Juan Carlos Girauta-ABC

  • Si Marx le dio la vuelta a Hegel como a un calcetín, Gramsci hizo lo propio con Marx

En su sentido moderno, la guerra cultural no viene de Estados Unidos sino de Italia, concretamente de un hombre que elaboró en prisión sus teorías hace casi un siglo: Antonio Gramsci. Si uno vence la pereza literalista, se enterará de que la guerra cultural, o la batalla cultural, no consiste en estar guerrero todo el día sino en ir haciéndose con la hegemonía en instituciones, medios de comunicación, Universidad, escuela, universo editorial, etc. Por eso la de Gramsci es una «revolución pasiva» y paulatina.

Por supuesto comunista, Gramsci es lo más vivo que tiene el marxismo. Lo marxiano (la obra de Karl Marx) ya no lo compra nadie serio y dotado de buena fe intelectual una vez demolidas y trituradas

sus teorías centrales, como la del valor trabajo; una vez ordeñadas por la Escuela de Frankfurt (en Estados Unidos y en Alemania) y por Sartre, Althusser o Deleuze en Francia una serie de supersticiones con ínfulas científicas: la «reificación», el «fetichismo de la mercancía» y otras zarandajas. Vinagre malo dio el ordeño. La excepción, Gramsci.

Porque él es el punto más alto y vistoso de la paradoja marxista: resulta que el agente activo del cambio histórico es político e intelectual. Ámbitos que, para el marxismo, pertenecen a la superestructura, humo que no cambia la historia. ¡Pues no! Si Marx le dio la vuelta a Hegel como a un calcetín, Gramsci hizo lo propio con Marx. Por supuesto, no hay paradoja sino contradicción. O ni siquiera eso. Como quiere Scruton, el gran teórico conservador británico, Gramsci simplemente desmintió la teoría de la historia de Marx, aunque ni él lo dijo nunca ni sus innúmeros seguidores lo mencionan. Las razones tienen que ver con el prestigio del intelectual dentro de la «sociedad burguesa» que quiere destruir.

Y ahora volvamos la vista hacia la España de hoy. Si alguien que no fuera Jon Juaristi anunciara las exequias de nuestra democracia liberal, lo consideraría licencia literaria. Pero lo acaba de hacer él en estas páginas. Hay que tomarlo muy en serio. Si no está muerta, la democracia liberal española está moribunda. Es el resultado de un proceso iniciado hace mucho en la Universidad y la escuela, en las artes y en las editoriales. Y, con más resistencias, en las instituciones. De tal proceso podemos afirmar que ha seguido las pautas de la Teoría de la hegemonía de Gramsci. Las ha seguido dentro de una tendencia mayor, de alcance occidental. Localmente, el camino se ha andado sin conciencia de la finalidad. Salvo en el caso de Podemos, que ha precipitado con éxito los acontecimientos siguiendo conscientemente las enseñanzas del comunista italiano.

Fíjense si seremos cafres, belicosos y sectarios los partidarios de deshacer la operación siguiendo esas mismas pautas, previo señalamiento público de los precisos mecanismos utilizados, que en realidad estamos reconociendo la innegable eficacia de las ideas de Antonio Gramsci.