Hace 25 años

MANUEL MONTERO, EL CORREO 17/01/13

· Estos días se han cumplido los 25 años de dos acontecimientos que tuvieron su importancia en el desarrollo democrático del País Vasco. El 12 de enero de 1988 se firmó el Acuerdo de Ajuria Enea «para la pacificación y la normalización de Euskadi».

Unos días antes, el 9 de enero, el PNV clausuraba su asamblea nacional con el discurso de Arzalluz que alumbró lo que se llamó ‘el espíritu del Arriaga’, con el que los nacionalistas se abrían a los que no lo eran.

Un cuarto de siglo después los dos episodios quedan como referencias de actitudes que fueron efímeras, pero que simbolizaron caminos distintos a los que han predominado desde la Transición, en general marcados por la tensión entre nacionalistas y no nacionalistas. De vez en cuando algunas declaraciones señalan la conveniencia de retornar al Pacto de Ajuria Enea o especulan sobre si el PNV retoma (o no) ‘el espíritu de Arriaga’. Uno y otro han quedado como imágenes de unas políticas que no llegaron a cuajar.

Resulta característico que las alusiones a aquel discurso de Arzalluz –el que más se le recuerda– no suelan venir del PNV. Tampoco el Pacto de Ajuria Enea suscita grandes añoranzas por parte de sus firmantes nacionalistas, que vienen a explicar que fue necesario, como para excusarse. El acuerdo tuvo enjundia, pues fijó una postura común frente a ETA y estableció una suerte de frente democrático contra el terror. Sin embargo, quienes lo suscribieron insisten en su carácter coyuntural, de respuesta a las críticas circunstancias que se vivían (ETA había cometido por entonces algunos de sus atentados más sanguinarios, los de Hipercor y Zaragoza).

Ciertamente, Ardanza, entonces lehendakari y el principal impulsor del acuerdo, asegura que algunos puntos son todavía útiles. Pero no se refiere a lo sustancial del tratamiento al terrorismo, sino a algunas de las consideraciones que incluyó el texto. Entre éstas estaría la alusión a la soberanía popular o al papel del Estatuto para abordar los problemas vascos: desde este punto de vista el acuerdo admitiría la visión nacionalista de un contencioso político y la validez de la fórmula de más autogobierno como medio de abordar el final del terrorismo. Por mucha importancia argumental que tuvieran estos aspectos –y que el tiempo ha acentuado–, hace 25 años el acuerdo no se identificó con tales salvaguardas, cuyas implicaciones quedaban por entonces lejísimos. El pacto se entendió fundamentalmente como un acuerdo entre los demócratas contra el terrorismo y no como la exposición de sus respectivas políticas y sus coincidencias.

Seguramente esa memoria lineal motiva que el Pacto de Ajuria Enea, con toda su importancia histórica –fue fundamental en el aislamiento social de ETA y en el comienzo de su declive–, no se reivindique como uno de los grandes logros políticos de los partidos que lo suscribieron. El recuerdo del 25º aniversario se ha quedado casi en la alusión periodística, una cita obligada. Como siempre, la política vasca rehúye conmemorar puntos de acuerdo, sobre todo si es entre nacionalistas y no nacionalistas.

Al otro acontecimiento de hace 25 años, ‘el espíritu del Arriaga’, le sucede lo mismo o peor. Fue saludado como el principal síntoma de la renovación del PNV, por su autocrítica, que era de alcance. «Euskadi es de todos los vascos», aseguró Arzalluz, y se interpretó que incluía entre éstos a quienes no eran nacionalistas. No era una lectura gratuita, pues el texto fue claro: «Ha existido entre nosotros una tendencia a considerar que Euskadi es un patrimonio nacionalista y a equiparar el concepto de vasco con el de nacionalista. Pero esta concepción es injusta, es agresiva y antidemocrática». Nunca el nacionalismo vasco había expresado semejante rectificación… ni volvería a hacerlo. No ha de extrañar que en su día estas reflexiones se saludasen como una apertura excepcional, como la llegada de un nuevo aire desconocido.

Pues bien: en la memoria del PNV ‘el espíritu del Arriaga’ no parece haber dejado huella ni recuerdo. El propio Arzalluz aseguró tiempo después que ‘el espíritu del Arriaga’ fue ‘meramente táctico’. Lo cierto es que esta apertura, si llegó a existir la intención, no cristalizó en una nueva actitud. Como mucho, el espíritu duró lo que la coalición entre PNV y PSE –y sería discutible–, pero no impidió que después el discurso nacionalista se arrogase de nuevo el monopolio de lo vasco.

Y así lo de hace 25 años fue flor de un día. El Acuerdo de Ajuria Enea subsistió sólo unos años, aunque sin duda contribuyó al final del terrorismo. El del Arriaga se convirtió enseguida en un espíritu evanescente. De forma característica, lo recuerdan después (e incluso lo añoran) los no nacionalistas, sin que pueda localizarse ninguna reivindicación posterior de este planteamiento por parte del PNV. Constituye un caso extremo, la propuesta del líder de un partido celebrada por los demás y silenciada por los propios. ¿Fue un movimiento táctico? También podría plantearse la hipótesis de que fue una propuesta voluntarista que quería abrir una nueva etapa y que no levantó los entusiasmos internos que buscaba. Señalaría los límites del liderazgo dentro del nacionalismo, que hasta la fecha se ha asociado siempre a la ortodoxia doctrinal, no a la búsqueda de otros consensos.

Sea como fuere, el ‘espíritu del Arriaga’ –sucede lo mismo con el Pacto de Ajuria Enea– sirve para recordar que hubo vías alternativas a las tensiones frentistas que después vinieron y a las escisiones nacionalismo-constitucionalismo que siguen marcando a la sociedad vasca.

MANUEL MONTERO, EL CORREO 17/01/13