¿Hace falta un plan de paz?

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 22/06/13
Javier Zarzalejos
Javier Zarzalejos

· Estos son los caminos tortuosos, inauténticos e injustos que se proponen para que la sociedad vasca transite hacia un futuro que sin ETA debería ser el de su recuperación cívica.

Se nos ha dicho que la función crea el órgano. Salvo en el Gobierno vasco donde ocurre al revés: es el órgano el que tiene que crear la función. Y como se ha creado una vistosa Secretaría de Paz y Convivencia, ese órgano ha segregado lo que se presenta como plan de paz completado con el informe sobre víctimas de ¿la violencia? que se hacía público la semana pasada.

El plan no puede negar que es hijo del titular de la Secretaría y ex dirigente de Elkarri. Reproduce las pretensiones de una peculiar ingeniería social que parece muy popular y que sitúa la consolidación de la paz en las prescripciones oficiales de supuestos expertos. En ese plan, ETA es una sombra, no porque esté ausente sino porque no se nombra. Es un componente de lo que se presenta como un magma de violencia en el que todos tienen cuentas pendientes por lo que sobra singularizar. Preocupan las denuncias de torturas que no llegaron a sustanciarse y el Gobierno vasco –siempre con expertos, claro está– se dispone a revisarlas. Pero los crímenes sin resolver de ETA quedan para ser engullidos por la prescripción, con la diferencia de que en los manuales de ETA se ordenaba a sus pistoleros la denuncia sistemática de torturas en el caso de ser detenidos, mientras que no hay constancia de ninguna víctima que haya denunciado en falso su propia muerte simplemente para confundir.

¿A qué viene este nuevo ejercicio de artificiosa ingeniería social? Hay que poner en cuestión la premisa misma de la que parte toda esta elaboración en la que las palabras esconden la realidad, escamoteando el pasado para mantener vivos los viejos lugares comunes con expresiones biensonantes. ¿Hace falta un plan de paz? Porque no deja de ser inquietante que todo plan, propuesta, iniciativa o similar que se presenta giren en torno a los temas que interesan a la izquierda abertzale, que sean generosos en guiños y sobreentendidos de aproximación y muy cortos en exigencias a la banda culpable. Constituyen algo así como una reescritura de la parábola del hijo pródigo, sólo que en este caso hay que investigar qué hizo el padre –«¡algo habrá hecho!»– para que el pródigo se fuera de casa; por qué no le mandó mas dinero mientras dilapidaba su herencia; cómo es posible que el padre amargue la vuelta del hijo esperando de éste la expresión de su arrepentimiento y el reconocimiento de la ofensa y con qué informe hay que advertir al hijo fiel de que no se ponga exigente porque su hermano también lo ha pasado muy mal, y ha decidido volver haciendo un favor a la familia, al que ésta ahora tendrá que corresponder.

Siempre en estos planes está presente una proclamada preocupación regeneradora. Pero se elude precisamente todo aquello que produciría el efecto catártico. Para empezar, la disolución incondicional y definitiva de la banda, el reconocimiento no sólo del daño causado –eso es evidente e innegable– sino de la injusticia e ilegitimidad de éste, la denuncia de la exaltación social de asesinos, el recuerdo crítico del silencio y la insolidaridad que rodearon a las víctimas y a los amenazados. En vez de difuminar, compensar o contextualizar la violencia terrorista en un conflicto histórico en el que los terroristas son actores arrastrados por un destino inevitable, la paz –incluida la de los espíritus– exige fijar la mirada en la destrucción y la muerte causadas, señalar a los que mataron y honrar a los que murieron injustamente con la reparación de la justicia.

A algunos –tal vez muchos– les puede resultar muy tentadora una historia que atribuya el cese de ETA a los heroicos esfuerzos de algún famoso encarcelado por persuadir a sus compañeros de los valores de la paz. Es un proyecto de leyenda que se sigue construyéndo y es falso. Y como el punto de partida consiste en ocultar que si hoy hablamos de una ETA derrotada es porque el Estado de derecho impuso su razón, su eficacia y su legitimidad, cuanto más se prolonga la línea del relato fraudulento, más nos alejamos de la realidad. No es nuevo en este país en el que lo imprevisible siempre es la historia. Los planes lo delatan. Lo que les importa no es cómo se organiza el futuro sino cómo se cuenta el pasado. Para unos, el objetivo es pura y simplemente la legitimación retrospectiva del terrorismo, la aceptación de que ETA ha sido –y todavía lo es– un agente histórico cuya violencia tiene un sentido identificable. Otros, tal vez con mayor astucia, buscan extender la confusión, la pérdida de sentido de todo lo padecido, la nivelación del sufrimiento y la violencia como un mal colectivo en el que todos eran a la vez víctimas y culpables, incluso aunque lo fueran en distinto en distinto grado. Para que nadie sea realmente culpable, todos tienen que serlo al menos un poco. El pasado no sería más una madeja enmarañada imposible de desenredar, así que habrá que renunciar a arrojar luz sobre lo vivido, dejar en suspenso los juicios morales y asumir que a lo más que se puede aspirar es a blanquear la fachada, repintar las grietas sin fijarnos mucho en los detalles.

Estos son los caminos tortuosos, inauténticos e injustos que se proponen para que la sociedad vasca transite hacia un futuro que sin ETA debería ser el de su recuperación cívica. Ni la legitimación del terrorismo ni la confusión deliberada, que hace invisible tanto la culpa como la inocencia, pueden conducir a nada valioso porque ahondan en la malversación política del valor de la paz y de la reconciliación que no se logran a pesar de la libertad, la justicia y la verdad sino, precisamente, gracias a éstas.

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 22/06/13