Salvo que sea usted doctor en hermenéutica por la Universidad de Cambridge, domine perfectamente el sánscrito y el arameo y haya desarrollado su carrera profesional como diplomático en el Vaticano, pierda toda esperanza de entender lo que acordaron ayer el ‘trío de la reforma’. El presidente Pedro Sánchez regatea mejor que Maradona y es un maestro en esconder sus intenciones. Cuando las tiene, claro. Ayer le vi sudar tinta a la portavoz del Gobierno -creo que mejora con holgura a sus dos antecesoras- para envolver con miles de palabras la ausencia de noticias al respecto de lo que piensa hacer el Gobierno con la reforma laboral del PP. El comunicado final tiene más equilibrios que la Sagrada Familia de Gaudí y más contrapuntos que ‘el clave bien temperado’ de J.S. Bach. Si lee un párrafo quedará convencido de que el presidente da la razón a la vicepresidenta segunda al hablar de «derogación», con el mismo lenguaje empleado en los programas electorales de los dos partidos que dirigen (¿?) el país, en el acuerdo de Gobierno, en el pacto con Bildu y en los mensajes enviados al partido con ocasión de sus celebraciones internas. Pero, si sigue leyendo, comprobará que la derogación se hará en los términos utilizados en el mensaje enviado a la Comisión Europea, que -¡oh sorpresa!- son perfectamente diferentes, con lo cual parece apoyar la postura de la vicepresidenta primera quien, como nunca ha ocultado, está en perfecto desacuerdo con su subordinada…
¿Conclusión? Pues vaya usted a saber. Conmigo no cuente, yo no sé sánscrito. Lo único que tengo claro son tres cosas. Una, la reforma tiene que estar finalizada y enviada a Bruselas antes de finales de año. Hemos empezado demasiado tarde y llegarán las prisas y las reuniones eternas cerradas a horas intempestivas. Dos, la Unión Europea no pondrá pegas a lo que se le envíe -no es su estilo y acostumbra a huir de los fregados internos-, siempre y cuando el acuerdo vaya firmado por el Gobierno y ratificado por los agentes sociales. Tres, la derogación de la reforma laboral no puede contar con el apoyo de la CEOE, menos en estos momentos en los que la recuperación pende del delgado hilo de la gruesa inflación y mucho menos cuando no apoyó en su día la reforma que ahora se pretende derogar. Sea lo que sea lo que en realidad se pretenda.
Esta incomprensible disputa y este intolerable desbarajuste vienen derivados de la pavorosa frivolidad con la que se ha manoseado este asunto. Desgraciadamente, es uno de los más importantes a los que nos enfrentamos y nos enfrentamos a él de la manera menos profesional inimaginable.