Del Blog de Santiago González

Una de las polémicas más falaces que nos ha tenido entretenidos los últimos meses ha sido la del acercamiento de presos de la banda terrorista a sus lugares de origen, quizá para que vayan salivando ante el día, más próximo que lejano en el que les reciban en sus pueblos con sus ‘ongi etorris’, sus festejos y sus fuegos artificiales. Menudean las informaciones y las piezas de opinión a favor y en contra de los acercamientos, contrarios a Marlasca o a sus detractores.

Si de eso se trata, hablemos de los presos. Fue en 1988 cuando Enrique Múgica, ministro de Justicia del PSOE, puso en marcha las políticas de alejamiento y dispersión de los presos etarras. Fueron una herramienta de la política antiterrorista y llegó a merecer en aquellos años comentarios elogiosos de Xabier Arzalluz.

Fui y soy partidario. La medida es discrecional del Gobierno, o sea que Grande Marlasca tiene derecho a acercar presos. Deberíamos atender más al cómo y al por qué. El acercamiento es un medida reversible; si no da resultados siempre puede devolverse al preso al Salto del Negro. La respuesta “Aznar también acercó presos” es una doble falacia en la que incurre hasta Consuelo Ordóñez. Todo gobernante está obligado a aprender de los errores de quienes le precedieron y evitarlos. Es cierto que Aznar también acercó presos, pero el cómo fue muy diferente: Hubo dos resoluciones del Congreso que instaron al Gobierno a dicho acercamiento. La primera, el 10 de noviembre de 1998, por iniciativa de la diputada de IU Rosa Aguilar. Como los acercamientos no iban al ritmo apetecido, otra iniciativa del PNV y EA instaron a acercar con más entusiasmo. Fue aprobada por unanimidad el 15 de junio de 1999.

Era en la tregua de Lizarra. Rosa Díez publicó el sábado un tuit en el que daba cuenta de la degeneración del PSOE y sus entornos: “Zapatero tenía que poner la disculpa de ‘la paz’ para coleguear con ETA, mientras que a Sánchez le basta con apelar a ‘los presupuestos’ para que sus afiliados, votantes y progres en nómina traguen y callen”.

¡Por unos presupuestos! nos admirábamos ayer. Lo más grotesco es que ni siquiera necesitaban sus votos. Como ese portento navarro que responde al nombre de María Chivite que tenía la alternativa de apoyar sus presupuestos en Navarra Suma, pero la desdeñó por Bildu.

El obispo Setién encontraba a mediados de los 90 una mediatriz moral entre dos injusticias, la dispersión de los presos y el secuestro de José Antonio Ortega Lara, en un error de posición felizmente superado en los tiempos modernos. Hoy, el partido que gobierna y sus secuaces consideran al partido de Ortega Lara más indeseable que al brazo político de sus secuestradores. “Es que ya no matan”, dicen las almas cándidas, como si la marca de Caín fuese una mancha de tinta, las mismas que en la tregua terrorista de 2006 llevaban una rigurosa contabilidad, un año, dos años, tres años sin muertos, a lo que Pilar Ruiz Albisu, la madre coraje de los Pagaza, replicaba inapelable: “yo llevo tres años con uno”. Pero lo de los presupuestos es una coartada, un mac guffin hitchcockiano para tener entretenido al personal, mientras ellos van a lo que interesa, que es cumplir el diseño de Pablo Iglesias y los bildutarras: desmontar pieza a pieza el edificio constitucional.