Guernica, el dedo y la luna

  • Cuando un líder extranjero pide ayuda para su pueblo está fuera de lugar objetarle el sesgo de un simple ejemplo
Ignacio Camacho-ABC

Anda una cierta derecha rebrincada porque Zelenski citó a Guernica como comparación referencial entre España y Ucrania. Se refería al bombardeo, no al cuadro, aunque es obvio que la fama internacional, mítica, de aquel raid letal se debe sobre todo a Picasso. Hombre, está claro que la resistencia contra la invasión encajaría mejor en la analogía con el Dos de Mayo -o ya puestos, con la Reconquista- pero tampoco le vamos a pedir a un ucraniano la precisión histórica que nosotros mismos negamos a nuestros estudiantes contemporáneos. Bastante preocupación tiene con dirigir la guerra procurando que los rusos no localicen su lugar de trabajo; sus discursos telemáticos son tan breves porque tiene que cambiar de escondite cada rato. Lo más probable es que un asesor le haya calzado el parangón que encontró más a mano, quizá previa consulta con algún colega de Moncloa que aprovechase para venderle un guiño sesgado. En todo caso no parece muy respetuoso ni apropiado que cuando un dirigente extranjero nos está pidiendo solidaridad con el sufrimiento de su pueblo nos dediquemos a objetar si estaba bien o mal traído un simple ejemplo, si el inmisericorde aplastamiento de Járkov se parece al de Cabra o la masacre de Bucha a la de Paracuellos. En materia de matanzas nos sobran por desgracia episodios para componer un catálogo completo de nuestra pasión por el exterminio interno. Mejor no ponerse estupendos. Cuando un dedo señala la luna hay que fijarse en la luna, no en el dedo. Este absurdo debate demuestra que la política española vive un mal momento. Vaya, que no tenemos remedio.

La luna que señaló Zelenski, con mayor o menor fortuna, no era la de nuestra siempre turbia memoria cainita sino la de la agresión rusa. En su situación la única desventura que le importa es la suya. Su petición fue clara, explícita, rotunda: necesita ayuda. Y aunque la amplia mayoría del Congreso se mostró dispuesta a ofrecérsela, su requisitoria tropezó con la quisquillosidad de la derecha purasangre y con la pétrea insensibilidad de la extrema izquierda, ese tardocomunismo cuya mentalidad estrecha no deja de encontrar en Putin remembranzas y huellas de su añorada dictadura soviética. A los socios de Sánchez les cuesta disimular una sintonía con el régimen ruso que está a medias entre la aquiescencia y la deuda, entre la afinidad y el reconocimiento de una suerte de tutela. Su posición en el conflicto, encubierta bajo una cortesía institucional de mera apariencia, está cerca de la de China, Cuba o Venezuela. Y así, entre la nostalgia de don Pelayo y la del ‘holodomor’ estaliniano, en las orillas del arco parlamentario hemos asistido al espectáculo de una incomodidad inocultable ante el testimonio crudo, desgarrador, amargo, del líder sitiado. Es un detalle venial pero sintomático. Ante circunstancias trascendentes cada cual se saca su autorretrato.