado Mayor de la Defensa, por haberse vacunado, precipitando el del Jemad que se consuma hoy en el Consejo de Ministros. Grande-Marlaska y Margarita Robles mantienen una diferencia insuperable. Y no son los únicos.

“España no funciona”, aseveró ayer Iñaki Gabilondo en el intercambio de opiniones con jóvenes después de que —“empachado”— abandonase su comentario diario, desalentado, no por el esfuerzo y su larga trayectoria, sino mucho más por un sentimiento de hartazgo. Efectivamente, nuestras administraciones públicas están mal conducidas en general. Son ineficientes en la ejecución del gasto; no cumplen los objetivos con la rapidez que exigen las prestaciones sociales —ingreso mínimo vital y otras ayudas—; no se asumen responsabilidades por errores e incompetencias, y los tres grandes desafíos nacionales parecen inasumibles: vencer al coronavirus en su tercera ola, gestionar los fondos europeos en un clima de consenso transversal y salir al rescate de sectores de servicios que en España se han quedado en la más absoluta ruina.

Ante este panorama, el actual gabinete está quemado y carece de algo esencial: credibilidad, que Sánchez ha terminado por derrochar al mantener hasta hoy la doble condición de Salvador Illa como ministro de Sanidad y candidato a la Generalitat de Cataluña. Su socio de gobierno vapuleó ayer a su compañero socialista a través del inevitable Jaume Asens y toda la oposición le reprochó driblar la comparecencia que tenía prevista en el Congreso el próximo jueves. Más le vale a Sánchez que el ‘efecto Illa’ funcione.